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Panorama político del siglo XIX (comp.) Justo Fernández López España - Historia e instituciones
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FECHAS QUE JALONAN LA HISTORIA DE ESPAÑA EN EL SIGLO XIX
1808-1814
Guerra de la Independencia contra los franceses.
1812
Constitución liberal de Cádiz
1814-1833
Restauración de la monarquía absoluta: Fernando VII
1820-1823
Trienio Liberal o Constitucional.
1823-1833
Década Ominosa – Absolutismo de Fernando VII
1833-1843
Regencia de María Cristina – Periodo liberal
1834
Regreso de los emigrados liberales a la muerte de Fernando VII
1844-1854
Década moderada - Moderantismo
1868-1874
Revolución: La Gloriosa (1868) trajo la caída de la monarquía borbónica. Sexenio Democrático o Revolucionario
1874
Restauración de la monarquía en la persona de Alfonso XII. Alternancia en el poder de los dos partidos dinásticos: Turnismo
1898
Desastre colonial: España pierde las últimas colonias (Cuba, Puerto Rico, Filipinas)
Cuando España entró en el siglo XIX, seguía siendo una sociedad estática. La población, la riqueza y el trabajo estaban concentrados en el sector primario o agrario. Tres cuartas partes de la población vivía en el campo. El país había experimentado un notable aumento de población, pero la producción agrícola no había crecido al mismo ritmo que la población. El desarrollo industrial era insuficiente para absorber el excedente de población. No se había formado una clase media fuerte que pudiera mantener el equilibrio entre los conservadores reaccionarios y los liberales extremistas. Este papel de árbitro habría de recaer en el ejército.
Las reformas del rey Carlos III (1759-1788), el representante más genuino del despotismo ilustrado español, habían sembrado la semilla del cambio político-social. La ideología progresista de finales del XVIII sentaría los cimientos del liberalismo. La propaganda del ejército invasor napoleónico también contribuyó a este fin. La Constitución liberal de Cádiz (1812) alentaría los movimientos liberales durante décadas, aunque no llegó nunca a triunfar del todo: la historia del siglo XIX-XX es la historia de su fracaso político.
«La invasión napoleónica galvanizó la conciencia nacional y desembocó en uno de sus momentos más admirables: el levantamiento del dos de mayo de 1808, que hizo estallar un vasto movimiento de liberación. Pero el éxito de este entusiasmo colectivo, respaldado por las victorias de Wellington, no ocasionó ningún cambio inmediato en las instituciones ni en los grupos de poder. Lo único que se consiguió con esta lucha antifrancesa fue intensificar la adhesión de las masas hacia las llamadas tradiciones castizas del catolicismo, el nacionalismo y el acatamiento del arbitrario poder de la monarquía que les unía al pasado imperial de España. El regreso de Fernando VII en 1814 de un exilio ignominioso fue saludado con gritos de “¡Vivan las cadenas!”, y abrió un período de negra reacción que envió al exilio sucesivas oleadas de liberales hasta la muerte del rey en 1833.» [Shaw, Donald L.: Historia de la literatura española. El siglo XIX. Barcelona: Ariel, 81983, p. 16]
Cuando los diplomáticos españoles asistieron al Congreso de Viena en 1814, representaban un estado victorioso, pero una nación arruinada y dividida. La profunda crisis de España había minado profundamente el imperio español en América, porque muchas de las colonias americanas reclamaban su independencia en las primeras décadas del siglo XIX.
La historia del resto del siglo XIX estaba dominada por el dilema dinástico producido por la muerte sin heredero varón de Fernando VII. La hija subió al trono como Isabel II, pero su tío, el legendario Don Carlos, se opuso, dando lugar a la primera de las Guerras carlistas, que afectaron principalmente a Navarra, el País Vasco y El Maestrazgo, la región que se extiende entre Castellón, Tarragona y Teruel.
«De la consideración de la historia del siglo XIX español se infiere que cualquier cambio político, sin el correspondiente progreso social y económico, está destinado al fracaso. Tres importantes factores obstaculizaron este progreso. Uno fue la actitud egoísta y reaccionaria de los grupos en el poder –el trono, la Iglesia, el ejército y la oligarquía–, expresada en los programas de sus políticos; otro fue el extremismo doctrinario y la ineficacia manifiesta de sus oponentes de la izquierda cuando ocuparon el poder; el tercero y más importante de todos fue la pobreza básica de recursos materiales de España, que impidió el arraigo del progreso material. La perduración de estos impedimentos es el legado más importante del siglo XIX a la España posterior.» [Shaw, Donald L., o. cit., p. 22]
1776 – Declaración de Derechos de Virginia
La Declaración de Derechos de Virginia, adoptada el 12 de junio de 1776, está considerada la primera declaración de derechos humanos moderna de la historia, aunque reconoce un importante antecedente en la Carta de Derechos Inglesa (Bill of Rights) de 1689. Fue adoptada unánimemente por la Convención de Delegados de Virginia como parte de la Constitución de Virginia en el marco de la Revolución Americana de 1776, en la que las trece colonias británicas en América obtuvieron su independencia. A través de la Declaración de derechos de Virginia se animó a las demás colonias a independizarse de Gran Bretaña.
1776-1783 – Independencia de los Estados Unidos
Estados Unidos de América fue el primer país americano en independizarse, declarando su independencia de Gran Bretaña en 1776, la cual fue reconocida mediante el Tratado de París en 1783, firmado entre Gran Bretaña y Estados Unidos, que puso fin a la Guerra de Independencia de los Estados Unidos.
1787 – La Constitución de los Estados Unidos
La Constitución de los Estados Unidos de 1787 se considera como la constitución nacional más antigua que se encuentra en vigencia actualmente en el mundo. Esta constitución estaba inspirada en los principios de igualdad y libertad que defendían los ilustrados franceses y se configuró como la primera carta magna que recogía los principios del liberalismo político estableciendo un régimen republicano y democrático. La independencia y democracia de los EE UU causó un notable impacto en la opinión y la política de Europa.
1789-1799 – La revolución francesa
Desde junio de 1789 hasta 1794 tiene lugar la plena revolución. A partir de 1784 se consolida la revolución burguesa con la República burguesa (1794-1799).
La Revolución francesa convulsionó Francia y, por extensión de sus implicaciones, a otras naciones de Europa que enfrentaban a partidarios y opositores del sistema conocido como el Antiguo Régimen. Se inició con la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional en 1789 y finalizó con el golpe de estado de Napoleón Bonaparte en 1799. La revolución marcó el final definitivo del absolutismo. La corriente de pensamiento vigente en Francia era la Ilustración, cuyos principios se basaban en la razón, la igualdad y la libertad. La Ilustración había servido de impulso a las Trece Colonias norteamericanas para la independencia de su metrópolis europea. Tanto la influencia de la Ilustración como el ejemplo de los Estados Unidos sirvieron de «trampolín» ideológico para el inicio de la revolución en Francia.
1789 – Declaración de los Derechos del Hombre
La Declaración de los Derechos del Hombre aprobada por la Asamblea Nacional Constituyente francesa el 26 de agosto de 1789 es uno de los documentos fundamentales de la Revolución francesa en cuanto a definir los derechos personales y colectivos como universales. Aunque la primera vez que se proclamaron solemnemente los derechos del hombre fue en los Estados Unidos (Declaración de Derechos de Virginia en 1776 y Constitución de los Estados Unidos en 1787), la revolución de los derechos humanos es un fenómeno puramente europeo.
1804-1815 – Napoleón I
Napoleón Bonaparte (1769-1821), emperador de los franceses (1804-1815) que consolidó e instituyó muchas de las reformas de la Revolución Francesa. El Código de Napoleón sirve de base para las leyes de muchos países actualmente. En los países conquistados Napoleón instaura regímenes parecidos a los de la Revolución francesa, garantiza los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Su organizado gobierno logra sacar a Francia del caos en el que estaba sumida durante y tras la Revolución. En suma, Napoleón insertó en los países conquistados la idea de libertad, igualdad y fraternidad: Mi verdadera gloria no está en haber ganado cuarenta batallas; Waterloo eclipsará el recuerdo de tantas victorias. Lo que no será borrado, lo que vivirá eternamente, es mi Código Civil. (Napoleón en Santa Helena)
Guerras Napoleónicas
Serie de guerras libradas entre Francia y varias naciones europeas desde 1799 hasta 1815. En 1799, Francia quedó bajo el dominio de Napoleón, coronado emperador de Francia en 1804 con el nombre de Napoleón I Bonaparte. Estos enfrentamientos militares fueron una continuación de las guerras mantenidas por Francia en Europa durante la Revolución Francesa (1789-1799). En un principio, las Guerras Napoleónicas perpetuaron el conflicto ideológico entre la Francia revolucionaria y la Europa del Antiguo Régimen. No obstante, las ambiciones del propio Napoleón se convirtieron en la causa principal del conflicto.
Sacro Imperio Romano Germánico (disuelto en 1806)
El Sacro Imperio Romano (Heiliges Römisches Reich o Sacrum Romanum Imperium), fundado por Carlomagno en el 800, había pasado a denominarse Sacro Imperio Romano de la Nación Alemana (Heiliges Römisches Reich Deutscher Nation o Imperium Romanum Sacrum Nationis Germanicæ) tras la Dieta de Colonia, en 1512. El 6 de agosto de 1806, el Imperio desaparece formalmente cuando el Emperador Francisco I de Austria, a consecuencia de la derrota militar a manos del ejército de Napoleón, decretó la supresión del Sacro Imperio para impedir que Napoleón se apropiara del título. Los sucesores de Francisco I continuaron titulándose emperadores de Austria hasta 1918.
En 1806, Napoleón derrota al ejército prusiano en la batalla de Jena, los principados alemanes son incapaces de resistir el embate francés. La Paz de Tilsit (1807) con Rusia establece dos áreas de influencia: Oriente para Rusia y Occidente para Francia. Disuelto el Sacro Imperio Romano Germánico, se crea la Confederación del Rin y se reduce enormemente el territorio de Prusia. La ocupación de parte del territorio de Prusia (incluida Berlín) por Napoleón provoca el resurgimiento de un nacionalismo germánico antifrancés.
Nacionalismo antinapoleónico
En 1808, Napoleón dominaba toda Europa, a excepción de Rusia y Gran Bretaña, pero la oposición a Napoleón fomenta el espíritu nacionalista en varias de las naciones europeas derrotadas. Gran Bretaña mantuvo también una persistente oposición y no cesó de organizar y financiar nuevas coaliciones contra Napoleón.
España fue la primera nación en la que Bonaparte tuvo que hacer frente a las insurrecciones nacionalistas que provocaron su caída. El emperador francés, después de haber destronado al rey Carlos IV de España, nombró a su hermano José Bonaparte rey de este país en 1808. Los españoles se rebelaron y expulsaron al nuevo gobernante de Madrid. Se desató la guerra de la Independencia española (1808-1814) entre los franceses, que intentaban restaurar a José I Bonaparte en el trono, y los españoles, apoyados por las fuerzas británicas mandadas por Arthur Colley Wellesley, duque de Wellington.
Si bien es cierto que Bonaparte era un regente autoritario, no es menos cierto que la mayoría de Europa estaba gobernada por monarquías absolutas. Bonaparte trató de restaurar la ley y el orden después de los excesos causados por la Revolución, al mismo tiempo que reformaba la administración del Estado.
1808-1813 – Guerra de la Independencia contra Napoleón
La población española se levanta contra la dominación francesa (2 de mayo de 1808) y, con la ayuda de Inglaterra, vence a Napoleón.
La Guerra de la Independencia Española o Guerra del Francés fue un conflicto armado surgido en 1808 por la oposición de España a la pretensión del emperador francés Napoleón I de instaurar y consolidar en el trono español a su hermano José Bonaparte, en detrimento de Fernando VII de España, desarrollando un modelo de Estado inspirado en los ideales bonapartistas.
El conflicto se desarrolló sobre un complejo trasfondo de profundos cambios sociales y políticos impulsados por el surgimiento de la identidad nacional española y la influencia en el campo de los «patriotas» de algunos de los ideales nacidos de la Ilustración y la Revolución francesa, paradójicamente difundidos por la élite de los afrancesados.
Los términos del tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807 por el primer Ministro Manuel Godoy, preveían, de cara a una nueva invasión conjunta hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico necesario al tránsito de las tropas imperiales, que al mismo tiempo fueron tomando posiciones en importantes ciudades españolas según los planes de Napoleón, quien, convencido de contar con el apoyo popular, había resuelto forzar el derrocamiento de la dinastía reinante tradicional, situación a la que se llegaría por un cúmulo de circunstancias que resume el historiador Jean Aymes:
...la expedición a España deriva de una serie de consideraciones entre las que se encuentran mezclados la debilidad militar del estado vecino, la complacencia de los soberanos españoles, la presión de los fabricantes franceses, la necesidad de arrojar a los ingleses fuera de Portugal, la enemistad del Emperador hacia la dinastía de los Borbones, los imperativos de una estrategia política para el conjunto del Mediterráneo y, por fin, para remate y para ocultar ciertos cálculos sucios, los designios de Dios o las exigencias de una filosofía ad hoc. (Aymes, Jean R.: La Guerra de la Independencia, Madrid, Siglo XXI, 1974)
La difusión de las noticias de la brutal represión en las jornadas posteriores al 2 de mayo, inmortalizadas en las obras de Francisco de Goya, y de las abdicaciones de Bayona del 5 y 6 de mayo, que extendieron por la geografía española los llamamientos iniciados en Móstoles al enfrentamiento con las tropas imperiales, decidieron la guerra por la vía de la presión popular a pesar de la actitud contraria de la Junta de Gobierno designada por Fernando VII.
Refiriéndose a la guerra de independencia española, Napoleón I, en su exilio, declaró:
Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido. (Fraser, Ronald: La maldita guerra de España. Historia social de la guerra de la Independencia, 1808–1814)
E país quedó excluido de los grandes temas tratados en el Congreso de Viena, donde se dibujó el posterior panorama geopolítico de Europa. En el plano político interno, el conflicto permitió el surgimiento de la identidad nacional española, aunque por otro lado dividió a la sociedad, enfrentando a patriotas y afrancesados. También abrió las puertas del constitucionalismo, concretado en las primeras Constituciones del país, las de Bayona y Cádiz, y aceleró el proceso de emancipación de las colonias de América, que accederían a su independencia tras la Guerra de Independencia Hispanoamericana.
La posterior reinstauración de la dinastía borbónica y el retorno del absolutismo, encarnado en Fernando VII, así como el reforzamiento de la Iglesia Católica, abrieron en España una era de luchas civiles entre los partidarios del absolutismo y los del Liberalismo, que se extenderían a todo el siglo XIX y que marcarían el devenir del país:
...en 1808 –o unos años antes, cuando todavía era posible, quizás, una guillotina en la Puerta del Sol– los españoles nos equivocamos de enemigo. Error del que, doscientos años después, todavía pagamos las consecuencias. (Arturo Pérez-Reverte, «Una intifada de navaja y macetazo», diario EL País, 20/4/2008)
José I Bonaparte (1768-1844), rey de la España (1808-1813)
El hermano mayor del emperador francés Napoleón I, reina en España como José I. Fue rey de la España ocupada por los franceses entre el 6 de junio de 1808 y el 11 de diciembre de 1813.
Su proclamación como monarca fue precipitada por el incremento de la violencia que siguió al Levantamiento del 2 de mayo. Lejos de obtener una legitimación ante la mayoría de la opinión pública y de frenar la dinámica de enfrentamiento armado, esta proclamación fue rechazada por los órganos de poder autóctonos como el Consejo de Castilla y la Junta Suprema Central y más adelante, por las Cortes reunidas en Cádiz, decidiendo la generalización del conflicto de la Guerra de la Independencia Española.
Tras las abdicaciones de Bayona el 5 de mayo de 1808, los derechos sobre la Corona Española recayeron sobre el emperador, quien el 6 de junio publicó el decreto de nombramiento de su hermano mayor como Rey de España. No obstante, el reinado efectivo de José I, premier et dernier ("primero y último"). Su llegada a Madrid, el 20 de julio, ocurrió en plena Guerra de la Independencia, tras la sublevación popular del 2 de mayo contra las tropas napoleónicas en Madrid, que fue seguida de revueltas en el resto del país.
Tras la derrota en la batalla de los Arapiles, el 22 de julio de 1812, abandonó Madrid para ir hacia Francia; a su paso por Vitoria, fue alcanzado por las tropas del duque de Wellington que derrotaron a su ejército. Salió de España definitivamente el 13 de junio de 1813 sin su valioso "equipaje", que consistía en las joyas de la corona española y obras de arte, para refugiarse en Francia, donde permaneció hasta la caída de Napoleón Bonaparte.
Promulgó el Estatuto de Bayona en un intento de ganarse el apoyo de los ilustrados españoles, los llamados afrancesados, sin lograr hacer triunfar el programa reformista de su gobierno. Durante su reinado se le conoció con el apodo de Pepe Botella, en referencia a un supuesto alcoholismo, que parece seguro que no era cierto. El pueblo de Madrid también le apodó El rey plazuelas, puesto que abrió muchas plazas en la capital, principalmente derribando iglesias y conventos. La más importante fue la plaza de Oriente, delante del Palacio Real.
Tras su salida de España, Bonaparte se trasladó a Estados Unidos, donde, gracias a la venta de las joyas de la corona española, se construyó una mansión en Point Breeze, Filadelfia, lujosamente amueblada y con una impresionante colección de libros raros y obras de arte; la rodeó además de un gran parque con un estanque artificial. En Estados Unidos, Bonaparte residió entregado a obras de beneficencia y a proteger a los bonapartistas emigrados por medio de la masonería hasta 1841, cuando recibió autorización para instalarse en Florencia. Murió en esa ciudad en 1844 pero fue enterrado en París tras reclamar Napoleón III que se le sepultara a la derecha de su hermano Napoleón en Les Invalides de París.
Las Cortes de Cádiz y la Constitución de 1812
Las Cortes de Cádiz redactan la primera Constitución española (1812) de corte liberal. Más de un tercio de los asientos de la asamblea constituyente estaban ocupados por eclesiásticos, abogados y un buen número de delegados americanos. La representación nobiliaria era escasa; la popular, nula. En 1812, quedaba aprobada la Constitución, llamada “la Pepa” por ser aprobada el día de San José (19 de marzo). Establecía la igualdad de derechos de todos los ciudadanos, incluidos los de América. El Estado unitario imponía los derechos de los “españoles” por encima de los históricos de cara reino. Quedaba desmontada la arquitectura del Antiguo Régimen, abolidos los señoríos jurisdiccionales, cuyos privilegios pasaban a la corona y suprimidos los gremios.
«Fuera de juego la burocracia del Estado, sólo la Iglesia disponía de una organización nacional centralizada, capaz de llegar a todos los rincones del país y de erigirse en motor del levantamiento con su habilidad ideologizadora. Los seis años de la guerra de la Independencia constituyeron una ocasión irrepetible para un movimiento de masas de carácter revolucionario, pero la identificación del clero con el Antiguo Régimen lo hicieron imposible. La movilización de la cristiandad española contra el invasor extranjero mezclaría interesadamente sentimientos religiosos y patrióticos del pueblo con la defensa de un estatus privilegiado al que la Iglesia no estaba dispuesta a renunciar.» [García de Cortázar, Fernando: Biografía de España. Barcelona: Mondadori, 2003, p. 271]
“Pero en esta ocasión, a diferencia de lo que había ocurrido en tiempos de Carlos III, a la nobleza y la Iglesia les resultó imposible, en plena anarquía, poner zancadillas a la reforma.” (F. García Cortázar)
1814 – Congreso de Viena
Congreso de Viena, conferencia internacional convocada, según los acuerdos adoptados mediante el Tratado de París del 30 de mayo de 1814, con el objeto de restablecer las fronteras territoriales de Europa una vez concluidas las Guerras Napoleónicas con la abdicación de Napoleón I Bonaparte. El Congreso de Viena redibujó el mapa europeo para compensar a los vencedores. Los pactos a los que se llegó tuvieron una vigencia casi inamovible en los territorios orientales y centrales europeos hasta el final de la I Guerra Mundial, en 1918.
El espíritu liberal infundido por Napoleón sufre un golpe con el Congreso de Viena (1815), al reaccionar Europa contra el poder de Napoleón y restablecer las fronteras territoriales de Europa una vez concluidas las Guerras Napoleónicas con la abdicación de Napoleón I Bonaparte. La paz sólo se consiguió mediante el establecimiento del absolutismo como principio básico de la política internacional, impuesto desde la organización de la Santa Alianza, que a partir de septiembre de 1815 y mediante periódicos congresos eliminó todas aquellas manifestaciones que pudieran suponer la implantación en Europa de regímenes liberales o la independencia nacional de aquellos pueblos integrados en las potencias hegemónicas.
1814-1833 – Fernando VII, rey de España (1808-1833)
Fernando VII de Borbón, antiliberal y absolutista, llamado el Deseado o el Rey Felón, reinó entre 1808 y, tras la expulsión del rey intruso José Bonaparte, nuevamente desde diciembre de 1813 hasta su muerte en 1833, con un breve intervalo en 1823, en que fue destituido por el Consejo de Regencia.
Hijo y sucesor de Carlos IV y de María Luisa de Parma, a los que destronó con ocasión del Motín de Aranjuez, pocos monarcas disfrutaron de tanta confianza y popularidad iniciales por parte del pueblo español. Obligado a abdicar en Bayona, pasó toda la Guerra de Independencia preso en Valençay, siendo reconocido como el legítimo rey de España por las diversas juntas, el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz.
Con la derrota de los ejércitos napoleónicos y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón le devolvió el trono de España (Tratado de Valençay). Sin embargo, el Deseado pronto se reveló como un soberano absolutista, y uno de los que menos satisfizo los deseos de sus súbditos, que lo consideraban sin escrúpulos, vengativo y traicionero. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó en buena medida a su propia supervivencia.
Acabada la guerra de la Independencia (1808-1814), Fernando VII regresó a España y restauró el sistema absolutista derogando la Constitución aprobada por las Cortes de Cádiz en 1812. Entre 1814 y 1820 restauró el absolutismo, derogando la Constitución de Cádiz y persiguiendo a los liberales. Tras seis años de guerra, el país y la Hacienda estaban devastados, y los sucesivos gobiernos fernandinos no lograron restablecer la situación.
La guerra de la Independencia (1808-1814) y el posterior absolutismo de Fernando VII (1814-1833) retrasaron la aparición del movimiento romántico que tenía tintes altamente revolucionarios.
1820-1823 – Trienio Liberal o Constitucional
En 1820 un pronunciamiento militar dio inicio al llamado Trienio Constitucional, durante el cual se restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, produciéndose una nueva desamortización.
Comienza con el pronunciamiento del general Riego en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan; una insurrección liberal ante la cual el rey Fernando VII se vio obligado a restaurar la Constitución de 1812. Los liberales españoles quedaron divididos en dos grupos: los moderados, partidarios de tener el favor del rey, y los radicales, miembros de las "sociedades patrióticas".
A medida que los liberales moderados eran desplazados por los exaltados, el Rey, que aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823.
El Trienio Constitucional finalizó por decisión de la Santa Alianza y el Congreso de Verona de 1822, que encargaría a Francia la restauración del régimen absolutista español. La entrada de los Cien Mil Hijos de San Luis provocó que el gobierno y las Cortes se refugiasen de nuevo en Cádiz, con el rey como rehén. Los diputados acordaron la liberación del monarca a cambio de la amnistía para los liberales, un trato que luego el rey no cumplió.
1823-1833 – Década Ominosa
La Década Ominosa (1823-1833) comienza tras la represión del levantamiento liberal del comandante Rafael del Riego en 1823. Riego combatió a las tropas enviadas por la Santa Alianza para restaurar el absolutismo en la persona del Rey (los llamados Cien Mil Hijos de San Luis). Fue capturado en la localidad de Arquillos (Jaén) y ejecutado en Madrid el 7 de noviembre del mismo año. El llamado Himno de Riego, creado en su honor, llegó a ser declarado en 1931 himno oficial del Estado español durante la II República.
Los últimos diez años del reinado de Fernando VII, desde el final del llamado Trienio Liberal y la consiguiente restauración absolutista de aquel, que tuvo lugar el 1 de octubre de 1823, hasta el fallecimiento del Rey, acaecido el 29 de septiembre de 1833, se denominan la Década Ominosa. Durante el reinado de Fernando VII, las colonias españolas de América consiguen su independencia, excepto Cuba y Puerto Rico.
La última fase de su reinado, Década Ominosa, se caracterizó por una feroz represión de los exaltados, acompañada de una política absolutista moderada o incluso liberal-doctrinaria que provocó un profundo descontento en los círculos absolutistas, que formaron partido en torno al infante Carlos María Isidro. A ello se unió el problema sucesorio, sentando las bases de la Primera Guerra Carlista, que estallaría con la muerte de Fernando y el ascenso al trono de su hija Isabel II, no reconocida como heredera por el infante Carlos.
Fernando VII ha merecido por parte de los historiadores un unánime juicio negativo, pasando a los anales de la historia de España como el Rey Felón. Si bien no se le puedan achacar personalmente muchos de los males de su reinado, ha sido el monarca español peor tratado por la historiografía. El absolutismo y antiliberalismo de Fernando VII llevó al exilio a muchos liberales del país durante la Década Ominosa.
1830 – La Revolución francesa de 1830
Levantamiento revolucionario en París que motivó la abdicación del rey francés Carlos X y concluyó con la victoria de los liberales, que defendían una reforma constitucional, sobre los defensores de la monarquía absolutista. La causa de la Revolución fue la política reaccionaria adoptada por Luis XVIII, rey de Francia (1814-1815, 1815-1824), que ascendió al trono cuando se restauró la monarquía después de la caída de Napoleón, política reaccionaria continuada por Carlos X, rey de Francia (1824-1830), nieto de Luis XV, que dirigió el reaccionario partido ultramonárquico. El favoritismo dispensado a la Iglesia católica y a la aristocracia levantó un gran rechazo en el pueblo, lo que condujo a la revolución de 1830. El rey tuvo que abdicar y huir a Gran Bretaña. Los más radicales propugnaron el régimen republicano, pero los liberales, apoyados por el marqués de La Fayette, defendieron la instauración de una monarquía limitada, al frente de la cual estaría Luis Felipe, duque de Orleans, que fue proclamado rey de Francia con el nombre de Luis Felipe I de Orleans, también llamado el Rey Ciudadano, rey de Francia (1830-1848).
El movimiento revolucionario se extendió y provocó diversos levantamientos democráticos en el continente europeo, particularmente en Bélgica (que logró su independencia), Alemania, Italia y Polonia. Esta revolución trajo consigo una Constitución que reconocía de nuevo la soberanía nacional.
1833-1843 – Regencia de María Cristina de Borbón
María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, regente en nombre de su hija Isabel II desde la muerte del rey Fernando VII de España (1833) hasta su renuncia y sustitución en la regencia por el general Baldomero Espartero (1840). Fue hija de Francisco I (1777–1830), rey de las Dos Sicilias y de la infanta María Isabel de Borbón (1789–1848), hija del rey Carlos IV.
Actuó como regente durante la minoría de edad de su hija Isabel al morir su marido, el rey Fernando VII falleció en 1833 cuando su hija Isabel tenía poco menos de tres años. María Cristina gobernó como regente hasta 1840, año en que se vio obligada a entregar la regencia al general Baldomero Espartero.
A la muerte de Fernando, la titularidad de la Corona se la disputó a su hija Isabel, el infante Carlos, hermano del difunto rey, que atribuía su derecho a la Ley Sálica que, no obstante, había sido derogada expresamente por Carlos IV y ratificada la derogación por el propio Fernando VII. Este hecho dio lugar al inicio de la Primera Guerra Carlista en la que el infante Carlos, al principio desde el exilio y después desde Navarra y el País Vasco, desarrolló una feroz campaña militar, siendo derrotado.
Tras varios intentos fallidos de conciliar las tendencias políticas de liberales y moderados, hubo de entregar la regencia a Espartero y exiliarse, saliendo de España el 17 de octubre de 1840 en el vapor Mercurio. Desde Marsella lanzó una proclama a los españoles manifestando que su renuncia había sido forzada.
1833-1868
La Revolución Francesa de 1830 tendrá consecuencias en España. Al morir Fernando VII (1833), se hace cargo de la regencia María Cristina de Borbón (1833-1840). Se apoyó en los liberales para defender los derechos sucesorios de su primogénita frente a los del tío de ésta, el infante Carlos María Isidro de Borbón. Mediante el Estatuto Real de 1834 concedió algunas libertades, pero los progresistas exigieron un constitucionalismo pleno que llevó a la promulgación de la Constitución de 1837.
Espartero asume la regencia (1841-1843)
Ha sido el único militar español con tratamiento de Alteza Real y, a pesar de todas sus contradicciones, supo pasar desapercibido los últimos veintiocho años. Rechazó la Corona de España y fue tratado como una leyenda desde bien joven. Espartero alcanzó la Regencia mientras María Cristina marchaba al exilio en Francia. No obstante, el Partido Progresista se encontraba dividido respecto a cómo ocupar el espacio dejado por la madre de Isabel II. Por un lado, los llamados trinitarios abogaban por el nombramiento de una Regencia compartida por tres miembros. Por otro, los unitarios capitaneados por el propio Espartero mantenían la necesidad de una Regencia unipersonal sólida.
[]Finalmente, Espartero fue elegido el 8 de marzo de 1841 Regente único del Reino. La fortaleza del general le permitió alcanzar la Regencia no sin antes haberse enemistado con una parte significativa del Partido Progresista, que veía en el general un autoritarismo latente. Su modo de gobernar dictatorial, personalista y militarista provocó la enemistad con muchos de sus partidarios.
Esta situación de tensión interna entre los progresistas fue aprovechada por los moderados con el levantamiento de O'Donnell en 1841, que se saldó con el fusilamiento de algunos destacados y apreciados miembros del ejército, como Diego de León. El general Prim se sublevó en Barcelona, y le siguieron, entre otras ciudades, Granada y la propia Madrid.
En 1843 se vio obligado a disolver las Cortes, ante la hostilidad de las mismas. Narváez y Serrano encabezaron un pronunciamiento conjunto de militares moderados y progresistas, en el que las fuerzas propias del Regente se pasaron al enemigo en Torrejón de Ardoz. Tras huir por Cádiz, marchó al exilio en Inglaterra el 30 de julio.
La Constitución moderada de 1845 no aseguró la estabilidad política. Antes al contrario, la distancia entre liberales y moderados se agrandó. Isabel II, aconsejada por su madre, trató de acercar a Espartero de nuevo hacia la Corona, sabedora de que, más temprano que tarde, habría de contar con un hombre admirado por su pueblo y de tan importante influencia. Así, en 1847, el entonces Presidente del Gobierno, Joaquín Francisco Pacheco, le expidió el Decreto por el cual la Reina le nombraba Senador y, poco más tarde, embajador plenipotenciario en Gran Bretaña. Era el tiempo de la reconciliación.
Reinado de Isabel II (1830-1904), reina de España (1833-1868)
Tras la muerte de Fernando VII, sube al trono su hija Isabel II, que reinó entre 1833 y 1868, tras la derogación de la Ley Sálica por medio de la Pragmática Sanción. Esto provocó la insurgencia del infante Carlos, apoyado por los grupos absolutistas (los carlistas) que ya habían intentado proclamarle rey en la agonía de Fernando VII. Comienza la primera Guerra Carlista.
Durante los treinta y cinco años del reinado de Isabel II se consolidó el difícil tránsito en España desde un Estado absolutista a otro liberal-burgués, no sin una serie de cambios que afectaron al régimen político y al sistema económico y social. Isabel II reinó durante un período de transición en España en el que la monarquía cedió más poder político al parlamento, pero puso continuas trabas a la participación de los ciudadanos.
En el terreno de la lucha por las libertades democráticas su reinado es la historia de un fracaso; es también la del falseamiento de las instituciones y la de la corrupción electoral. Ningún partido que hubiera organizado unas elecciones las perdió en ese periodo. Si hubo cambios fue por la interferencia de una casta militar que cambiaba gobiernos a base de pronunciamientos o golpes de estado de uno u otro signo.
Fácilmente manipulada por sus ministros y por la «camarilla» religiosa de la corte (el padre Claret, sor Patrocinio), la reina interfería con frecuencia en la política de la nación, lo que la hizo impopular entre los políticos y acabó por causar su final al dar paso a la Revolución de 1868.
En su época se modernizó notablemente España con el tendido de muchas líneas de ferrocarril, siendo la primera la que conectaba Mataró con Barcelona. Sin embargo, la creación de la red ferroviaria sirvió a muchos personajes de la clase dominante para enriquecerse: la madre de la reina, María Cristina, o el banquero Salamanca, que obtuvo con la aquiescencia de la Corona y el Parlamento toda una serie de concesiones. La fiebre especuladora tenía poco que ver con la realidad del país.
Isabel II reabrió las Universidades cerradas por su padre, pero el panorama educativo de su reinado es desolador. Los equipamientos culturales eran muy pobres. Las únicas mejoras que se intentaron en la enseñanza, como las del grupo de docentes formado en torno a Sanz del Río, inspiradas en el krausismo, no fueron toleradas: la reacción neocatólica que supuso el Syllabus de Pío IX llevó al ministro Orovio (1867) a poner trabas a la libertad de cátedra y a exigir manifestaciones de adhesión a la reina que acabaron con la expulsión de la universidad de esos profesores.
Primera Guerra Carlista (1833-1840)
El fallecimiento de Fernando VII en 1833 entabló un pleito sucesorio, que se tradujo en una cruenta guerra civil entre los isabelinos o cristinos, defensores de la legitimidad al trono de la regente María Cristina de Borbón, madre de Isabel II, y los partidarios del infante don Carlos, aferrados a la validez de la Ley Sálica e identificados bajo la etiqueta carlista. El Convenio de Vergara (“abrazo de Vergara”) entre el general isabelino Espartero y el general carlista Maroto en 1839 puso punto final a la primera guerra carlista y motivó el exilio a Francia del pretendiente don Carlos. La pugna política continuó entre los liberales, pero se impuso el conservadurismo de los “moderados” dirigidos por Narváez frente al afán revolucionario de los “progresistas” acaudillados por Espartero. El catolicismo aseguró su influjo sobre el ambiente cultural, sin otra oposición que la del grupo “krausista”.
Regencia del general Espartero 1840-1843
El general Espartero desplaza de la regencia a la misma Reina madre, con una línea de gobierno claramente autoritaria que acabó por abrir las puertas al conservadurismo. El General Espartero es proclamado regente del reino.
El general Narváez 1843
El general Ramón María Naváez, principal representante del Partido Moderado y una de las figuras claves del reinado de Isabel II, destituye al General Espartero.
Década Moderada 1844-1854 – Moderantismo
A partir de 1844 y durante 10 años, gobierna el Partido Moderado que consolida un liberalismo muy restrictivo (sólo una minoría de ciudadanos tenía derechos políticos). A partir de 1844 comienza a extenderse la práctica del caciquismo. El nuevo sistema se plasmó en la conservadora Constitución de 1845. El general Ramón María Narváez, un militar autoritario, fue la principal figura del Partido Moderado, la formación que dominó la escena política española durante casi todos los años transcurridos del reinado de Isabel II (1833-1868). Narváez consiguió evitar la oleada revolucionaria europea (las revoluciones de 1848), más por la falta de una estructura social afín que por las medidas de dureza adoptadas. Esta fase se cerró con el ‘tecnócrata’ Juan Bravo Murillo, quien llevó a cabo, en 1851 y 1852, una amplia labor administrativa y hacendística.
Bienio Progresista 1854-1856
El Partido Progresista se volvió a hacer con el poder mediante el pronunciamiento en Vicálvaro (Vicalvarada) del general Espartero. Lo que comenzó como una asonada militar conservadora, protagonizada por el general Leopoldo O'Donnell, pronto se convirtió en un movimiento liberal amparado por los progresistas.
El Partido Progresista intentó reformar el sistema político del reinado de Isabel II, dominado desde 1844 por el Partido Moderado, acentuando el régimen liberal.
El general O'Donnell 1856-1858
En 1856 el general O'Donnell sustituyó a Espartero al frente del gabinete. Durante este su primer gobierno desmanteló la obra constitucional y legislativa del Bienio Progresista. El 12 de octubre de ese año, Narváez retornó a la presidencia gubernamental. El general O'Donnell volvió a la presidencia del gabinete y al Ministerio de la Guerra el 30 de junio de 1858.
Con el ascenso de O'Donnell se produjo el final del periodo, el consiguiente alejamiento del poder de los progresistas y la restauración del régimen moderado, que habría de dominar el sistema político del país, si bien junto a la Unión Liberal creada en torno a O'Donnell, hasta que la revolución de 1868 supusiera el destronamiento de Isabel II y el inicio del llamado Sexenio Democrático.
Segunda Guerra Carlista (1849-1860)
La Unión Liberal 1858-1863
Los cambios sociales fueron propiciando un sistema más templado, llevado a cabo por la Unión Liberal, creado por el general Leopoldo O’Donnell. Este partido agrupaba a disidentes y moderados. Fue un periodo de relativa estabilidad social.
«Hacia la mitad de los años cincuenta había empezado a desarrollarse un frágil equilibrio de poder entre el trono, el ejército y las figuras políticas de los partidos moderados. Paradójicamente, el brote revolucionario de 1848, que fue para la historia de otros países europeos una línea divisoria tan importante, en España se pudo reprimir fácilmente. Mientras esta fecha inauguraba en el extranjero un nuevo período en el pensamiento de la izquierda radical y producía el nacimiento de los movimientos de la clase obrera, en España tales movimientos no aparecieron hasta 1868, y aun entonces tuvieron limitada importancia. La vida política española disfrutó de un intervalo de relativa tolerancia y conciliación, simbolizado en 1854 por el entendimiento de Espartero y O’Donnell, dos de los principales generales políticos, y por la creación por este último del partido de la Unión Liberal que se hizo prácticamente cargo del gobierno hasta 1868. El partido de la Unión Liberal fue derivando hacia la tendencia política dominante en la época: un riguroso pragmatismo en el que se iba reemplazando progresivamente el poder de la monarquía y el ideal de estado católico tradicional unido a ella, por la perspectiva de una naciente plutocracia que creía principalmente en la riqueza y la expansión económica. La nueva oligarquía de intereses comerciales, terratenientes e industriales ya no gobernaba en nombre del mito de la sociedad cristiana, con la jerarquía de clases ordenadas por Dios bajo el poder del rey, sino que se basaba en la noción de que el progreso material, reservado principalmente a la burguesía, era el punto de partida necesario para la marcha del hombre hacia la libertad y el progreso moral colectivo. [...] Es muy significativo observar que mientras los románticos, casi todos liberales, se habían dividido con su partido en moderados (Martínez de la Rosa, Pastor Díaz, y la mayoría) y exaltados (Espronceda, Larra –con reservas– y unos pocos más), los escritores más importantes de mitad de siglo (Alarcón, López de Ayala, Campoamor y Núñez de Arce) fueron todos unionistas liberales. Solamente Tamayo fue carlista.» [Shaw, Donald L., o. cit., p. 18-19]
Crisis definitiva del reinado de Isabel II 1864-1868
La última etapa del reinado de Isabel II fue de clara descomposición política. La clase media y la clase obrera exigían un cambio en profundidad. La respuesta del régimen no fue otra que resistir mediante la fuerza.
Leopoldo O'Donnell fue llamado de nuevo por Isabel II a presidir el gobierno en 1865, en sustitución del desacreditado Narváez. Tuvo que sofocar la sublevación de los sargentos del cuartel de San Gil, alentada en junio de 1866 por el general Prim. Las desavenencias con Isabel II le llevaron a entregar el gobierno a Narváez. La Unión Liberal participó en el destronamiento de Isabel II en 1868.
En el último momento, con Luis González Bravo como presidente del gobierno desde abril de 1868, el régimen rozó el sistema dictatorial. El final llegó con la incruenta batalla de Alcolea (28 de septiembre de 1868), que abrió las puertas al triunfo de la revolución de 1868, la cual supuso el destronamiento definitivo de Isabel II.
1848 – Revoluciones de 1848 en Europa
Revolución francesa de 1848: caída del rey Luis Felipe I (1830-1848). Se proclama la Segunda República francesa.
Las revoluciones de 1848, conocidas en otros países como La Primavera de los Pueblos o el Año de las Revoluciones, fueron una ola de manifestaciones populares que se caracterizaron mayoritariamente por su brevedad y rápida expansión. Tras el Congreso de Viena de 1815, las monarquías fueron restauradas en todos los estados donde las Guerras Napoleónicas habían instalado otros regímenes. Se instauró el principio de legitimismo dinástico, mediante el cual las monarquías absolutistas que habían sido sustituidas por el dominio napoleónico fueron restablecidas. Este nuevo orden se impuso sin tener en cuenta la opinión pública, lo que dio paso a un fervor nacionalista que provocó el surgimiento de movimientos revolucionarios.
En estas revoluciones se apela al pueblo. Existen fuertes diferencias industriales entre los países. Comienzan a aparecer movimientos obreros. Se imprime el Manifiesto comunista de Karl Marx. Desde 1848 fue cada vez más intensa la actividad política de grupos nacionalistas que alentaban la formación de un solo Estado para todos los alemanes.
1868 – “La Gloriosa” o Revolución de 1868
La Revolución de 1868, encabezada por el General Serrano y Prim, derroca a la reina Isabel II. Se inicia así el periodo denominado Sexenio Democrático.
1871 – Sacro Imperio Romano Germánico
Antes de la conquista Napoleónica, el Sacro Imperio Romano Germánico estaba constituido por más de 300 estados. Después de ser conquistado el Sacro Imperio Romano Germánico por Napoleón Bonaparte, éste pasó a llamarse Confederación del Rin, que estaba constituida ahora por 38 estados.
Entre esos estados destacaron, Prusia y Baviera. Tras apoyar a Austria en la Guerra de las Siete Semanas, Baviera firmó un pacto con Prusia que la dejó dependiente de ella. Tras la muerte de Luis II de Baviera el poder quedó centrado en los otros dos: Prusia y Austria
Tras la victoria de Prusia en la Guerra franco-prusiana se funda el Imperio alemán (1871), que supuso la unificación de los diferentes estados alemanes en torno a Prusia, excluyendo a Austria. Prusia se convirtió en Alemania, bajo el liderazgo del canciller Otto von Bismarck, artífice y primer canciller del segundo Imperio Alemán (1871-1890). El Sacro Imperio Romano Germánico (800-1806) equivale en la historiografía alemana al I Reich; el segundo Imperio Alemán (1871-1918) es también conocido como el II Reich; en tanto que el Imperio nazi constituiría el III Reich (1934-1945).
1868-1874 – Sexenio Democrático o Revolucionario
Proceso iniciado con una revolución antidinástica, que pretendía (y consiguió) derrocar a la reina Isabel II e implantar un régimen demoliberal como definitivo logro de la revolución burguesa; continuado con la entronización de un nuevo rey, Amadeo I de Saboya (1870-1873); proseguido con la implantación de la I República española y finalizado con la ‘fase pretoriana republicana’ (gobierno de Francisco Serrano, duque de la Torre, desde enero hasta diciembre de 1874). El Sexenio Democrático o Revolucionario va desde el triunfo de la revolución de septiembre de 1868 hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874, que supuso el inicio de la etapa conocida como Restauración borbónica.
Se aprobó una nueva Constitución (1869) de carácter liberal, que -sobre el principio de soberanía nacional- establecía el sufragio universal y reconocía diversas libertades (culto, imprenta, reunión). Se adoptó el sistema monárquico de gobierno, pero como representante de la Nación; la función legislativa correspondería a las Cortes (bicamerales). La labor reformadora se completaba con legislación administrativa, judicial y local, y con la liberalización económica. Las Cortes eligieron como monarca al duque de Aosta, Amadeo I de Saboya (noviembre de 1870).
En la actividad política de estos años participan cuatro bloques políticos (unionistas, progresistas, demócratas y republicanos), en cuyo campo de acción intervienen también el movimiento obrero y la cuestión de Cuba, iniciada en esa época. El proceso político de los seis años de crisis revolucionaria se puede dividir en tres etapas:
- Monarquía constitucional.
- República federal.
- República unitaria y presidencialista.
Después de estas tres etapas la situación política del país desembocaría en la Restauración borbónica.
1870-1873 – Amadeo I de Saboya, rey de España (1870-1873)
Amadeo de Saboya, duque de Aosta, es elegido rey de España. Era el segundo hijo de Víctor Manuel II, rey de Piamonte-Cerdeña y, desde 1861, rey de Italia, de la Casa de Saboya, y de María Adelaida de Austria (bisnieta de Carlos III de España).
La Revolución de 1868 en España y la fuga de Isabel II dio lugar a un gobierno provisional presidido por Serrano, y del que estaban también formando parte los otros generales sublevados. El nuevo gobierno convocó Cortes Constituyentes, que con una amplia mayoría monárquica, proclamaron la Constitución de 1869, que establecía como forma de gobierno una monarquía constitucional. Una dificultad inherente al cambio de régimen fue encontrar un rey que aceptase el cargo, ya que España en esos tiempos era un país que había sido llevado al empobrecimiento y a un estado convulso, y se buscaba un candidato demócrata.
Finalmente encontraron a su monarca en la persona del duque de Aosta, Amadeo de Saboya, hijo del rey de Italia, que lo reunía todo para el cargo: procedente de una antigua dinastía (enlazada con la española) progresista y católico. Fue Amadeo el primer rey de España elegido en un Parlamento, lo que para los monárquicos de siempre suponía una grave afrenta.
Contó con el sistemático rechazo de carlistas y republicanos; pero también de la aristocracia, borbónica, que lo veía como un extranjero advenedizo, de la Iglesia, por apoyar las desamortizaciones y por ser el hijo del monarca que había clausurado los Estados Pontificios; y también del pueblo, por su escaso don de gentes y dificultad para aprender el idioma español.
La llegada de Amadeo al poder lo único que consiguió fue poner a toda la oposición en su contra, desde republicanos a carlistas. El líder republicano Emilio Castelar le aconsejaba el 20 de abril de 1870: “Visto el estado de la opinión, Vuestra Majestad debe irse, como seguramente se hubiera ido Leopoldo de Bélgica, no sea que tenga un fin parecido al de Maximiliano I de México”.
Fue obligado, a principios de 1873, a firmar la disolución del cuerpo de artilleros, hecho anecdótico que le llevó a anunciar ante las Cortes su abdicación el 11 de febrero de ese año, fecha en la que se proclamó la I República. En su mensaje dirigido a aquéllas definió a los españoles como ingobernables: «Ah, per Bacco, io non capisco niente. Siamo una gabbia di pazzi – No entiendo nada, esto es una jaula de locos».
En 1873 abdica Amadeo de Saboya y las Cortes proclaman la Primera República española.
1873-1874 – La Primera República (02-1873 a 01-1874)
La República tiene que enfrentarse con la guerra en Cuba, la tercera Guerra Carlista y los cantonalismos que surgen en el sur y suroeste del país.
Después de las presidencias de Figueras, Pi y Margall, Salmerón y Castelar, el pronunciamiento del General Pavía disuelve las Cortes y establece el gobierno del General Serrano.
República Federal (1873)
La república nace sin apoyo social ni político. Los partidos republicanos apenas tienen seguidores ni simpatizantes. Las clases populares empiezan a decantarse por los movimientos obreros. Los poderes fácticos (Iglesia, ejército, banqueros, grandes empresarios) eran contrarios a la República y a sus ideas sociales avanzadas.
El primer presidente fue Estanislao Figueras, y tras la victoria republicana en las elecciones, la mayoría federalista entregó el poder a Francisco Pi y Margall, principal teórico del federalismo republicano, cuyos principios se reflejaron en el proyecto de Constitución federal de 1873. Establecía la separación entre Iglesia y Estado y un modelo de España a partir de una federación de 15 Estados federales. España vivía en una situación de permanente conflictividad social y política. Las tensiones sociales estallaron en forma de huelgas obreras y ocupación de tierras por los campesinos y el fenómeno del cantonalismo. Además, dos conflictos militares dificultaban la convivencia pacífica: la insurrección de Cuba desde 1868 y la tercera guerra carlista desde 1872.
La Revolución Cantonal (1873)
La caída de Pi y Margall, sustituido por Salmerón en la Presidencia de la república, dio un giro conservador al régimen. Numerosas poblaciones se declararon república o cantón independiente en Valencia, Murcia y Andalucía (destacan Alcoy y Cartagena). Hubo cantones en las ciudades de Castellón de la Plana, Valencia, Alcoy, Alicante, Torrevieja, Almansa, Cartagena, Granada, Málaga, Bailén, Andújar, Jaén, Sevilla, Cádiz, Tarifa, Algeciras y Salamanca. Muchos declararon la guerra al Estado central, y en ocasiones. Salmerón dimitió cuando se negó a firmar dos condenas a muerte dictadas para reos culpables de la insurrección cantonal. Las Cortes eligieron en su lugar a Castelar y le otorgaron poderes extraordinarios con el fin de intentar solucionar las graves crisis políticas y militares que sacudían España. Suspendió las garantías constitucionales y gobernó por decreto.
República presidencialista (3 de enero - 29 de diciembre 1874)
Los poderes extraordinarios de Castelar concluían en enero de 1874. La mayoría parlamentaria, dirigida por Pi y Margall, estaba dispuesta a sustituir a Castelar y retornar a los principios federales. Sin embargo, la burguesía industrial y financiera confiaron al ejército la imposición de un régimen de orden. El general Manuel Pavía, capitán general de Madrid, dio un golpe de Estado. Al mando de un grupo de la Guardia Civil ocupó el Parlamento y disolvió las Cortes. El gobierno y la presidencia de la República quedaron en manos del general Serrano. El nuevo presidente se dispuso a restablecer el orden público: suspendió la Constitución de 1869, prohibió la Internacional obrera, limitó el derecho de asociación, cerró diversos clubs (lugares de reunión política) y prensa republicana.
En esta coyuntura, Cánovas del Castillo prepara la restauración borbónica. Consigue la abdicación de Isabel II en su hijo, Alfonso, y da a conocer el llamado Manifiesto de Sandhurst, en el que Alfonso XII promete un régimen constitucional para España.
1875 – La Restauración borbónica (1875-1885)
El 29 de diciembre de 1874, un pronunciamiento militar del general Arsenio Martínez Campos en Sagunto proclama rey de España a Alfonso XII el 29 de diciembre de 1874, lo que supone el nacimiento de la Restauración borbónica.
Prácticamente, la Restauración borbónica abarca el periodo histórico que va desde el pronunciamiento del general Martínez Campos (1874), que pone fin a la Primera República Española, hasta la proclamación de la Segunda República en 1931 tras la caída de Alfonso XIII.
La Restauración se caracteriza por una cierta estabilidad institucional, la construcción de un modelo liberal del Estado y la incorporación de los movimientos sociales y políticos surgidos al calor de la revolución industrial, hasta su progresiva decadencia con la dictadura de Primo de Rivera (1923-1927). El pronunciamiento del militar Martínez Campos en 1874 restablece la dinastía Borbón en el hijo de Isabel II, Alfonso XII.
La novedad importante de los sucesivos gobiernos de la restauración fue el turno pacífico de la alternancia entre los dos partidos dinásticos, mediante el curioso sistema de, en primer lugar, realizar la transferencia de poder al partido contrario que procedía a la convocatoria de elecciones que legitimaran su gobierno, en una inversión del orden natural de dicho proceso. Para lograr esta alternancia, se usaban métodos como el encasillado o el pucherazo.
En las primeras elecciones de la Restauración en 1876 obtuvieron la mayoría los liberal conservadores de Cánovas. Se celebraron todavía bajo el sistema establecido en la Constitución de 1869. En 1876 se encarga la elaboración de una nueva Constitución a una comisión presidida por Manuel Alonso Martínez. En 1879 se convocan elecciones: ganan los liberal-conservadores. Cánovas volvió al poder en diciembre del mismo año como resultado de la división en las filas conservadoras. Centró sus esfuerzos en lograr una alternancia estable con los constitucionalistas de Sagasta, que fundó el Partido Liberal Fusionista (1880), identificado ya con el nuevo régimen. Sagasta gobernó hasta 1883, en que deja paso a un gobierno de Posada Herrera, de su misma formación, que finalmente tuvo que dimitir por la hostilidad de los propios sagastinos.
Se encargó el gobierno a Cánovas, que volvió a disolver las Cortes; en los comicios de abril de 1884. En estas elecciones, queda de manifiesta la corrupción política: se falsifica el censo, los interventores y los resultados de la elección.
La muerte prematura de Alfonso XII el 24 de noviembre de 1885 decidió a Cánovas a otorgar el poder al Partido Liberal, en un acuerdo para la consolidación del régimen que pasaría a la historia como el Pacto de El Pardo. El nuevo gobierno de Sagasta, y primero de la Regencia (1885) convocó elecciones. Se repitieron las irregularidades ya usuales, logrando los liberales 278 actas, entre ellas, por primera vez, Álvaro de Figueroa, Conde de Romanones obtenía la suya por Guadalajara.
La unidad de los conservadores se tambaleaba, ya había sufrido una disidencia con Romero Robledo, aunque había vuelto al redil. Formó gobierno Sagasta, que convocó elecciones para 1893, que otorgaron la consabida y habitual mayoría a los liberales. La sorpresa la dieron los republicanos con 47 escaños, el segundo grupo superando incluso a los conservadores oficialistas afectados por las disidencias internas.
El asesinato de Cánovas, junto al momento más crítico de la guerra de Cuba, además de las querellas internas en las filas conservadoras, precipitó el retorno al poder de Sagasta. Tras la habitual disolución de las Cámaras, las nuevas elecciones proporcionaron una cómoda mayoría a los liberales ante un Partido Conservador que continuaba escindido tras la desaparición de su líder indiscutible, en la oficialista Unión Conservadora de Silvela, y los disidentes robledistas, en pleno declive. La Unión Republicana renunció al abstencionismo, aunque sus disensiones internas le llevaron a un pobre resultado.
Alfonso XII, rey de España (1874-1885)
Alfonso XII sube al trono (1875), tras el destronamiento de Isabel II por la revolución de 1868. La época de la Restauración comprende: el reinado de Alfonso XII (1875-1885), la Regencia de María Cristina (1885-1902) y el reinado de Alfonso XIII (1902-1931).
Era hijo de la reina Isabel II de España y su marido, Francisco de Asís de Borbón. Reinó tras la Restauración borbónica, hasta su muerte prematura a los 27 años, víctima de la tuberculosis. Fue sucedido en el trono por su hijo póstumo, Alfonso XIII de España, cuya minoría estuvo encabezada por la regencia de su viuda, María Cristina de Austria.
El 1 de diciembre de 1874, Alfonso hizo público el Manifiesto de Sandhurst, presentándose a los españoles como un príncipe católico, español, constitucionalista, liberal, y deseoso de servir a la nación.
El 29 de diciembre de 1874 se produjo la restauración de la monarquía al pronunciarse el general segoviano Martínez Campos en Sagunto (Valencia) a favor del acceso al trono del príncipe Alfonso. En aquel momento, el Jefe del Estado era el general Serrano. El Jefe del Gobierno era Sagasta. En enero de 1875 llegó a España y fue proclamado rey ante las Cortes Españolas.
La Restauración nació de un pronunciamiento militar llevado a cabo por Arsenio Martínez Campos, pero fue encauzada por la vía civilista por Antonio Cánovas del Castillo, el cual durante el primer quinquenio actuó de forma autoritaria.
El reinado de Alfonso XII consistió principalmente en consolidar la monarquía y la estabilidad institucional, reparando los daños que las luchas internas de los años del llamado Sexenio Revolucionario habían dejado tras de sí, ganándose el apodo de «el Pacificador». Se aprobó la nueva Constitución de 1876 y durante ese mismo año finalizó la guerra carlista, dirigida por el pretendiente Carlos VII. Los fueros vascos y navarros fueron reducidos y se logró que cesaran, de forma transitoria, las hostilidades en Cuba con la firma de la Paz de Zanjón.
Los dos pilares básicos del nuevo régimen fueron la Constitución y un sistema político turnista (alternancia en el poder de los dos principales partidos). La Constitución, de carácter moderado, no impidió el sufragio universal (1890) y prohibió la censura previa en los medios de comunicación.
Dos aspectos que conviene destacar en la Restauración: las prerrogativas que se le otorgaban al monarca eran muchas, el rey además de reinar podía gobernar (lo que aprovechará el futuro Alfonso XIII) y, en esta misma línea, las Fuerzas Armadas pasaban a depender directamente del monarca, postergando a un secundario papel al respectivo gobierno de turno. Aspecto que llevará a la larga a vincular directamente las Fuerzas Armadas al monarca, por encima del poder civil, lo que se demostró como muy perturbador para el civilismo (poder político) en España.
La Constitución de 1876 tuvo, hasta el presente, la vigencia más larga de la historia de España; teóricamente hasta la llegada de la II República (1931), aunque en la práctica, se convirtió en ‘letra muerta’ con la dictadura de Primo de Rivera (1923-1930).
La Restauración instaura un largo período de calma, y de atonía política. El último cuarto de siglo es una verdadera tregua en la lucha de partidos que caracteriza a todo el siglo XIX. Pero en el terreno de las ideas la situación es distinta: al franco predominio del pensamiento católico en el reinado de Isabel II, sucede una época de violentas polémicas en las que el ideario tradicional sufre la acometida de las tendencias innovadoras, fomentadas por la revolución de 1868, y sobre las que ahora se ejerce la influencia de la filosofía del positivismo.
Consecuencia del agitado ambiente ideológico de la Restauración son los apóstrofes poéticos de Núñez de Arce, las novelas de tesis de Galdós y Pereda, los primeros libros de Menéndez y Pelayo, el incremento de una idea que ya apunta en Cadalso en el siglo XVIII y atraviesa el siglo XIX a través de Larra para llegar a la generación de 1898: la del problema de la decadencia de España y su regeneración.
Los conservadores ven la clave del resurgimiento patrio en la vuelta al Siglo de Oro; los liberales, en el contacto con Europa y en la fusión de lo tradicional español en la corriente universal del saber, pero también para mayor gloria de la patria. Los representantes de esta tendencia europeizante se llamarán regeneracionistas: Giner de los Ríos (1839-1915), Joaquín Costa (1846-1911), Ricardo Macías Picabea (1847-1899). Todos ellos consideran como ineficaces las discusiones ideológicas y fijan su atención sobre las realidades económicas y sociales de la vida nacional: escuela y despensa, doble llave al sepulcro del Cid. Por otra parte, el filólogo y crítico literario Marcelino Menéndez y Pelayo (1856-1912) será el gran defensor de la España del siglo XVI.
El 25 de noviembre de 1885, Alfonso XII moría de tuberculosis en el Palacio de El Pardo, en Madrid.
1872-1876 – Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
La derrota del carlismo y la paz de El Zanjón, que termina con la guerra de los diez años en Cuba, hace posible establecer un gobierno estable.
1879 – Partido Socialista Obrero Español (PSOE)
Creación del PSOE, primer partido obrero de la historia de España y una de las principales fuerzas políticas del país durante las épocas en que ha vivido bajo el sistema político democrático.
El PSOE fue fundado en Madrid pocos años después del inicio de la Restauración, tras la escisión del pequeño grupo obrero madrileño seguidor del marxismo (el denominado “grupo de los nueve”) respecto de la Federación Regional Española de la I Internacional (AIT) y la decantación de aquél hacia el socialismo marxista, frente a la corriente mayoritaria de signo anarquista.
1888 – Unión General de Trabajadores (UGT)
Organización sindical obrera española nacida en Barcelona en agosto de 1888, en íntima relación con el socialismo marxista a pesar de su apoliticismo estatutario. Estuvo relacionado desde su nacimiento con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
1885-1902 – Regencia de María Cristina de Habsburgo y Lorena
Cuando falleció Alfonso XII en 1885, se hallaba embarazada de un hijo que nacería póstumo, por lo que tuvo que asumir la regencia. Meses más tarde nació Alfonso XIII, quien se convirtió en la gran esperanza para el trono español. La reina, inexperta en los negocios de la política, se dejó asesorar por Sagasta, con quien acabaría trabando una estrecha amistad.
Los historiadores le reconocen su impecable observancia de las obligaciones constitucionales. Poco después de la muerte del rey Alfonso XII, se llegó al Pacto de El Pardo: Un acuerdo suscrito por Cánovas y Sagasta, que instituyó el sistema de turnos pacíficos en ejercicio del poder entre liberales y conservadores y consolidó la Restauración hasta finales del siglo XIX y principios del XX. Bajo su regencia se promulgaron, entre otras, la Ley de Sufragio Universal y la Ley de Asociaciones.
En sus últimos años de regencia se agravó el problema marroquí y se agudizó la conflictividad social. De esta época datan también los inicios del catalanismo político. Además, la pérdida de las tres últimas colonias hispanoamericanas en 1898 y el inicio de la descomposición de los dos partidos del turno al desaparecer Cánovas y Sagasta pocos años después, sumieron al país en una grave crisis, que evidenció de manera clara la inoperancia que adquirió, coincidiendo con el cambio de siglo, el régimen de la Restauración.
En 1902, vio cumplido su deseo de traspasar la Corona a su hijo, cuando Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad y fue proclamado rey de España. Desde ese momento se consagró a las obras de caridad y a su vida familiar y, a partir de 1906, al contraer matrimonio su hijo Alfonso con Victoria Eugenia de Battenberg, utilizó el título de «Reina Madre».
1895 – Estalla la Guerra de la Independencia en Cuba.
1898 – Pérdida de las últimas colonias españolas de ultramar
La guerra con los Estados Unidos termina con los restos del imperio colonial español: Cuba, Puerto Rico y las Filipinas son cedidas a los vencedores.
1902-1931 – Reinado de Alfonso XIII
Guerras carlistas del siglo XIX
La expresión Guerras Carlistas es empleada para referirse a las tres guerras civiles españolas del siglo XIX entre los carlistas (absolutistas), partidarios de Carlos María Isidro de Borbón y sus descendientes, y los liberales, partidarios del gobierno de Isabel II de España, sobrina de aquel, y sus descendientes:
Primera Guerra Carlista (1833–1840);
Segunda Guerra Carlista (1846–1849);
Intentona carlista: «Ortegada» (1860);
Tercera Guerra Carlista (1872–1876).
En el siglo XIX se produjeron varias insurrecciones de los carlistas contra el gobierno de Isabel II (1833-1868) y sucesivos, denominadas en aquella época «guerras civiles». Al producirse el levantamiento del general Franco en 1936, que llevó a una guerra más destructiva, se hizo habitual designar como «guerras carlistas» a las del siglo XIX, y reservar el término «Guerra Civil» para la de 1936-1939.
En las tres Guerras se enfrentaron, de un lado, los partidarios de los derechos al trono de la hija del rey Fernando VII, Isabel II, y, del otro, los de la línea dinástica encabezada por el hermano de aquél, Carlos María Isidro de Borbón (el infante don Carlos, ‘Carlos V’ para sus seguidores), así como a sus posteriores descendientes.
Los años finales del reinado se centraron en la cuestión sucesoria. Desde 1713 estaba vigente la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. En 1789, las Cortes aprobaron una Pragmática Sanción que la derogaba, pero ésta no fue publicada hasta 1830, cuando el Rey esperaba un sucesor. Poco después, nació la princesa Isabel.
En la corte se formó entonces un grupo de ‘realistas puros’, que defendían la candidatura al trono del hermano del rey, Carlos María Isidro de Borbón, y negaban la legalidad de la Pragmática publicada en 1830. En 1832, durante una grave enfermedad del Rey, cortesanos carlistas convencieron al ministro Francisco Tadeo Calomarde, quien logró que Fernando VII firmara un Decreto derogatorio de la Pragmática, que dejaba otra vez en vigor la Ley Sálica (recuperando el Reglamento de 1713). Las potencias de la Santa Alianza temían la instauración de una España liberal, justo cuando la Revolución francesa de julio de 1830 había alterado el estatus político europeo.
Con la mejoría de salud del Rey y la destitución de Calomarde, el gobierno dirigido por Francisco Cea Bermúdez puso de nuevo en vigor la Pragmática, con lo que, a la muerte del rey, ocurrida el 29 de septiembre de 1833 en Madrid, quedaba como heredera su primogénita Isabel (la que ya era reina Isabel II), cuyo reinado hubo de comenzar por resolver el conflicto que se transformó en la primera Guerra Carlista.
El conflicto quedó circunscrito geográficamente a determinadas zonas de Cataluña y a las provincias del Norte (Navarra y País Vasco). A pesar de que en principio sólo se dirimía una cuestión dinástica sobre el derecho al trono, bajo estas confrontaciones, que adquirieron en algunos momentos el carácter de contienda civil pese a su localización geográfica, subyacía un conflicto latente durante toda la centuria en el que frente a las emergentes tendencias liberales persistía la resistencia de los grupos más conservadores.
Primera Guerra Carlista (1833-1839)
La Primera Guerra Carlista fue una guerra civil que se desarrolló entre los partidarios del infante Carlos María Isidro de Borbón, conocidos como carlistas y de un régimen absolutista, y los de Isabel II, denominados isabelinos por apoyar a la regente María Cristina de Borbón, cuyo gobierno fue originalmente absolutista moderado, y acabó convirtiéndose en liberal para obtener el apoyo popular. Fue la más violenta y dramática, con casi 200.000 muertos. La guerra empezó en Bilbao, extendiéndose luego a Vitoria y La Rioja.
Eran partidarios de Don Carlos las provincias vascongadas, el clero secular y regular, elementos campesinos y de la clase media. Contra Don Carlos estaban el ejército, parte de la nobleza y la burguesía.
Tras la primera guerra carlista (1833-1840), la política va tomando un carácter conservador como reacción contra el Romanticismo liberal. Ahora priva una concepción realista de la vida. Sin embargo, perdura la influencia romántica. Son los años del auge de la ciencia positivista experimental: descripción exacta y rigurosa de la vida humana.
Segunda Guerra Carlista (1849-1860)
La Segunda Guerra Carlista tuvo lugar fundamentalmente en Cataluña debido al fracaso de los intentos de casar a Isabel II con el pretendiente carlista, Carlos Luis de Borbón, que había sido pretendido por distintos sectores moderados de Isabel, singularmente Jaime Balmes y Juan Donoso Cortés, y del carlismo. Sin embargo, Isabel II terminó casándose con su primo Francisco de Asís de Borbón.
No fue tan dramática como la primera y tuvo un impacto mucho menor. Su principal campo de batalla fueron las zonas rurales de Cataluña, aunque hubo algunos episodios en Aragón, Navarra y Guipúzcoa.
Tercera Guerra Carlista (1872-1876)
La Tercera Guerra Carlista se desarrolló entre los partidarios de Carlos, duque de Madrid, pretendiente carlista con el nombre de Carlos VII, y los gobiernos de Amadeo I, de la I República y de Alfonso XII.
Los principales escenarios de conflicto de esta guerra fueron las zonas rurales de las Vascongadas, Navarra y Cataluña, y con menor repercusión en zonas como Aragón, Valencia y Castilla. Este nuevo conflicto fue uno de los factores que desestabilizaron la monarquía constitucional de Amadeo I y de la Primera República española (1873-1874). La guerra finalizó en 1876 con la conquista de Estella, la capital carlista y la huida a Francia del pretendiente. A consecuencia de ella perdieron la mayoría de sus fueros las provincias vascongadas.
Esta guerra carlista se desarrolló sobre todo en las Provincias Vascongadas y Navarra. La restauración de los Fueros por el pretendiente en julio de 1872, abolidos por los decretos de Nueva Planta por Felipe V, influyó en la fuerza del levantamiento en Cataluña y en menor medida en Valencia y Aragón y algunas partidas poco activas por Andalucía, así como el resto del territorio peninsular, especialmente en áreas montañosas donde practicaban el bandolerismo ante su marginalidad y escasa eficacia a la hora de establecer un vínculo con el pueblo que facilitara su actividad guerrillera.
Tras la proclamación de la Primera República Española en 1873, muchos monárquicos isabelinos se pasaron al bando carlista, aumentando con la insurrección cantonalista. Por el contrario, el golpe de Pavía en enero de 1874 y el pronunciamiento de Arsenio Martínez Campos el 29 de diciembre de 1874, que condujo la restauración de la dinastía caída en 1868 en la persona de Alfonso XII, contribuyeron a restar fuerzas a los carlistas, así como el acercamiento al Vaticano del Gobierno español, y el reconocimiento de Alfonso XII por parte de Ramón Cabrera que publicó un manifiesto a la Nación y otro dirigido al Partido Carlista.
Las desamortizaciones en el siglo XIX
Desamortizaciones, proceso político y económico de larga duración en España, que transcurrió desde 1766 hasta 1924, en el cual la acción estatal convirtió en bienes nacionales las propiedades y derechos que hasta entonces habían constituido el patrimonio amortizado (sustraído al libre mercado) de diversas entidades civiles y eclesiásticas (manos muertas) para enajenarlos inmediatamente en favor de ciudadanos individuales.
La legislación desamortizadora reproduce los avatares de la revolución liberal, pues su vigencia y derogación están mediatizadas por la coyuntura política (avances liberales y reacciones absolutistas).
En su Informe, Jovellanos analiza los estorbos que se oponen al interés agrícola, clasificándolos en diferentes clases: políticos, morales y físicos. Entre ellos estaban los baldíos, la Mesta, la fiscalidad, la falta de conocimientos útiles de los propietarios y labradores, las malas comunicaciones y la falta de regadíos, canales y puertos. Para corregir esta situación Jovellanos propone que los baldíos y montes comunales pasaran a propiedad privada, disolver la Mesta, cercar las fincas, y que los arrendamientos estuvieran basados en el pacto libre entre los colonos y los propietarios, además de la limitación de los mayorazgos y la supresión de la amortización eclesiástica o de la eliminación de las trabas sobre los agricultores, además de la reforma de los impuestos:
«Se fueron enriqueciendo más y más los monasterios libres, al mismo tiempo que la corrupción y la ignorancia del clero secular inclinaba hacia ellos la confianza y la devoción de los pueblos, y esto fue el origen de su multiplicación y engrandecimiento en los siglo X, XI y XII; pero así como la relajación del clero multiplicó los monasterios, así también la de los monjes propietarios hizo nacer y multiplicó los mendicantes; los cuales relajados también y convertidos en propietarios dieron motivo a las reformas, y de uno y otro nació esta muchedumbre de institutos y órdenes y esta portentosa multiplicación de conventos, que, o poseyendo o viviendo de limosnas, menguaron igualmente la sustancia y los recursos del pueblo laborioso.» [Gaspar Melchor de Jovellanos: Informe en el expediente de ley Agraria (1795), primera versión 1784]
En su Teoría de las Cortes (1808-1813), el escritor y jurista Francisco Martínez Marina (1754-1833) defendió la necesidad de impedir que los bienes de la nación cayeran en manos muertas, anticipando el proyecto de desamortización de las Cortes de Cádiz y después ejecutado por Mendizábal. Todo ello le llevó a polemizar con el Cardenal Inguanzo.
Martínez Marina defendió la necesidad de impedir que los bienes de la nación cayeran en manos muertas, y se adelantó al proyecto de desamortización intentado por las Cortes de Cádiz y puesto en práctica después por Mendizábal: «El primero de todos los medios indirectos que reclaman la razón, la justicia y el orden de la sociedad, es moderar la riqueza del clero en beneficio de la agricultura; poner en circulación todas las propiedades afectas al estado eclesiástico y acumuladas en iglesias y monasterios contra el voto general de la nación; restituirlas a los pueblos y familias, de cuyo dominio fueron arrancadas por el despotismo, por la seducción, por la ignorancia y por la falta de piedad; abolir para siempre el injusto e insoportable tributo de los diezmos, que no se conoció en España hasta el S. XII, ni se extendió, ni se propagó, sino a la sombra de la barbarie de estos siglos y en razón a los progresos del despotismo papal».
Una primera etapa (1766-1798) comprendió la venta de bienes de los jesuitas y la denominada desamortización de Manuel Godoy (bienes raíces pertenecientes a hospitales, hospicios, casas de misericordia o cofradías).
La segunda fase (1808-1823) correspondió a la desamortización impulsada durante la guerra de la Independencia por la administración del rey José I Bonaparte y por los legisladores reunidos en las Cortes de Cádiz (bienes de la Inquisición y reducción a un tercio del número de monasterios y conventos), así como a la efímera obra del Trienio Liberal (prohibición de nuevas amortizaciones y supresión de los monasterios de órdenes monacales y de los conventos de órdenes militares).
En la tercera etapa (1834-1854), conocida como desamortización de Juan Álvarez Mendizábal y Baldomero Fernández Espartero, se procedió al sistemático despojo patrimonial de la Iglesia, y a la desaparición de monasterios y conventos.
La obra desamortizadora del banquero Juan Álvarez Mendizábal fue apoyada por una burguesía titubeante y elogiada por los intelectuales progresistas, que acabaron criticándola al descubrir lo que realmente era la desamortización: un programa organizado de acumulación de capital en manos de unos pocos.
«Hasta alrededor de 1860, la misión básica de los responsables del gobierno consistió en defenderse de las amenazas de la derecha y de la izquierda, evitar la bancarrota nacional –siempre al acecho– y preparar el camino para el modesto desarrollo industrial que viviría el país en décadas posteriores. El problema fundamental era el de la tierra. La desamortización de Mendizábal en 1836 puso en práctica un programa que en el siglo anterior preocupó a Campomanes y Jovellanos, pero ni afectó a las propiedades de la nobleza ni consiguió la creación de una clase social de propietarios medianos, ya que primó el objetivo político de ganarse para el constitucionalismo a las clases privilegiadas, exclusivas beneficiarias de las subastas de bienes amortizados. Las nuevas medidas del ministro Madoz en 1855 –en el marco de otro momento liberal– insistieron en el espíritu de 1836 y, claro está, en sus equívocas consecuencias. Hasta 1859, sin embargo, Pío IX no sancionó la enajenación de los bienes eclesiásticos. De este modo fue como, en un cuarto de siglo, apareció una fuerte burguesía terrateniente que inclinó a su favor la balanza del poder dentro de la sociedad española.» [Shaw, Donald L., o. cit. p. 18]
La cuarta fase (1855-1924) se inauguró con la Ley General de 1 de mayo de 1855 (cuyo principal impulsor fue el ministro de Hacienda Pascual Madoz, razón por la cual es también conocida como Ley Madoz) y fue por duración y volumen de ventas la más importante. Se completó la enajenación de los bienes de regulares y seculares y, sobre todo, se declaró la venta de los patrimonios de todas las manos muertas (bienes municipales, instrucción pública y beneficencia).
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