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Crisis y fin de la Restauración

(comp.) Justo Fernández López

España - Historia e instituciones

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Regeneracionismo e inmovilismo ante una sociedad cambiante

Los partidos dinásticos ante una sociedad cambiante

En mayo de 1902 se proclamaba la mayoría de edad de Alfonso XIII, dándose por terminada la Regencia de su madre María Cristina de Habsburgo. Se inicia el reinado de Alfonso XIII, largo período que terminaría en la proclamación de la Segunda República en 1931. En este tercio de siglo asistiremos a la crisis de la monarquía parlamentaria, ante el fracaso de los intentos de renovación de los dos grandes partidos dinásticos, el Conservador y el Liberal, en que se apoyaba el sistema canovista. La España real se alejará cada vez más de la oficial, que se mostrará incapaz de integrar a las fuerzas externas al sistema de turnos de partidos.

El nuevo reinado comienza con una continuidad formal del sistema diseñado por Cánovas con la vigencia de la Constitución de 1876. Sin embargo, el panorama político experimentará graves cambios a consecuencia de la evolución que se va a producir en los partidos dinásticos integrantes del turno.

De 1912 hasta la crisis de 1917 el sistema se mantuvo, aunque con grandes dificultades. Los viejos partidos dinásticos se iban descomponiendo cada vez más en diversas facciones internas, ligadas a personalidades más o menos carismáticas: datistas, ciervistas, romanonistas, prietistas, albistas, etc., lo que se denominó el fulanismo (de “fulano”: ‘para aludir a alguien cuyo nombre se ignora o no se quiere expresar’). La España real parecía mucho más viva y capaz que la España oficial de los partidos de turno. A todo ello hay que sumar las consecuencias que para el país tuvo la primera contienda mundial, que si bien enriqueció a unos pocos, la gran masa tuvo que sufrir la carestía de la vida provocada por la inflación y la depreciación de los sueldos.

La Restauración lleva aparejada una profunda centralización administrativa y legal. Aparecen los nacionalismos periféricos: el catalán, unido a su propia revolución burguesa y a la identidad cultural; el vasco, que buscaba definir su futuro tras la pérdida de los Fueros en la última guerra carlista. Aparecen los partidos nacionalistas: el Partido Nacionalista Vasco (PNV), la Liga de Cataluña y la Unión Catalanista.

El movimiento obrero se agrupa en torno al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), fundado en 1879 con el objetivo de propugnar la lucha pacífica y la participación electoral, el sindicato socialista Unión General de Trabajadores (UGT), fundado en 1888; el anarquismo en la Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE) y el anarcosindicalismo de la Unión General de Trabajadores (CNT), fundado en Barcelona en 1910.

La monarquía reacciona ante todos estos movimientos sociales con una fuerte represión, con especial virulencia contra el anarquismo. El territorio de muchos de estos enfrentamientos sangrientos será Cataluña.

La Iglesia evoluciona desde una primera posición de intransigencia hacia la conciliación. Con la aprobación de la Constitución de 1876, se plantea un duro conflicto en relación al tema religioso con la aplicación del artículo 11 de la Constitución, que proclama la confesionalidad del Estado:

 

«La religión Católica, Apostólica, Romana, es la del Estado. La Nación se obliga a mantener el culto y sus ministros. Nadie será molestado en territorio español por sus opiniones religiosas, ni por el ejercicio de su respectivo culto, salvo el respeto debido a la moral cristiana. No se permitirán, sin embargo, otras ceremonias ni manifestaciones públicas que las de la religión del Estado.»

Inicialmente, los gobiernos conservadores planteaban una interpretación restrictiva, que suscitó numerosas protestas de embajadores extranjeros. El debate se recrudeció en relación a la enseñanza, exigiendo los obispos la garantía de la enseñanza doctrinal, como un derecho reconocido en el concordato, de la supervisión y censura de los contenidos de la enseñanza, en detrimento de la función inspectora que correspondía al propio Estado.

También se extendió el conflicto en la regulación del matrimonio civil, previsto inicialmente, pero sin desarrollo posterior debido a la oposición de la Iglesia. Tras intensas negociaciones se alcanzó un acuerdo con la Santa Sede, por el que el Vaticano reconocía al Estado la potestad de regular los efectos civiles del matrimonio.

La sociedad estaba dividida en varios sectores:

a)

La tradición que representada por los partidos de Cánovas y Sagasta, partidos dinásticos, es decir, monárquicos, defensores de un modelo contenido de apertura y ajenos al sentir de las nuevas clases sociales.

b)

Unos movimientos de distinto signo, republicanos y nacionalistas, representantes de la nueva burguesía que no encuentra todavía su espacio nacional.

c)

El proletariado que se agrupará en torno a un partido político, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y dos sindicatos de clase, el sindicato socialista Unión General de Trabajadores (UGT) y el sindicato anarquista, de ideología anarcosindicalista, la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). Todo ello, bajo la atenta mirada de la Iglesia.

«Antes de la Primera Guerra Mundial, existía un conservadurismo más o menos resignado a los avances sociales como los que habían propugnado en España Maura y Dato; en Italia, Giolitti; Bismarck en Alemania; otro, cerrado a las innovaciones y enfrente, el amplio movimiento de izquierdas que abarcaba a socialistas, comunistas y anarquistas, con técnicas diversas y un único fin: acabar con una sociedad que, según ellos, no corresponde ya a los momentos que vive el mundo.

En la posguerra surge un nuevo movimiento. El fascismo, de “fasce”, haz del líctor en tiempo romano, es el primero de varios grupos similares europeos. Hereda de los viejos partidos conservadores el amor a la patria y a sus tradiciones y de los elementos nuevos una idea de mayor justicia social, con un Estado corporativo que evite la lucha de clases obligando a todos a servir el común denominador de patria. El fascismo nace de la frustración de exmilitares en lugares donde perdieron la guerra política y económicamente como en Alemania, y donde la perdieron solo económicamente como en Italia, y a él se une la mayoría de jóvenes que ven, en la combinación de patria y justicia social, algo que cubre tanto sus necesidades románticas como las modernas.

Estos movimientos están subvencionados por capitalistas, aterrados ante los asaltos y ocupaciones de fábricas por las fuerzas social-comunistas, y la formación de fuerzas paramilitares logran el triunfo en 1922 en Italia; en la misma línea y con la misma ayuda, añadiendo al ideario anterior un toque de racismo (los alemanes son un pueblo superior) surge, en Alemania, Adolfo Hitler. En principio, dos movimientos de esta índole se repelen porque ambos tienen características imperialistas similares, pero la enemiga encontrada en las potencias democráticas, especialmente Inglaterra, para la conquista etiópica o la vuelta de colonias africanas a Alemania, obligó a Mussolini a llegar a un pacto que acabaría, prácticamente, con Europa.» [Díaz-Plaja 1973: 565-566]

El Partido Conservador

En el Partido Conservador, su líder Antonio Maura era partidario de una regeneración de la vida política, de una revolución desde arriba que a través de una reforma del régimen local llevase a la autenticidad del sufragio. La crisis de 1909 tuvo consecuencias muy directas para la biografía de Maura y para la evolución del propio partido conservador.

La cohesión interna que se había logrado en los años anteriores se debilitó y aparecieron nuevos grupos. Eduardo Dato, procedente del grupo político de Silvela, permaneció en segundo plano cuando Maura se retiró de la vida pública y fue acusado por los seguidores de Maura de ser un hombre gris y oportunista. Dato lideró un grupo denominado por los propios mauristas como los “idóneos”. Más conservador que alguno de los jóvenes mauristas, Dato dio pruebas de una gran flexibilidad ante las circunstancias.

Apartados del poder, los seguidores de Antonio Maura fueron formando un movimiento amplio, al que se fueron uniendo personas que hasta entonces se habían mantenido al margen de la vida política. Se constituyó así un grupo que se alejaba de la ideología original del Partido Conservador y se aproximaba a los movimientos nacionalistas prefascistas de algunos países europeos.

Dentro del Partido Conservador se formó un tercer grupo liderado por Juan de la Cierva, cercano a Maura en los primeros años y responsable de algunos de los errores conservadores ante aquella crisis de 1909 (Semana Trágica). Juan de la Cierva creó no pocos problemas a Eduardo Dato a quien acusaba de mantener una actitud demasiado contemporizadora con las demás fuerzas políticas.

El Partido Liberal

El Partido Liberal también experimentó serios problemas tras la muerte de su líder indiscutible, El Buen Pastor, Práxedes Mateo Sagasta. Su heredero en primera instancia fue el conocido político Montero Ríos, vinculado al reformismo a través de la Institución Libre de Enseñanza. Su liderazgo estaba lejos de ser indiscutible y Segismundo Moret y el Marqués de la Vega de Armijo, le disputaron el protagonismo.

La gran esperanza del partido Liberal fue, sin embargo, José Canalejas, un líder capaz de transformar el viejo partido fusionista en un instrumento eficaz, en una organización nueva que recogiese en su seno las ambiciones de los reformistas. La figura de Canalejas suscitó grandes ilusiones con la entrada de algunos dirigentes del republicanismo en las filas del partido liberal. Poco a poco, Canalejas se convirtió en el líder liberal más sólido desde Sagasta, ganándose el respeto de sus correligionarios y de la oposición por el realismo con que se enfrentó a todos los problemas de la época. Pero su carrera y las esperanzas que en él se habían depositado quedaron bruscamente truncadas con su muerte en noviembre de 1912, víctima de un asesinato por parte de un anarquista. Dejaba un país a la espera de reformas necesarias y a su partido huérfano de liderazgo. Desaparecido Canalejas, el yerno de Montero Ríos, Manuel García Prieto y el Conde de Romanones protagonizaron una nueva lucha por la jefatura liberal.

Un tercer grupo con un programa reformista estaba encabezado por Santiago Alba, ideológicamente procedente del regeneracionismo de Costa. Durante el reinado de Alfonso XIII no se producirá un liderazgo conjunto en el Partido Liberal.

Divididos y debilitados los partidos dinásticos mostraban su incapacidad para abrirse a las fuerza externas al sistema de alternancia política diseñado por Cánovas, poniendo por ello en peligro la supervivencia de un régimen que había garantizado la estabilidad durante años.

Fuerzas externas al sistema formaban la oposición a los dos partidos dinásticos:

Los nacionalismos

Camilo García Polavieja y del Castillo (1838-1914), militar que había combatido en Cuba y en la tercera Guerra Carlista, intentó crear un movimiento político regeneracionista de carácter conservador y participó, desde marzo de 1899, como ministro de la Guerra en un gobierno presidido por Francisco Silvela, pero dimitió seis meses más tarde. Francisco Silvela (1843-1905) fue dos veces presidente del gobierno (1899-1900; 1902-1903) como principal figura del Partido Conservador.

Los manifiestos del general Polavieja y la subida al poder de Silvela en 1899 despertaron en el catalanismo político unas esperanzas que pronto se vieron frustradas. Nuevos líderes, pertenecientes a una generación más joven y ya claramente nacionalista, se pusieron al frente del movimiento catalanista logrando rápidos éxitos. A partir de las elecciones de 1901, Cataluña logró mantener su independencia electoral. El pragmatismo de la Lliga, alma de la Solidaritat Catalana, coalición electoral que iba desde los republicanos a los carlistas, mantuvo desde 1906 a los partidos dinásticos alejados de la política catalana.

En oposición al catalanismo conservador de la Lliga surgió un nacionalismo de izquierda, cercano al proletariado y a sectores intelectuales del Ateneo de Barcelona. En 1906 apareció el Centre Nacionalista Republicà y en 1910 surgió la Unió Federal Nacionalista Republicana. Su doble orientación, nacionalista y de reforma social, unido a la difícil convivencia con el republicanismo españolista de Lerroux, dificultaron la existencia de esta izquierda nacionalista.

Sabino Arana Goiri (1865-1903) nació en el seno de una familia que militaba en el carlismo. En 1892, en su obra Bizcaya, plasmó las ideas que configurarían un nuevo movimiento nacionalista.  Tras participar en la creación de varias organizaciones, en julio de 1895 fundó y pasó a presidir el Partido Nacionalista Vasco (PNV), con una ideología basada en el antiespañolismo y la recuperación de las formas de vida tradicionales de los vascos y en el planteamiento de la creación de un Estado vasco independiente formado por las tres provincias vascas españolas (Guipúzcoa, Vizcaya y Álava), Navarra y el País Vasco francés. En 1898 fue elegido diputado provincial de Vizcaya, cargo que desempeñó hasta 1902. En esa época comenzó a dar un giro que le llevó a promocionar la creación de una Liga de Vascos Españolistas y a defender una “autonomía lo más radical posible” para las provincias vascas dentro del conjunto de España. 

En los años del cambio de siglo se produjo un acercamiento entre la formación de Arana y los denominados euskalerriacos del naviero Ramón de la Sota, representante de sectores industriales y comerciales deseosos de mayor autonomía política y administrativa. Gracias a ellos, Arana consiguió ser elegido diputado provincial por Bilbao, que se convirtió en el principal feudo del Partido Nacionalista Vasco (PNV). Su crecimiento fue constante, aunque con rupturas ideológicas, y tuvo que esperar al bienio 1917-19 para estar presente en el parlamento español.

Otros movimientos regionalistas o nacionalistas comenzaron a manifestarse en estos primeros años del siglo, pero solo encontraron formulación política relevante el gallego y el valenciano. Murguía, Brañas, Pereira, González Besada, Álvarez fueron algunos de los líderes gallegos, entre los que no faltaron los que terminaron militando en los partidos dinásticos. En Valencia, el tímido paso de lo cultural a lo político en el marco del regionalismo lo protagonizó Barberá.

El republicanismo

La Primera República (1873) fracasó acosada por la izquierda extrema (el cantonalismo) y por la derecha (desde el carlismo al constitucionalismo de los alfonsinos). Solo quedaba la figura de Emilio Castelar, elocuente orador, partidario de un republicanismo unitario y conservador; encarnó en las Cortes de la Restauración la opción de los republicanos «posibilistas» que aspiraban a democratizar el régimen desde dentro. Cuando en los años noventa del siglo XIX se aprobaron las leyes del jurado y del sufragio universal, Castelar se retiró de la vida política, aconsejando a sus partidarios la integración en el Partido Liberal de Sagasta (1893).

Fuera del sistema canovista quedaban los grupos republicanos, que volvieron a la legalidad en 1881 muy fragmentados. El relevo generacional se produjo entre 1895 y 1901, cuando desaparecieron los viejos líderes, Ruiz Zorrilla, Castelar y Pi i Margall y con ellos los propósitos de unidad surgidos del desastre del 98. El último atisbo de consolidación fue el liderazgo de en 1903 del anciano Nicolás Salmerón (1838-1908), que había sido presidente de la Primera República en 1873 y uno de los líderes del republicanismo federal durante el Sexenio Democrático (1868-1874). Salmerón fundó el Partido Republicano Centralista y recuperó su liderazgo entre los republicanos en 1903, encabezando la llamada Unión Republicana que había amalgamado a los principales partidos de esa tendencia antimonárquica. Tres años más tarde defendió el nacionalismo catalán republicano desde la formación Solidaridad Catalana, lo que provocó que fuera sustituido en la jefatura de la Unión Republicana.

La consolidación del anciano Salmerón como líder de la Unión Republicana fue un último espejismo de unidad, antes de escindirse el grupo por las serias divergencias entre los moderados y los revolucionarios, diferencias que se vieron acrecentadas por las relaciones del republicanismo con los nacionalistas sobre todo en Cataluña.

En el siglo XX, la República se constituirá para los socialistas y los radicales en el ideal para llevar a cabo una reforma social y laica. El republicano más famoso del primer tercio del siglo XX se llamaba Alejandro Lerroux, fundador en 1908 del Partido Radical.

Alejandro Lerroux (1864-1949) se trasladó a Barcelona en 1898, donde se hizo popular en los medios obreros por su elocuencia aparentemente revolucionaria y anticlerical. Fue elegido diputado por vez primera en 1901, representación que renovó en 1903 y en 1905, ya como miembro de Unión Republicana, el partido encabezado por Nicolás Salmerón. En 1908 creó el Partido Radical y poco después huyó a Argentina, para regresar a España en 1909 durante la Semana Trágica de Barcelona. Integró a su partido en la Conjunción republicano-socialista, siendo elegido diputado en 1910. Aunque tomó parte en la agitación política de 1917, se alejó cada vez más de las reivindicaciones obreras y acentuó su intransigencia ante el nacionalismo catalán. Lerroux defendió un republicanismo exaltado, de vagas reformas sociales y profundamente anticlerical. Era muy popular entre la clase obrera. El Partido Radical de Lerroux gozó de amplios apoyos entre la clase trabajadora barcelonesa. Con el tiempo llegó a caracterizarse por su españolismo demagógico. Su carrera política fue muy dilatada y a lo largo de ella se asistió a una marcada evolución hacia posturas más moderadas.

Como consecuencia de la actuación de Maura en la Semana Trágica de 1909, un sector del republicanismo moderado, también conocido como gubernamental, se planteó un acercamiento al sistema siguiendo la tradición que años antes había representado Emilio Castelar (1832-1899), brillante orador cuyos discursos parlamentarios adquirieron gran fama por su brillantez tanto durante el Sexenio Democrático (1868-1874) como durante la Restauración, periodo en el cual acabó por facilitar la entrada de su propia formación política, el Partido Republicano Posibilista, en el dinástico Partido Liberal en 1893, tres años después de que se hubiera aprobado el sufragio universal.

El principal representante de esta tendencia será el Partido Reformista fundado por Melquíades Álvarez en 1913. Melquíades Álvarez (1864-1936), tras los sucesos de la Semana Trágica de 1909, formó parte de la llamada Conjunción Republicano-socialista (unión electoral entre determinados partidos republicanos y el Partido Socialista Obrero Español). En abril de 1912 fundó junto a Gumersindo de Azcárate el Partido Reformista, de carácter republicano que colaboró con el gobierno presidido desde diciembre de 1922 por el liberal Manuel García Prieto. Durante la dictadura de éste, que duró hasta 1930, participó en la oposición al régimen. Proclamada la Segunda República en abril de 1931, transfiguró su formación en el Partido Republicano Liberal-Demócrata,  pequeño grupo político situado a medio camino de las formaciones de derecha y de los republicanos de centro.

Representante del ala izquierda del partido, siempre fiel al republicanismo, fue el catedrático Gumersindo de Azcárate, una de las grandes figuras de la Institución Libre de Enseñanza. Gumersindo de Azcárate (1840-1917), inició su actividad política durante el Sexenio Democrático. Como miembro del Partido Progresista participó en las Cortes Constituyentes que aprobaron la Constitución de 1869. Ya durante la Restauración, pasó a integrar en 1895 la formación republicana de Nicolás Salmerón. Figura central del krausismo español, en 1876 fue miembro fundador de la Institución Libre de Enseñanza.  En 1909, presidió la Conjunción Republicano-socialista y, desde 1912, el Partido Reformista creado junto a Melquíades Álvarez ese mismo año. Fue en parte el atractivo de lo que representaba esta figura el motivo del acercamiento de jóvenes intelectuales de la generación del 14 en uno u otro momento a esta formación.

Tras los desengaños de la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), los republicanos se van haciendo cada vez menos extremistas e intentan compaginar su catolicismo con la idea republicana. El republicanismo adquiere un tinte conservador aceptable para aquellos que temían que con la república volvieran las persecuciones religiosas. A finales del año 1930, los republicanos ya no son los «comecuras» de la extrema izquierda. El republicanismo aglutina a personas de ideología varia: exministros monárquicos, abogados famosos, aristócratas. Pero serán los intelectuales los que den al republicanismo el mayor marchamo de responsabilidad y los que darán el impulso para el advenimiento de la Segunda República en 1931.

movimientos sociales – el anarquismo y el socialismo

A la izquierda del espectro político se encontraban los grupos surgidos de los movimientos sociales de las últimas décadas de la centuria anterior.

El anarquismo, muy popular en la Europa anterior a la Primera Guerra Mundial, fue derivando hacia posturas sindicalistas. Sin embargo, en España, junto a anarquistas sindicalistas, siguió teniendo una fuerte presencia el insurreccionalismo, que justificaba la necesidad de la violencia en la lucha contra el Estado. Este anarquismo violento fue el responsable de la profusión de atentados en la primera década del siglo XX. En 1910, se fundó la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), de talante anarcosindicalista, defensor de la huelga general revolucionaria, aunque manteniendo la idea de que para eliminar a la sociedad burguesa definitivamente haría falta la violencia. Barcelona fue el centro del movimiento anarquista.

Desde la mitad del Siglo XIX, en España se había impuesto el anarquismo frente a otras modalidades de socialismo. El socialismo ocupaba un segundo plano y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) estaba muy por detrás de sus homólogos europeos en afiliación y presencia política. El fundador de PSOE, Pablo Iglesias, una persona moralmente íntegra, no tenía grandes preocupaciones ideológicas. Además los socialistas compartían electorado con los partidos burgueses y con los republicanos en las zonas urbanas. Pero a partir de 1909, el PSOE fue creciendo cuando cambió su estrategia respecto a los republicanos. En 1910 consiguió su primer diputado y hasta 1914 pasó de veintitrés a ciento treinta y cinco concejales. Duplicó el número de afiliados, entre los que hay que destacar a algunos intelectuales que tendrían en el futuro papeles relevantes, como por ejemplo Julián Besteiro. Su sindicato, la Unión General de Trabajadores (UGT), llegó a casi 150.000 afiliados en vísperas de la guerra del 14, lejos aún de sus homólogos europeos. Madrid, Asturias y Vizcaya fueron sus principales áreas de implantación.

La extrema derecha – carlismo e integrismo católico

En la extrema derecha del espectro se situaban el carlismo y el integrismo, con una influencia muy limitada.

El carlismo, que en el siglo XIX había causado tres guerras civiles (las Guerras Carlistas), era un movimiento complejo y cambiante en sus planteamientos doctrinales y en su aplicación práctica según el momento histórico, que exigió una constante redefinición. El principio de legitimidad dinástica, resumido en el lema “Dios-Patria-Rey” que simbolizaba el imaginario de una monarquía católica autoritaria, se acompañaba, entre otros ingredientes, de un componente foralista (defensor de un ordenamiento jurídico y político propio referido a un fuero anterior) amparado en la descentralización del Antiguo Régimen rechazada por el liberalismo uniformador.

La Restauración y la derrota en la tercera guerra carlista llegó a un debilitamiento progresivo del carlismo. En 1888 tuvo lugar una primera escisión protagonizada por Ramón Nocedal y por elementos integristas fundadores del Partido Católico Nacional. La germanofilia del dirigente Juan Vázquez de Mella durante la Primera Guerra Mundial provocó un nuevo cisma en el movimiento y el paso de los disidentes al Partido Católico Tradicionalista, creado en 1919.

A comienzos de siglo un obispo español señalaba la existencia de tres familias principales en el catolicismo peninsular: los que se consideraban representantes de la verdad íntegra o integristas; los que seguían obsesionados con la cuestión dinástica (cercanos al carlismo) y un tercer que había optado por el posibilismo y consideraban un mal menor el sistema de la Restauración. Este grupo será el que a partir de esta época cobrará más desarrollo e irá marginando cada vez más a los otros grupos.

Las reformas “desde arriba” o más de lo mismo

Desde el desastre del 98 se produjo en España una creciente interferencia del Ejército en la vida política. Ente las críticas satíricas de la prensa a los militares, el ejército exigió al Gobierno la defensa del honor militar.

Tras la dimisión de Montero Ríos debido a su intención de sancionar a los militares implicados en los ataques a los diarios catalanes que satirizaban el ejército, ocupó la presidencia del Gobierno (1905-1906) Segismundo Moret y Prendergast (1833-1913), que quiso aceptó las exigencias de los militares e hizo aprobar la Ley de Jurisdicciones (1906), que consideraba delito toda ofensa a las fuerzas armadas, ponía las ofensas al Ejército y los símbolos y unidad de España bajo jurisdicción militar, con lo que conjugó en su contra a todos los sectores políticos catalanes. Para luchar contra ellos concedió bajo mano a Alejandro Lerroux su apoyo, quien con su radicalismo demagógico podía apartar del catalanismo a las masas obreras barcelonesas. El atentado de Mateo Morral contra Alfonso XIII, mayo de 1906, le forzó a dimitir en julio de 1906.

Francisco Silvela (1843-1905) ocupó el puesto de ministro de la Gobernación en el gobierno conservador de Cánovas del Castillo de 1890. Fue nombrado Jefe indiscutido del Partido Conservador tras el asesinato de Cánovas en 1897. Pero formó un grupo disidente: los silvelistas. Silvela ocupó entre 1899 y 1903 dos veces la presidencia del Consejo de Ministros. El programa de los silvelistas tenía como objetivo una reforma total del gobierno municipal como base para renovar la moralidad política y eliminar el caciquismo que falseaba las elecciones. Era un proyecto regeneracionista «desde arriba». Los intentos regeneracionistas de Silvela fracasaron, pero su sucesor, el conservador Antonio Maura (1853-1925), continuó intentando hacer una «reforma desde arriba».

La revolución desde arriba, o revolución desde el Gobierno, fue una expresión acuñada por el líder conservador español Antonio Maura con la que resumía su programa político de reforma del régimen político de la Restauración borbónica en España y que aplicó durante su primer gobierno (1903-1904) y sobre todo durante su gobierno largo (1907-1909), pero que no pudo completar al producirse su caída como consecuencia de la crisis provocada por la Semana Trágica de Barcelona.

La «revolución desde arriba» consistía en la reforma del régimen político de la Restauración desde las instituciones y por iniciativa del propio gobierno y su propósito esencial era conseguir el apoyo popular a la Monarquía de Alfonso XIII poniendo fin al sistema caciquil.

El primer gobierno de Maura cayó en diciembre de 1904 por no estar de acuerdo con una decisión del rey. El 25 de enero de 1907 forma de nuevo un gabinete conocido como el Gobierno Largo de Maura. Tras el Desastre del Barranco del Lobo en Marruecos, la incorporación a filas de los reservistas, provocó los disturbios anticlericales que estallaron en Barcelona durante la Semana Trágica (1909). Maura se tuvo que responsabilizar de la violentísima represión y presentó al rey una petición de renovación de confianza, que el monarca, resentido por los enfrentamientos que había tenido el Maura, consideró como renuncia al cargo y aceptó la dimisión del presidente. Esta decisión hizo imposible la «reforma desde arriba» que Maura quería emprender.

El líder liberal y político regeneracionista José Canalejas Méndez (1854-1912), junto con Segismundo Moret y Prendergast (1833-1913), formaron una alianza para gobernar. José Canalejas intentó un programa reformista liberal y llevó a cabo un nuevo ensayo de renovación del sistema. Atemperó el ejército a los tiempos nuevos con el servicio militar obligatorio sin excepciones a los ricos, intentó por vías pacíficas las revueltas sociales, redujo la influencia de la Iglesia con la Ley del Candado, que limitaba los privilegios eclesiásticos. Pero su reformismo «desde arriba» tampoco logró resolver los problemas estructurales. Las críticas de la derecha y la impaciencia de las pistolas anarquistas se lo habrían de impedir. Su labor modernizadora quedó trágicamente truncada cuando un terrorista lo asesinó a tiros en la madrileña Puerta del Sol en 1912. El asesinato de Canalejas marcaba el fin de la «revolución desde arriba» y terminaban los años tranquilos del reinado de Alfonso XIII. Mientras los partidos monárquicos (dinásticos) se tambaleaban, se multiplicaban los desengañados de la monarquía y el republicanismo luchaba por romper el estrecho marco caciquil de la Restauración.

En 1912 Melquíades Álvarez González-Posada (1864-1936) fundó el  Partido Reformista (PR) de ideales republicanos, laicistas y anticaciquiles. El 23 de octubre de 1913 fue presentado oficialmente el partido y su fundador pronunció un memorable discurso en el Hotel Palace de Madrid en el que defendió la necesidad de acometer una profunda reforma de la Constitución de 1876 para conseguir un régimen político democrático para el país. En este partido militaron miembros de la intelectualidad española del momento: Benito Pérez Galdós, Manuel Azaña, José Ortega y Gasset y Manuel García Morente. El PR era un partido de inspiración republicana, pero dispuesto a gobernar en una monarquía democrática, al considerar que, en democracia, la cuestión de la forma de gobierno (monarquía o república) era accidental. En las filas del Partido Reformista de Melquíades Álvarez militarán los intelectuales de la generación del 14 (“hijos del 98”) y lo mejor del republicanismo histórico. Tras proclamarse la Segunda República en 1931, Melquíades Álvarez reconstruiría el Partido Reformista con el nombre de Partido Republicano Liberal Demócrata.

El 23 de marzo de 1914, el filósofo José Ortega y Gasset da una conferencia en el Teatro de la Comedia de Madrid titulada Vieja y Nueva política, en la que contraponía la España oficial a la España vital:

 

«Lo que sí afirmo es que todos esos organismos de nuestra sociedad –que van del Parlamento al periódico y de la escuela rural a la Universidad–, todo eso que, aunándolo en un nombre, llamaremos la España oficial, es el inmenso esqueleto de un organismo evaporado, desvanecido, que queda en pie por el equilibrio material de su mole, como dicen que después de muertos continúan en pie los elefantes. Esto es lo grave, lo gravísimo. [...] Hay épocas de brinco y crisis subitánea, en que una multitud de pequeñas variaciones acumuladas en lo inconsciente brotan de pronto, originando una desviación radical y momentánea en el centro de gravedad de la conciencia pública.

Y entonces sobreviene lo que hoy en nuestra nación presenciamos: dos Españas que viven juntas y que son perfectamente extrañas: una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia. [...] Las nuevas generaciones advierten que son extrañas totalmente a los principios, a los usos, a las ideas y hasta al vocabulario de los que hay rigen los organismos oficiales de la vida española. [...] No nos entendemos la España oficial y la España nueva, que, repito, será modesta, será pequeña, será pobre, pero que es otra cosa que aquella; no nos entendemos. [...] La España oficial consiste, pues, en una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas y que, apoyados por las sombras de unos periódicos, hacen marchar unos Ministerios de alucinación. [...] Las clases gobernantes durante siglo han gobernado mal no por casualidad, sino porque la España gobernada estaba tan enferma como ellas. [...] Y si fuera, como es para el Estado español, lo más importante el orden público, es menester que declaremos con lealtad que no es para nosotros lo más importante el orden público, que antes del orden público hay la vitalidad nacional. [...]

Aquel apartamiento de la política de las nuevas generaciones, esa senilidad, esa desintegración fatal de los partidos vigentes, esa conducta de fantasmas que llevan los organismos de la España oficial frente a la nueva, debían recibir una sencilla denominación histórica; eso tiene un nombre, hay que ponérselo: es que asistimos al fin de la crisis de la Restauración.» [Ortega y Gasset: “Vieja y Nueva Política” (1914). En Obras Completas. Madrid: Revista de Occidente, 1963, vol. I, p. 271 ss.]

Ortega define la Restauración como la detención de la vida nacional, como un panorama de fantasmas, y Cánovas el gran empresario de la fantasmagoría, un sistema político para el que lo más importante es el orden público, la paz y la reconciliación: «No haya vencedores ni vencidos», dirá Cánovas.

 

«Y para que sea imposible hasta el intento de atacarlos, el partido conservador, y Cánovas haciendo de buen Dios, construye, fabrica un partido liberal domesticado, una especie de buen diablo o de pobre diablo, con que se complete este cuadro paradisíaco. [...] Se hace del monarquismo un dogma sobrenatural indiscutible, rígido. Y eso, eso es lo único que antepone Cánovas al orden público y que identifica con España. Sus palabras fueron: «Sobre la paz está la Monarquía». [...] La frase de Cánovas fue al punto contestada por la extrema izquierda de este modo: «Para nosotros, sobre la paz está la República». Y he aquí dos esquemas simplistas. Monarquía y República, puestos sobre todas las cosas nacionales. Medio país ocupado en garantir el orden público en nombre de la Monarquía y el otro medio país ocupado en subvertirle en nombre de la República.» [Ortega y Gasset: l. cit., p. 281-282]

Las décadas de 1910 y 1920 vieron cómo la crisis se acentuaba. La guerra en Marruecos era altamente impopular y carecía de beneficios económicos, pero era una cuestión de honor para el ejército, que se hallaba dividido por el sistema de ascensos entre los “africanistas” que defendían los méritos de guerra y los “peninsulares” que preferían la antigüedad. Esto desembocó en una crisis interna, en la que se formaron juntas de defensa. Sin embargo, el ejército fue determinante en el fracaso de la huelga general de 1917. Con el paso del tiempo, la suspensión de garantías constitucionales y el estado de excepción se fueron haciendo normales como forma de combatir el pistolerismo.

En 1921, el líder rifeño Abd-el-Krim derrotó al ejército español en Annual, en lo que fue un duro revés al dominio español de Marruecos. El "desastre de Annual" motivó una comisión investigadora parlamentaria y la redacción de un informe (Expediente Picasso) sobre la situación del ejército en Marruecos y las responsabilidades de la derrota que se convirtió en una dura crítica al régimen político y que llegaban hasta el rey.

En los primeros años del reinado de Alfonso XIII la alternancia en el poder de conservadores y liberales fue rápida, por la crisis interna de las agrupaciones políticas en las que se basaba la Restauración. En 1907, Antonio Maura se hizo cargo del poder y consolidó el liderazgo del Partido Conservador.

En los tres años del gobierno largo de Antonio Maura las Cortes tuvieron que enfrentarse a más de 250 proyectos de ley, entre los que destacaban los de índole económica de marcado carácter proteccionista y los referentes a temas sociales, acordes con las nuevas preocupaciones del grupo: creación del Instituto Nacional de Previsión, Tribunales Industriales, ley del descanso dominical.

Los proyectos estrella del gobierno conservador de Maura fueron la reforma electoral de 1907, que convirtió el voto de un derecho en un deber, reguló la composición de las Juntas del Censo Electoral y posibilitó el recurso a los tribunales en caso de irregularidades, y la Ley de Administración Local que pretendía reforzar los poderes del municipio, asumiendo de algún modo reivindicaciones del nacionalismo catalán y que no llegó a ser aprobada bajo su mandato. Son ejemplo de la legislación reformista desde arriba que propugnaban ciertos sectores de la clase política, pero al mismo tiempo son también prueba irrefutable de sus limitaciones.

Muchos grupos políticos proclamaban la necesidad de corregir el desajuste entre la Constitución legal y la realidad social del país, eliminando el caciquismo y dando acceso a la acción política a las formaciones que quedaban marginadas por el sistema electoral caciquil. Pero todos estos grupos se revelaron como incapaces de emprender una reforma constitucional en profundidad.

La falta de voluntad verdaderamente reformista, la continua demora en llevar a cabo las reformas exacerbó a las fuerzas ajenas al sistema que fueron tomando la iniciativa en la calle, con lo que las tensiones sociales crecían en las zonas más conflictivas.

José Canalejas y el reformismo liberal

Segismundo Moret (1838-1913), fue presidente del gobierno en varias ocasiones (1905-1906; 1906; 1909-1910). En el último periodo de su presidencia desarrolló su principal labor gubernamental como destacado dirigente del Partido Liberal. El 1 de diciembre de 1905 consiguió acceder a la presidencia del gobierno, pero se vio forzado a dimitir el 6 de julio de 1906 al no contar con la mayoría suficiente en las Cortes, aunque volvió a desempeñar brevemente y en iguales condiciones tan alto cargo desde el 30 de noviembre hasta el 4 de diciembre de ese mismo año. Tras los dramáticos sucesos de la Semana Trágica en 1909, el 21 de octubre volvió a alcanzar la presidencia del gobierno, pero nuevamente hubo de dimitir el 9 de febrero del año siguiente al no conseguir el apoyo liberal que le permitiera lograr la disolución de las Cortes y una nueva convocatoria con la que obtener una mayoría parlamentaria que respaldara su proyecto.

Moret había sido el principal protagonista de las críticas contra Maura desde el Partido Liberal. La hostilidad con que se encargó de la oposición le costó el cargo. En febrero de 1910 fue sustituido por José Canalejas, político de sólido espíritu reformista.

José Canalejas y Méndez (1854-1912), gobierno (1910-1912), intentó acabar con el caciquismo y, desde las filas del Partido Liberal, participó del ideario del regeneracionismo. Presidente del Congreso de los Diputados en 1906, tras liderar una de las disidencias liberales pasó, un año más tarde, a ejercer la jefatura de un partido sumamente dividido entre sus seguidores y los de Segismundo Moret.

Los sucesos de la Semana Trágica de 1909, que acabaron por provocar la caída del conservador Antonio Maura, facilitaron el retorno del Partido Liberal a la presidencia del gobierno. Canalejas sustituyó en ella a Moret el 9 de febrero de 1910. Durante su jefatura gubernamental, planteó la cuestión religiosa, en la conocida popularmente como ‘Ley del Candado’ de 1910, conflictiva norma que delimitaba de forma rigurosa las áreas de influencia de la Iglesia y el Estado. En el orden social, impulsó medidas de regulación laboral y, en 1911, eliminó determinados impuestos, así como decretó la obligatoriedad del servicio militar.

En 1911 hubo de intervenir en la denominada guerra de Marruecos, dando comienzo a la negociación de los tratados que darían lugar más tarde a la creación del Protectorado de Marruecos. Con respecto al problema planteado por el nacionalismo catalán, en julio de 1912 consiguió que el Congreso de los Diputados aprobara su proyecto de mancomunidades (agrupaciones de provincias o municipios).

En los casi tres años que estuvo en el gobierno, Canalejas se enfrentó al problema religioso, la democratización del servicio militar, el tema fiscal, la reforma social, la de la administración local y regional, enfrentándose para ello incluso con sectores de su propio partido.

Dos de las medidas más esperadas por las clases populares fueron la abolición del impuesto de consumos y la reforma de la ley de reclutamiento, que hacía el enrolamiento obligatorio en tiempo de guerra. Otras, muy conocidas, como sus medidas en el ámbito de las relaciones con la Iglesia, como la famosa Ley del Candado (que prohibía el establecimiento sin permiso de nuevas órdenes religiosas en España), la renegociación del Concordato, su actitud más abierta hacia otras confesiones religiosas, fueron más llamativas que eficaces. Se le acusó de anticlerical furibundo, cuando en realidad sólo buscaba establecer una relación más moderna entre la Iglesia y el Estado.

La otra gran reforma fue la de la administración local y regional. Centralista en sus orígenes, Canalejas había evolucionado hacia posturas más dialogantes, forzado quizás por la presencia de los catalanistas en la vida política del Principado. Su Ley de Mancomunidades, que permitiría la formación de un órgano unitario de administración para toda Cataluña, no llegó a satisfacer plenamente todas las expectativas y le ocasionó serios problemas con sectores de su partido, algunos de cuyos diputados, entre ellos Moret, votaron en contra. En cualquier caso, murió sin ver la ley ratificada por el Senado.

Poco después de hacer frente a una huelga de los obreros ferroviarios, el 12 de noviembre de 1912, Canalejas era asesinado en plena calle de un disparo por el anarquista Manuel Pardiñas.

Su muerte ocasionó serios problemas, no solo al Partido Liberal, sino al propio régimen. Las divisiones y disidencias dificultarían el turno pacífico y terminarían con las esperanzas de una reforma desde dentro.

Los intentos de reforma del Partido Reformista

En abril de 1912, las diferencias y encontronazos políticos de Melquíades Álvarez con los partidos dinásticos y con las fuerzas del republicanismo ortodoxo le llevaron a fundar, junto con Azcárate, su propio partido político, el Partido Reformista, que se dio a conocer siguiendo la moda de la época en un gran banquete, celebrado en esta ocasión en el Palacio de Industrias del Retiro. La plasmación intelectual y teórica del nuevo partido se concretó en torno a la Liga de Educación Política Española, que englobaba a un gran número de intelectuales y con el periódico España, dirigido por Ortega y Gasset.

En el Partido Reformista fue sumando los apoyos de lo más granado de la intelectualidad española: Manuel Azaña, José Ortega y Gasset, Manuel García Morente, Fernando de los Ríos, Américo Castro, Teófilo Hernando, Alfredo Martínez, Federico de Onís, Augusto Barcia, Adolfo González Posada, Pedro de Répide, Ricardo de Orueta, Gustavo Pittaluga Fattorini, Gumersindo de Azcárate, Víctor Ruiz Albéniz, Benito Pérez Galdós, Enrique de Mesa, Enrique Díez Canedo, Filiberto Villalobos, Rafael Mariz de Labra, Miguel Moya, Luis Zulueta y Escolano, Luis Simarro Lacabra, Toribio Fernández Morales.

El reformismo no aspiraba tanto a recrear el liberalismo, como hacerlo auténtico, frente a la práctica corrupta fomentada por la antigua clase política. Ante todo era laico y ya en su programa de 1912 propugnaba la modificación del artículo 11 de la Constitución, que declaraba la confesionalidad católica del Estado. Se mantenía neutral en cuanto a la forma de gobierno: había siempre la posibilidad de defender una Constitución republicana, pero su fin inmediato era que el Monarca se reconociese “esclavo de la opinión”, es decir que no interviniera en la vida parlamentaria.

En octubre de 1914, en el célebre banquete ofrecido en su honor en el Hotel Palace de Madrid y ante dos mil comensales, el líder del partido reformista declaraba su posición posibilista:

 

«Representamos en la política una fuerza que no vacila en declarar que para ella las formas de gobierno son accidentales transitorias, que por encima de las formas de Gobierno coloca y colocará siempre el progreso de la patria, el afianzamiento de la libertad, el imperio de la democracia; y si la monarquía no es obstáculo para el triunfo de estos ideales, nosotros gobernaremos con la monarquía, porque al hacerlo tenemos la convicción de servir en primer término la causa del progreso y el interés de la nación.»

En el programa del Partido Reformista se recogieron todos los postulados del republicanismo tradicional incluyendo su condena a las tendencias totalitarias o clasistas: «Hoy y siempre he sido socialista, pero la República no puede ser colectivista. No postularemos jamás la lucha de clases, ni la dictadura del proletariado, ni la abolición de la propiedad individual?» Pero no rompieron amarras con el socialismo.  Melquíades Álvarez era favorable a cualquier estrategia que mejorase las condiciones de la sociedad, llegando incluso a entrevistarse con el rey Alfonso XIII y a mostrarse dispuesto a colaborar con la monarquía.

Alejandro Lerroux y los líderes republicanos veían un error aliarse con partidos representantes de la burguesía conservadora, que siempre estarían dispuestos a hacer todo para sostener la monarquía. Por eso veían conveniente acercarse al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) de Pablo Iglesias, con el fin de forzar desde afuera la caída del régimen. Frente a esta postura, Gumersindo de Azcárate y Melquíades Álvarez, llamados los gubernamentales, buscaban el diálogo con el ala progresista del Partido Liberal dinástico para desde dentro del régimen transformar la monarquía y preparar el camino para la república.

El asesinato del liberal José Canalejas en 1912 pone fin a la «revolución desde arriba» y los años tranquilos de Alfonso XIII. Los partidos turnantes son incapaces de ponerse de acuerdo sobre quién le toca ahora presidir el Gobierno. El rey parecía dispuesto a una renovación de la vida política cuando a mediados de enero de 1913 recibió en Palacio a tres distinguidos intelectuales: Azcárate, Cossío y Ramón y Cajal. Los reformistas de Melquíades Álvarez estaban dispuestos a gobernar con el rey si la monarquía aceptaba democratizarse. Ortega daba la consigna de hacer la experiencia monárquica, con la expectativa de que el rey procediera a una reforma constitucional que hiciera del régimen una democracia auténtica. Pero el reformismo no estaba en condiciones de ejercer presión sobre el rey, y el monarca no hizo nada. El rey no tenía las intenciones que se le atribuían y siguió llamando a los jefes de los partidos dinásticos para formar gobierno. La espera de una iniciativa real se fue apagando.

Los intelectuales comenzaron a despertar de la ilusión de que el rey reina pero no gobierno cuando en 1917 el monarca despide a Romanones y encarga el gobierno a Dato. Los reformistas esperaban que el monarca llamara el reformista Melquíades Álvarez y le confiara el encargo de formar Gobierno con objeto de convocar elecciones a Cortes Constituyentes para acabar de una vez con la “vieja política” (Ortega). El rey llamó a Melquíades Álvarez a Palacio. El político reformista le dijo al rey que los reformistas solo participarían en el Gobierno si, aprobados los presupuestos, se disolvían las Cortes y se convocaban Cortes Constituyentes que modificaran radicalmente la Constitución actual: la desaparición de los privilegios de la realeza, incompatibles con el principio fundamental de la soberanía popular.

«Melquíades Álvarez era, por temperamento, republicano y tenía convicciones doctrinales republicanas, y siendo así, no sentía empacho alguno en prometer que si las Cortes consagraban con sus votos la legitimidad, la nacionalización de la monarquía, él serviría lealmente a la monarquía, porque así servía a los intereses del pueblo.

El Rey no tomó en consideración ni las llamadas de los intelectuales a liquidar la vieja política y abrir paso franco a la nueva, ni la oferta, tan sensata por lo demás, del líder reformista. “¿Se intentará contra la voluntad de España, entregar el poder a la vieja política?”, se preguntaba El Sol el 7 de noviembre de 1918 al dar cuenta de la dimisión de Maura, temeroso de que la nueva España, que ya alienta y combate, sufriera una nueva frustración. Pues sí, eso exactamente er lo que se intentaba. Dos días después de la crisis, y tras un fallido encargo al conde de Romanones, Manuel García Prieto recibió entre la carcajada, la indignación y el pesimismo general el encargo de suceder a Maura al frente del Gabinete. La política española sigue ignorando la transformación que sufre el mundo, titulaba El Sol, que contraponía la abdicación de Guillermo II, fin de la vieja Europa, al nombramiento de García Prieto, reafirmación de la vieja España. [...] Así se cerraba la gran crisis, con una dramática vuelta a la más vieja política, con un retorno a aquel régimen que la nueva España rechazaba por inmoral y por promovedor de desastres. [...]

En resumen, de la crisis de noviembre de 1918 a la de mayo de 1829, subieron y, y bajaron de la presidencia del Consejo los señores García Prieto, Figueroa, Maura, Sánchez de Toca, Allendesalazar y Dato: todos viejos políticos; todos conformando una senectud, como lo verá en pocos años Manuel Bueno, al identificar su historia con la de los desastres coloniales, “más pendientes de sus reumatismos y sus bronquitis que de las inquietudes de la Patria” (ABC, 04.03.1930).» [Juliá 2004: 172-174]

Tras la crisis de 1917, los republicanos comenzaron a tomar partido claramente contra la monarquía. Decepcionados por la actitud del monarca, los reformistas se sumaron a la coalición revolucionaria, que se deshizo tras la huelga general de agosto convocada por socialistas y anarquistas. Los propietarios defendieron el sistema que garantizaba el orden. El régimen sobrevivió al intento de revolución, pero no sacó ninguna lección de lo sucedido y siguió apoyándose en los dos partidos dinásticos como hasta ahora. Los partidos dinásticos estaban tan divididos que eran incapaces de conseguir mayorías estables, por lo que el rey tuvo que echar mano de gobiernos de concentración con integrantes de todo el arco de fuerzas de los partidos dinásticos.

Los republicanos radicales de Lerroux se fueron distanciando de los reformistas de Melquíades Álvarez, cuando el Partido Reformista se ofreció como sustituto del Partido Liberal dinástico para alternar con los conservadores en el Gobierno. Ante este giro de los reformistas, muchos intelectuales republicanos, que con la fundación del Partido Reformista en 1912 habían visto en el reformismo una posibilidad de democratizar el régimen, comenzaron a distanciarse de Melquíades Álvarez.

Los republicanos radicales de Lerroux se había moderado tanto que ya no eran capaces de presionar para provocar la caída de la monarquía. Tras el desastre de Annual en 1921, los radicales exigen depurar responsabilidades, pero defienden que España prosiga su política colonial en Marruecos.

Serán los reformistas quienes en diciembre de 1922 lleguen a formar parte de un gobierno de concentración liberal, presidido por Manuel García Prieto, con un ministro reformista y un programa de democratización de la monarquía. Pero esta sería su última oportunidad antes de que colapsar definitivamente el sistema parlamentario de la Restauración.

El reformista Melquíades Álvarez había iniciado una evolución ideológica, abandonando el discurso fervientemente republicano de su juventud, que determinó la ruptura de la conjunción y ulteriormente su connivencia con la monarquía. En 1922 y en el marco de las tensiones derivadas del desastre de Annual, el líder reformista aceptó la presidencia del Congreso de los Diputados (15 de marzo de 1922 a 6 de abril de 1923) que le ofrecía Alfonso XIII. Un importante sector de los seguidores del reformismo reprobó este cambio de posición de su líder, considerado por muchos como una traición, y fueron abandonando paulatinamente las filas del reformismo para ingresar en formaciones estrictamente republicanas.

Durante la dictadura de Primo de Rivera, Melquíades Álvarez se opuso al golpe militar y redactó un manifiesto en 1926 con un grupo de políticos monárquicos defensores del sistema constitucional. Participó en la “Sanjuanada”. Con el advenimiento de la Segunda República, el Partido Reformista que lideraba se convirtió en el Partido Liberal Demócrata. Sus apoyos fueron decreciendo significativamente y quedó desacreditado a ojos de las fuerzas obreras y de las republicanas. Formó coalición con Acción Popular para las elecciones de 1933 y, aunque rehusó el cargo de ministro, varios miembros de su partido entraron en el gobierno de Alejandro Lerroux. Al estallar la Guerra Civil fue detenido y ejecutado en la Cárcel Modelo de Madrid el 22 de agosto de 1936.

permanente crisis política durante el reinado de Alfonso XIII

El reinado de Alfonso XIII fue un período de permanente crisis política debido a diversos factores:

El intervencionismo de Alfonso XIII que no se limitó al papel de árbitro que le asignaba la constitución de 1876 y apoyó a los sectores conservadores del ejército, lo que llevaría a la dictadura de 1923.

La desaparecer los líderes históricos de los partidos dinásticos, surgen las disensiones internas en el Partido Conservador y el Partido Liberal.

El caciquismo y la manipulación electoral se debilita por el desarrollo del voto urbano.

Crece la oposición al régimen de alternancia política de los dos partidos dinásticos; los republicanos, nacionalistas, socialistas y anarquistas, hasta entonces fuera del juego democrático, se van haciendo cada vez más presentes.

En 1917 tres fuerzas ajenas la oligarquía turnante o exluidas del juego político demandarán con fuerza reformas del sistema político: el ejército, el nacionalismo catalán y el movimiento obrero.

A partir de 1917 se asiste ya a la descomposición del sistema que tan útil había resultado, dando paso a unos años de desorganización y violencia que culminarían en el golpe de Estado del general Primo de Rivera. La inestabilidad política se intenta paliar mediante gobierno de coalición y alianzas continuas, ya que ninguno de los dos partidos dinásticos conseguía suficientes mayorías para formar gobiernos sólidos.

Los gobiernos tuvieron que enfrentarse a graves problemas sociales:

Las luchas sociales enfrentan a patronos y trabajadores.

Aumenta el anticlericalismo y las protestas contra el poder que la Iglesia tiene en lo que concierne a la enseñanza.

Tras el desastre colonial de 1898, el ejército era el blanco de las críticas por parte de los republicanos, los socialistas y los nacionalistas periféricos. Los militares se sentían humillados y desconcertados.

Se va consolidando el movimiento nacionalista en Cataluña y el País Vasco; los partidos de turno no encuentran vías de negociación. En 1905 estalló una grave crisis en Cataluña con la victoria de Lliga Regionalista de Cambó y Prat de la Riba en las elecciones locales, lo que alarmó al ejército que veía peligrar la unidad del país. Ante la crítica al ejército, el Gobierno aprobó en 1906 la Ley de Jurisdicciones: las críticas al ejército son consideradas como críticas a la Patria y serán juzgadas por la jurisdicción militar. Como reacción se formó una nueva coalición, la Solidaritat Catalana, que consiguió una clara victoria electoral en 1907.

El líder del Partido Conservador, Antonio Maura, llegó al poder en 1907 y modificó la ley electoral, estableció el Instituto Nacional de Previsión e intentó sin éxito aprobar una tímida autonomía para Cataluña. Su proyecto reformista se derrumbó en 1909.

La Conferencia de Algeciras de 1906 había repartido el territorio marroquí entre Francia y España, dejando la franja norte para España, pero en 1909 estalla la guerra de Marruecos, que provocará un rechazo de las clases populares que se niegan a luchar por la colonia. La opinión pública se distancia del ejército.

La industrialización desde principios de siglo fomentó el auge de los movimientos obreros, que culmina en 1907 con la creación de Solidaridad Obrera, organización anarquista, como respuesta a la nacionalista Solidaritat Catalana, creada por la burguesía de Cataluña.

En enero de 1908, Alejandro Lerroux crea el Partido Republicano Radical o Partido Radical, que comenzó a participar con cierto relieve en la política española durante la Semana Trágica (1909), alcanzando el poder municipal barcelonés al año siguiente. Entre sus principales dirigentes, especialmente durante el exilio de Lerroux (1908-1909), cabe destacar al krausista Hermenegildo Giner de los Ríos, hermano y colaborador de Francisco Giner de los Ríos.

En julio de 1909 un ejército español mal equipado provocó el desastre del Barranco del Lobo en Marruecos, que se saldó con miles de soldados pudriéndose en las arenas del Rif. Antonio Maura movilizó a los reservistas, lo que provocó descontento popular contra la nueva política colonial y la retórica patriótica de la derecha que enviaba a los soldados de la clase obrera a la guerra mientras que los hijos de ricos se libraban pagando mil quinientas pesetas.

La guerra de Marruecos provocó las revueltas sangrientas de la Semana Trágica de Barcelona de 1909. Los obreros de Barcelona y Madrid se rebelaron contra la movilización de reservistas para luchar en Marruecos. La Semana Trágica se saldó con un centenar de muertos, heridos y devastaciones. La dura represión gubernamental culminó con juicios sin garantías y con la ejecución del pedagogo anarquista y fundador de la Escuela Moderna, Francisco Ferrer y Guardia.

En la guerra de Marruecos, los primeros choques militares se saldaron con el Desastre del Barranco del Lobo en julio de 1909, con más de mil doscientas bajas españolas.

Como consecuencia de la dura represión de la Semana Trágica, el programa reformista de Antonio Maura quedó frustrado. El socialista Pablo Iglesias, fundador del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), es elegido en 1910 como diputado.

El 1 de noviembre de 1910 se funda en Barcelona la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), unión confederal de sindicatos autónomos de ideología anarcosindicalista, adherida a la organización de carácter mundial Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT). Se la conoce por este motivo también con el nombre de CNT-AIT. Se creó a partir de grupos organizados en torno al sindicato Solidaridad Obrera y recogió el testigo del espíritu del movimiento anarquista español que se traza desde la creación de la Federación Regional Española (FRE), más tarde Federación de Trabajadores de la Región Española (FTRE), organización que sucedió a la sección española de la Primera Internacional.

Será el político liberal José Canalejas quien intente llevar a cabo el último intento regeneracionista dentro del sistema de la Restauración: servicio militar obligatorio en tiempos de guerra, ley del "candado", Ley de Mancomunidades que se vio finalmente frustrada en el Senado. Este programa reformista quedó truncado con el asesinato de Canalejas por un anarquista en 1912. A partir de este momento, la crisis del turnismo, de la alternancia en el poder de los partidos dinásticos de la Restauración, entrará en crisis permanente.

Durante el reinado de Alfonso XIII (1902-1931) se intentaron algunas soluciones para vencer las dificultades con que tropezaba la organización de la sociedad española. La primera fue la aplicación correcta del régimen parlamentario, tal como estaba regulado en la Constitución de 1876 y como Antonio Cánovas, autor, no había querido desarrollar. El artífice de esta política de reformas fue la del conservador Antonio Maura. Su gran idea fue la reforma de la administración local con el objeto de descuajar el caciquismo y dar cabida a los deseos autonomistas de Cataluña. Pero los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona (1909) determinaron el fracaso del intento de reforma. Más tarde, el liberal José Canalejas preconizó algunos avances, pero su asesinato y la declaración de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) dieron al traste con aquella esperanzadora experiencia reformista.

En agosto de 1917 estalló la Huelga general revolucionaria en Barcelona, provocada por el malestar social. Fue convocada por la Unión General de Trabajadores (UGT), sindicato socialista, y el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), y apoyada en algunos lugares por el sindicato anarquista Confederación Nacional del Trabajo (CNT), impresionados por los acontecimientos de la revolución bolchevique en Rusia. Se iniciaron tres días de protestas, quemas de conventos, enfrentamientos con el ejército. La huelga tuvo un amplio seguimiento en las ciudades y se saldó con un centenar de muertos y miles de detenidos.

Una Asamblea Nacional de Parlamentarios, constituida en Barcelona por setenta diputados y senadores de la Lliga Regionalista, republicanos, socialistas e incluso algún miembro del partido liberal, demandó un cambio de gobierno y la convocatoria de Cortes Constituyentes.

Ante la amenaza de revolución obrera, las Juntas de Defensa apoyaron la represión contra los huelguistas. La dimisión de Eduardo Dato y la formación de un gobierno de coalición con la Lliga Regionalista desactivó la Asamblea de Parlamentarios.

La Primera Guerra Mundial (1914-1918) dividió al país entre aliadófilos (liberales e izquierdas) y germanófilos (derechas conservadoras), pero trajo, al mismo tiempo, un periodo de prosperidad económica. España se declaró neutral y se convirtió en abastecedora de muchos productos para los países contendientes.

La neutralidad de España en la Primera Guerra Mundial contribuyó al auge económico, pero el reparto social de los beneficios del boom económico fue socialmente desigual. Mientras algunos se enriquecieron con la guerra, la clase trabajadora tuvo que sufrir los efectos de una creciente inflación que llevaron a una profunda crisis.

Los oficiales del ejército en la Península (los “peninsulares”) comenzaron a protestar contra los rápidos e inmerecidos ascensos de los oficiales que habían luchado en Marruecos (los "africanistas"). El conflicto culminó con la creación de las Juntas de Defensa. El gabinete conservador de Eduardo Dato aceptó las reivindicaciones de unas juntas que rompían la disciplina militar y se resistían a someterse al poder civil. Amparadas por el rey ejercieron como grupo de presión militar sobre el poder civil, interviniendo activamente en la vida política y contribuyendo así a la crisis del régimen de la Restauración.

El resultado de estas reivindicaciones fue la Ley del Ejército de junio de 1918 que trajo la subida de los sueldos y la regulación de los ascensos por una Junta de Clasificación que frenó los ascensos espectaculares por méritos de guerra como había sido el caso de Francisco Franco, que en 1926 se había convertido en el general más joven de Europa con tan solo 33 años.

Las huelgas y protestas alentadas por los anarquistas se encontraron con una dura represión del nuevo gobierno de Antonio Maura, con el pleno apoyo de la burguesía catalana. Para contrarrestar la "acción directa" de los anarquistas, el sector más duro de la patronal creó el denominado Sindicato Libre, grupo de pistoleros que actuó con el apoyo policial. La aplicación de la "Ley de Fugas", pura y simple ejecución sin juicio de los detenidos exacerbó aún más el conflicto.

La respuesta anarquista llegó en 1921 con el asesinato de Eduardo Dato, presidente del gobierno. Dos años después, el líder anarquista Salvador Seguí moría asesinado.

El 14 de noviembre de 1921 se funda el Partido Comunista de España (PCE), marxista, a raíz de una escisión del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) formada por personas disconformes con la socialdemocracia y cuya intención inicial era sumarse a la III Internacional convocada por Lenin. Fundado en sus orígenes por la unión del Partido Comunista Español y el Partido Comunista Obrero Español (PCOE), se caracterizó por su lucha contra la dictadura franquista.

El desastre de Annual en 1921. El el 22 de julio de 1921 los marroquíes de la colonia española, dirigidos por Abd-el-Krim, atacaron las posiciones que defendían la ciudad de Melilla y las desbordaron. El ejército español sufrió una derrota humillante, con unas catorce mil bajas. Ante la presión de la opinión pública, se encargó al general de división Juan Picasso la redacción de un informe sobre el desastre de Annual y el abandono de las posiciones. El Gobierno veía que el Informe Picasso dañaba la imagen de Alfonso XIII, criticado por sus injerencias en asuntos militares y por la sospecha de que el monarca hubiera influido en la aventura del general Silvestre en África.

La crisis de los gobiernos de la Restauración comenzó en 1917 con los gobiernos de concentración. Entre 1917 y 1923 se sucedieron trece gobiernos: cuatro liberales, ocho conservadores y uno de concentración. Esta inestabilidad demostraba claramente la crisis del sistema. Tras veintitrés crisis de Gobierno entre 1917 a 1923, era imposible mantener los fundamentos de la Restauración: la alternancia en el poder de los dos partidos dinásticos, la manipulación electoral y el caciquismo.

En 1923, el régimen de la Restauración estaba ya en plena decadencia y era incapaz de solucionar los tres problemas clave: el de Marruecos, la radicalización de los movimientos obreros (auge del anarquismo) y el regionalismo, cuya problemática era más aguda en Cataluña que en otras regiones. Poco antes de darse a conoce el informe Picasso, el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, da un golpe de Estado en septiembre de 1923 y exige tomar las riendas del Gobierno, a lo que Alfonso XIII accede, sancionando así la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930). Miguel Primo de Rivera, da un golpe de Estado, suspende la Constitución y abre una etapa de dictadura que durará hasta su dimisión en 1930. Los responsables del desastre de Annual se iba así de rositas y jamás serían juzgados.

La pérdida de apoyos de la Monarquía de Alfonso XIII

A lo largo de 1930 se fueron acumulando todos los síntomas que anunciaban que no sería posible la vuelta a la situación anterior a 1923, porque la Monarquía estaba aislada. Los sectores sociales que siempre la habían apoyado, como los patronos y los empresarios, comenzaron a abandonarla porque desconfiaban de su capacidad para salir de "aquel embrollo”. Tampoco dispuso la Monarquía del apoyo de la clase media (la influencia de la Iglesia en este sector estaba reduciéndose sustituida por las ideas democráticas y socialistas), y los intelectuales y los estudiantes universitarios mostraron claramente su rechazo al rey.

Uno de los pocos apoyos con que contaba la Monarquía era la Iglesia Católica (que le guardaba reconocimiento por haber restaurado su tradicional posición en la sociedad), pero la Iglesia se hallaba a la defensiva frente a la marea de republicanismo y democracia que estaba viviendo el país.

El otro apoyo era el Ejército, que acababa de pasar por una experiencia de poder que había abierto brechas en su seno y en un sector del mismo se estaba resquebrajando la fidelidad al rey. "Quizá el ejército nunca participaría como tal en una conjura contra la Monarquía pero tampoco haría nada, llegado el caso, para salvar el trono e incluso no pocos militares se apresuraron a prestar su colaboración a los conspiradores antimonárquicos".

«Con los militares le ocurrió al rey Alfonso XIII algo similar a lo que había pasado con los políticos. Su personal gusto por el mando, la concepción de su función como “rey soldado”, las aventuras coloniales, su recurso al ejército para mantener el orden público y el paso decisivo de utilizar la corporación militar para el gobierno del Estado acabaron por crear en amplios sectores militares una extendida desafección cuando no una clara hostilidad hacia el monarca. El arma de artillería nunca volvió a manifestarse leal al Rey.» [Juliá 1999: 71]

«Exiliarse fue una decisión personal del rey, si bien no abdicó. Ahora bien, el monarca tomó la decisión después de saber que ni el Ejército ni la Guardia Civil estaban dispuestos a reprimir al pueblo y a oponerse al resultado de las elecciones.» [Paul Preston]

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