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© Justo Fernández López

Gramática española - Nivel superior

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Le als Akkusativ der Person maskulin Singular

«La Academia Española, teniendo en cuenta el origen etimológico de estas formas y la práctica más autorizada entre los escritores modernos, recomienda para el uso culto y literario la siguiente norma general: lo, para el acusativo masculino; la, acusativo femenino; le, dativo de ambos géneros, y además como acusativo masculino de persona, pero no de cosa; en plural, los para el acusativo masculino; las, para el acusativo femenino; les, para el dativo de ambos géneros. Así, pues, tratándose de un hombre podemos decir indistintamente No lo conozco o No le conozco; pero si se trata de una mujer, solo podemos decir No la conozco; hablando de un libro, Lo tengo en casa.»

[RAE: Esbozo..., 3.10.4 c), pp. 424-425]

Ein weiteres Zitat aus dem Esbozo:

«Algunos acusativos y dativos del pronombre de 3a persona tienen dos formas, por ejemplo, el acusativo singular masculino: lo (le). Colocamos en primer lugar la forma etimológica; en segundo lugar, encerrada entre paréntesis, la no etimológica. Las formas etimológicas se usan, con predominio sobre las no etimológicas, en Asturias, Aragón, norte de la Península, Canarias y en la mayor parte de los territorios americanos de habla española. Las no etimológicas, que aparecen ya en los primeros textos de la Edad Media y llegan a hacerse de uso casi regular en León y Castilla, representan un tendencia de la lengua a introducir en el pronombre de 3a persona una diferenciación genérica: le para el acusativo masculino, la para el femenino, lo para el neutro, a costa de la diferenciación casual. Pero la tendencia no llega a su pleno desarrollo. El dativo neutro le se mantiene inalterable. No prospera tanto el acusativo plural les como el singular le. Incide también en algunas zonas más que en otras de León y Castilla, o como una preferencia personal, la distinción entre un acusativo le referido a personas y el acusativo etimológico lo referido a cosas. Conviven, pues, en esos territorios dos sistemas irreconciliables y ninguna acción de política lingüística parece más conveniente, en beneficio del orden y la claridad, que la de dar paso, en lo posible, a las formas etimológicas. La lengua literaria que no reproduce el habla espontánea suele evitar hoy con bastante cuidado el dativo femenino la, las, de mucho uso en el Siglo de Oro, sobre todo en la literatura dramática, como reproducción acaso de la lengua coloquial: La he dado algunos azotes. Otros desajustes son más inofensivos, bien por tratarse de usos que hoy se consideran plebeyos, como el de lo/los dativo, aunque antiguo en la literatura: Dar les batalla e estorvar los su camino, o de usos muy minoritarios, como el empleo de le como acusativo femenino en Ecuador y Paraguay (donde el acusativo masculino le es popular), y en escritores españoles de origen no castellano, especialmente vascos: Mi madre se ponía donde yo no le viera (Unamuno).» [RAE: Esbozo..., § 2.5.2 d, pp. 204-205]

«Los errores de leísmo, laísmo, loísmo se explican por la tendencia a cambiar los subsistemas [le, les; lo, la, los, las], de carácter claramente funcional-etimológico (los casos acusativo y dativo del latín), por otros donde lo que importa es distinguir el género masculino del femenino y del neutro, por una parte; y la persona de la cosa, por otra).

La RAE considera correcto únicamente el leísmo de le por lo referido a personas masculinas y sólo en singular. De esta manera, lo y le pasan a ser variantes libres de complemento directo masculino de persona singular. Veámoslo: Complemento directo lo (le), los, la, las.

Tampoco es incorrecto el leísmo, general en España pero no en Hispanoamérica, que se da después del impersonal se:

Al embajador se le recibió con aplausos.

A los embajadores se les recibió con aplausos.»

[Gómez Torrego, L.: Manual de español correcto. Madrid: Arco/Libros, 1991, vol. 2, p. 53 y 57]

«La utilización del le por el lo en función de complemento directo masculino no es incorrecta, ya que se trata de la fórmula más extendida en la mitad norte de España. El leísmo es aceptable cuando se usa le como pronombre representativo del complemento directo. En la mitad sur de España se utiliza lo.

Le llevé a Cádiz (a Juan).

En este caso, lo correcto en el sur es ’lo llevé a Cádiz’. La confusión viene de que sí es correcto decir ’le llevé a Cádiz un paquete’, porque en este caso le representa al complemento indirecto. Es decir, se utiliza le correctamente cundo el pronombre representa al complemento indirecto de la frase. En el ejemplo anterior, la persona a la que se llevó el paquete es complemento indirecto. El directo es el paquete. También se debe usar le para el complemento indirecto femenino.

Le llevé un paquete a Luisa.

El leísmo incorrecto se produce cuando le es utilizado como complemento directo que representa a animales o cosas.»

[El País – Libro de estilo. Madrid, 1990, p. 125]

«Para el plural, la norma culta registra solo dos formas: una masculina, los, designando persona o cosa: los encontré (a tus hermanos, o los papeles); otra femenina, las, designando también persona o cosa: Las encontré (a tus hermanas, o las carteras).

El empleo de les como complemento directo masculino de persona es mucho menos acusado que el de le para persona en singular. Según los recuentos de Fernánder Ramirez, solo se presente les de complemento directo directo de persona una de cada diez veces frente a los. La lengua literaria, pues, no lo admite en general, si bien no escasean ejemplos de escritores cultos. En la lengua hablada es mucho más frecuente, sobre todo en Castilla. He encontrado bastantes ejemplos en Miró, Azorín, Baroja, Galdós y hasta Cela; esporádicamente en otros autores. En la lengua hablada es mucho más frecuente, sobre todo en Castilla. Pero, como queda dicho, no es uso aceptado en la norma general

[Seco, Manuel: Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. Madrid: Espasa-Calpe, 1998, S. 180]

«Cuando el pronombre personal de 3a persona en función de complemento directo concurre con se en oraciones de sentido impersonal, hay duda entre usar le, les para masculino y femenino:

Se les castigará (’ellos serán castigados’ o ’ellas serán castigadas’)

o bien le o lo, los para masculino

Se los castigará (’ellos serán castigados’)

y la, las para femenino

Se las castigará (’ellas serán castigadas’);

o bien le, les para masculino

Se les puede sacar a flote [a ellos],

y la, las para femenino

Según el punto de donde se las mira.

Aunque es cuestión mal dilucidada por los gramáticos, el hecho es que en la lengua general de hoy, en España, se prefiere la tercera y última opción de las mencionadas (masculino, se le, se les; femenino, se la, se las); en América, la segunda (masculino, se lo, se los; femenino, se la, se las).»

[Seco, Manuel: Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española. Madrid: Espasa-Calpe, 1998, S. 180]

«Leísmo. Sólo es correcto el uso de le como O. D. [objeto directo] de persona, masculino. Predomina el uso de le para el objeto directo masculino singular. Este uso es considerado correcto por la Real Academia Española cuandoo le objeto directo se refiere a persona masculina y esto en el uso castellano; en el uso hispánico general lo correcto es sólo lo. En los demás casos es mucho menos usado, y ademas es incorrecto. Le leísmo aparece con cierta frecuencia en el siglo XIII para la mención de cosas.

O. D. masculino:

Le vi ayer (correcto), persona.

Les vi ayer (incorrecto), personas o cosas.»

[Marcos Marín, Francisco: Curso de gramática española. Madrid: Cincel, 1980, p. 210-211]

«Como es sabido, se llama leísmo al empleo de le con función de complemento directo masculino: "A media tarde, le llamó por teléfono". Este fenómeno es típico del centro peninsular pero no de las otras regiones ni de Hispanoamérica, donde se mantiene con fortaleza la oposición le complemento indirecto, lo complemento directo. Sin embargo, la abundancia del leísmo en la lengua culta y literaria ha movido a la Real Academia Española a admitirlo, sólo cuando se refiere a personas masculinas (ejemplos anteriores). Con todo, la Academia manifiesta su deseo de que se mantenga la distinción etimológica entre le y lo. Procúrese observarla: los despachos leístas chocan en muchas zonas del país, que, en esto, se muestran más fieles al latín. En cualquier caso, es absolutamente incorrecto el leísmo referido a animales y cosas ("Se le desbocó el caballo y no pudo dominarle", "Se le perdió el reloj y no le encontró").»

[Departamento de Español Urgente de la Agencia EFE]

«Leísmo y laísmo:

Así como en el plural está perfectamente clara la distinción entre la forma de dativo les para ambos géneros y las de acusativo diferenciadas los y las, no pasa lo mismo en singular respectivo de las tres formas, le, lo y la, que ofrecen cierta confusión en el uso.

Ocurre esta en primer término entre el le y el lo, por el empleo muy extendido que se hace en la lengua corriente del le para el caso acusativo, diciendo: Le conocí por el traje, en vez de Lo conocí por el traje; Le busqué y no le encontré, en lugar de Lo busqué y no lo encontré. El motivo de esta confusión está, sin duda, en la necesidad instintiva que advierte el que habla de distinguir en el acusativo si se trata de una persona o de una cosa, empleando le para el primer y lo para el segundo. Así, decimos: A Andrés le busqué y no le encontré; en cambio, si se trata de un libro, por ejemplo, diríamos sin vacilar: Ese libro lo busqué por todas partes y no lo encontré.

Una razón muy semejante justifica la confusión entre le y la. La conveniencia que se siente de distinguir entre el dativo masculino (a él) y el dativo femenino (a ella) cuando no existe para ambos sino una forma indiferenciada le, hace que en el lenguaje familiar se habilite el acusativo la para el dativo femenino, reservando el le solo para el masculino. Así, se dice: A Petra la he escrito una carta, en vez de A Petra le he escrito una carta; La besé la mano (a la duquesa), en vez de Le besé la mano (a la duquesa).

Según el uso culto actual, el leísmo es correcto y el laísmo es incorrecto, en términos generales. Los usos familiares y vulgares son diferentes.

De aquí se deduce que la tendencia natural del idioma es aprovechar las diversas formas existentes, no para la distinción de casos (dativo/acusativo), sino solo para la distinción de géneros (masculino/femenino). Así se uniforma en cierto modo la tercera persona con las otras dos; cuyas formas no diferencian el dativo del acusativo (me; te; nos; os); si bien estas, por su etimología, tampoco distinguen entre masculino y femenino.

Es decir, el hombre de la calle espñol no siente la diferente configuración sintáctica de estas oraciones: La vi ayer por la tarde; La dije que lo que quería. Pero sí le interesa destacar que es la, a ella, a una mujer, y no a un hombre, a quien vio y a quien dijo algo.

La otra diferenciación posible (animado/inanimado) tiene realidad en la lengua, aunque poco firme: No le (o lo) he visto (a un hombre); No lo (o le) he traído (el libro). Recuérdese la escasa fijeza de normas en el empleo de la preposición a con acusativo, que es el otro uso sintáctico que atiende a la distinción entre animado e inanimado.»

[Seco, Manuel: Manual de gramática española. Madrid: Aguilar, 1980, pp. 171-172]

«Leísmo: Empleo exclusivo del pronombre le, como complemento directo, en lugar de lo y la. Así, voy a verle, en vez de voy a verlo o voy a verla. La Academia española y el buen uso admiten dicho empleo para el género masculino, siempre que el pronombre se refiera a personas, no a cosas; no puede decirse, por ejemplo, tengo un reloj, pero nunca le llevo. El leísmo es propio de Castilla, aunque ha penetrado en otras regiones del español.»

[Lázaro Carreter, Fernando: Diccionario de términos filológicos. Madrid: Gredos, 51981, p. 258]

«La RAE considera correcto únicamente el leísmo de le por lo referido a personas masculinas y sólo en singular. De esta manera, lo y le pasan a ser variantes libres de complemento directo masculino de persona singular. Veámoslo: Complemento directo lo (le), los, la, las.

Tampoco es incorrecto el leísmo, general en España pero no en Hispanoamérica, que se da después del impersonal se:

Al embajador se le recibió con aplausos.

A los embajadores se les recibió con aplausos.»

[Gómez Torrego, L.: Manual de español correcto. Madrid: Arco/Libros, 1991, vol. 2, p. 53]

«La tolerancia académica respecto al uso de le en función de acusativo es el resultado de una fuerte presión de ”las vacilaciones, ya antiguas, en el empleo de las formas inacentuadas de tercera persona lo, la, le y sus plurales los, las, les, y los grados con que estas confusiones se producen en las diferentes regiones y países de nuestro idioma”. Todo ello da lugar a los fenónemos denominados leísmo, laísmo y loísmo; cada uno de los cuales merece adecuada atención.

Leísmo parcial

El leísmo denominado parcial, generalizado en la lengua española peninsular, consiste en la extensión de la forma le/les al acusativo masculino de persona, en sustitución de la forma ortodoxa lo/los; como puede apreciarse en los ejemplos:

Era mi jefe y no lo reconocí. = Era mi jefe y no le reconocí.

Seguí al ladrón y lo alcancé. = Seguí alladrón y le alcancé.

Esta extensión, consagrada por el uso, hay que considerarle irreversible en el español cisatlántico y es aceptada por la Academia, aunque sólo en forma de singular. El uso del plural les en función de complemento directo (o caso acusativo) es considerado por la Real Academia Española como una «reprensible incorrección»; reprensión aplicable al plural de los anteriores ejemplos:

Eran mis jefes y no les reconocí.

Seguí a los ladrones y les alcancé.

A pesar de tan servera adminición académica, el llamado leísmo parcial (limitado a personas) hay que considerarlo ya una adquisición en firme de la lengua española; más firme en singular, pero también en plural.

Leísmo total

Menos generalizado, pero en curso de afianzamiento, el leísmo total consiste en la extensión de la forma le/les a cualquien función de acusativo masculino, tanto de persona como de cosa.

Cayó el libro y lo recogí. = Cayó el libro y le recogía.

Tomó el pan y lo bendijo. = Tomó el pan y le bendijo.

La Academia, según propia expresión, “ha contemporizado” también con este uso, aunque con la misma limitación singular que aplica a la tolerencia del leísmo parcial. En realidad, el leísmo total es sólo dialectal y no puede considerarse un fenómeno de la lengua común española.»

[Marsá, F.: Diccionario normativo y guía práctica de la lengua española. Barcelona: Ariel, 1986, pp. 138-139]

«El llamado leísmo ofrece variedades. Consiste en el empleo de le, y con menor frecuencia de su plural les, como referentes de la función de objeto directo. El leísmo más extendido, y con mayor aceptación en la tradición literaria, es el ue establece distinción entre la alusión a persona (o ente personificado) y lo que no es persona, cuando el sustantivo eludido comporta masculino y singular. Se produce así una confusión parcial con el referente a objeto indirecto:

Objeto directo: masculino persona le, no persona lo, femenino la, neutro lo; plural masculino los, femenino las.

Objeto indirecto: sin género le singular, les plural.

Este esquema alterna con el del uso originario, y es sobre todo el más corriente entre escritores castellanos y leoneses. No rechazado por la norma académica, es un compromiso entre el uso conservador y las tendencias que luege se verán. A veces, la distinción de la persona y la no persona del masculino se extiende al plural, y se emples les para masculino personal y los para masculino de cosa. Otras veces, la preferencia de le y les como directo para el masculino se deriva de la distinción entre seres animados e inanimados. En fin, especialmente en Castilla la Vieja, el leísmo se refleja en las referencias a seres contables (como niño, perro, árbol, coche, etc.), en tanto que los sustantivos no contables o continuos (como vino, trigo, carbón, barro, etc.) siguen siendo referidos por las formas lo, los.

En relación con este uso, el habla rural de esas zonas representa con lo a todo sustantivo no contable, sea masculino o femenino, mientras que le y la se reservan para los sustantivos contables masculinos y femeninos respectivamente. Por ejemplo

El café ya no lo pruebo. La lecha tenían que llevarlo en camiones.

[se refieren a objetos no contables]

El coche no le mueven de ahí. La camisa no la pierde.

[llevan le y la respectivamente porque el masculino coche y el femenino camisa se refieren a objetos contables]

La tendencia a suprimir la diferencia de funciones entre objeto directo e indirecto en beneficio de la distinción de género se refleja también en el laísmo

[Alarcos Llorach, Emilio: Gramática de la lengua española. Madrid: Espasa-Calpe, 1994, § 263, p. 202]

«Dentro de la tradición gramatical española el leísmo en sus diferentes tipos, el laísmo y el loísmo se han venido explicando mediante la hipótesis de dos tendencias lingüísticas que actuarían conjunta y contradictoriamente. Ambas fueron percibidas primariamente por gramáticos del siglo XIX, Salvá y Cuervo, y, con matizaciones posteriores, reconocidas por eminentes gramáticos y filólogos contemporáneos como Fernández Ramírez y Lapesa (y a través de ellos por la inmensa mayoría de los que se han acercado al problema.

El leísmo para objetos directos masculinos en el singular (tnto de persona como de cosa), el laísmo y el loísmo (con referente neutro o masculino plural) tendrían su origen en la tendencia a crear en castellano un paradigma de los pronombres átonos basado en el de los demostrativos (este-a-o, estos-as), en el que se eliminarían las distinciones de caso a favor de las de género: le-la-lo, los-las. La distinción acusativo / dativo dejaría de ser pertinente en los pronombres de tercera persona, igual que no lo es en las dos de primera y segunda (donde me, te, nos, os refieren tanto a antecedentes en posición sintáctica de objeto directo como de objeto indirecto).

Esta interpretación consigue explicar algunos datos, pero no todos.

Por ello se consideró la incidencia de un segundo factor, a saber, la tendencia a distinguir en castellano los entes personales de los no-personales. Ese deseo de distinguir entre los personal y lo no-personal, sería la otra causa originaria del leísmo (pero no del laísmo ni del loísmo), la cual, contrarrestando la primera tendencia, permitiría comprender el leísmo de Esta tarde voy a recoger a los niños del colegio y les llevaré al parque. / A María hace tiempo que no le veo. / Aquí no hay monjas. En la guerra les mataron a todas. Obsérvese, no obstante, que el leísmo plural de cosa y el loísmo singular de antecedente masculino tampoco resultan aclarados por esta explicación. [...]

La principal objección proviene de su incapacidad preventiva: el leísmo en sus diferentes tipos, el laísmo y el loísmo se juzgan como fenómenos de variación porcentual sobre el total de ejemplos observados, sin que pueda predecirse qué produce su aparición en cada caso solva las tendencias mencionadas ni se aclare el porqué de la mayor frecuencia de unas confusiones frente a otras. Ello tiene su origen en haber no contemplado la posibilidad de que existieran diferencias dialectales entre las distintas áreas confundidoras del mundo hispanohablante y en haber manejado la misma y única hipótesis para todas ellas.»

[Inés Fernández-Ordóñez: “Leísmo, laísmo, loísmo”, en: Bosque, Ignacio / Demonte, Violeta (eds.): Gramática descriptiva de la lengua española. Madrid: Real Academia Española / Espasa Calpe. 1999, vol. I, p. 1321]

«Durante la Edad Media el empleo de los pronombres átonos de tercera persona había respondido en general a su valor etimológico: el dativo de cualquier género se indicaba con le y les (< illi, illis); el acusativo se servía de lo (< illum e illud) para el singular masculino y para el netruo, de la (< illam) para el femenino, y de los (< illos) y las (< illas) para los plurales masculino y femenino. Este sistema, satisfactorio para la distinción de los casos, no lo era tanto para la de géneros, indiferenciados en el dativo y con un lo válido para masculino y neutro. No es de extrañar que desde el Cantar de Mio Cid haya ejemplos reveladores de un nuevo criterio, que menoscaba la distinción casual para reforzar la genérica. La muestra más frecuente es el uso de le para el acusativo masculino, sobre todo referente a personas: en la primera mitad del siglo XVI este acusativo le domina en los escritores de Castilla la Vieja y León, a los que se suman después alcalaínos y madrileños, como Cervantes, Lope, Tirso, Quevedo, Calderón y Solís. No faltan quienes se valen de le para el acusativo de persona y de lo para el de cosa, introduciendo así en el régimen pronominal una clasificación como la que establecía la presencia de a ante el acusativo nominal de persona. El leísmo tuvo menos éxito en plural, donde los conserva siempre aplastante mayoría sobre les. Aún más restringido está el uso contrario, el de lo y los para el dativo, aunque se encuentre atestiguado desde antiguo en escritores castellanos y leoneses, y más tarde en madrileños también. En unos y otros principalmente se da asimismo el uso de la, las para el dativo femenino, en proporción variable respecto a le, les. El Norte y Centro peninsulares, albergue de todas estas innovaciones, divergen de Aragón y Andalucía, que se mantienen fieles al criterio etimológico basado en la distinción de casos. No obstante, el influjo de la corte hace que, aun con predominio del gusto conservador, aragoneses como los Argensola y andaluces como Jáuregui ofrezcan bastantes ejemplos de le acusativo masculino.»

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Gredos, 1968, pp. 260-261]

«En el siglo XVII: En cuanto a le, la, lo y sus plurales, el Norte y Centro, leístas y laístas, continúan enfrentándose con Aragón y Andalucía, mejores guardianes de la distinción etimológica entre le, dativo, y lo, la, acusativos.

En el siglo XVIII: la pujanza del leísmo fue tal que en 1796 la Academia declaró que el uso de le era el único correcto para el acusativo masculino; después, rectificando este exclusivismo, fue haciendo sucesivas concesiones a la legitimitad de lo, hasta recomendarlo como preferible. Sin embargo, en zonas castellanas, leonesas y norteñas se sigue empleando frecuentemente le y les para el acusativo de persona (“a Juan le quieren mucho”, “ayer les conocí”) y hasta el de cosa (“el paraguas, le perdí”, “los libros, me les dejé en casa”). En las mismas regiones y en Castilla la Nueva la tendencia popular favorece a la para el complemento femenino, sea directo o indirecto, igualando “la encuentro cansada” con “la tengo cariño” o “la escribí una carta”. También hubo oleada laísta en el siglo XVIII, pero la reacción fue más rápida que en el caso de le; condenado por la Academia en 1796, el dativo la ha decaído en el lenguaje literario. Lo como dativo (“lo pegué una bofetada”) es francamente plebeyo. En su conjunto la situación viene a ser la misma que en el Siglo de Oro. Las discusiones entre leístas, laístas y loístas son episodios representativos de la seguridad general castellana.

En la Edad Media y durante el Siglo de Oro suele aparecer le para el dativo de plural; hoy es corriente en el habla (“dale un abrazo a tus padres”), pero sólo como descuido trasciende a la escritura, fuera de algunos textos literarios que quieren reflejar la viveza de la expresión espontánea. Totalmente inculta es la anteposición de me y te a se (“me se cayó”, “te se olvida”), aunque te se cuenta con cierta indulgencia en algunas regiones. En el lenguaje aldeano dura la colocación del pronombre delante del imperativo (“me dé”, ‘déme’). Por último, es muy general entre el vulgo la trasposición o duplicación de la n verbal después del pronombre enclítico (siéntesen, ddígamn, cállensen).»

[Lapesa, Rafael: Historia de la lengua española. Madrid: Gredos, 1968, pp. 303-304]

«¡Buena la armó el señor Romagosa! ¿Qué ha hecho este caballero español-catalán para levantar esa nube de polvo? Pues dirigir una carta al diario madrileño ABC censurando un uso del pronombre lo que hace en sus artículos don Antonio Burgos. Lo incriminnaba públicamente por escribir cosas como “Al señor presidente lo saca de quicio...”, o “Al señor presidente lo pone nervioso”. Y los defensores del conocido escritor sevillano han formado legión, exhortándome a que encause a su impugnador.

No me gusta el papel de mastín del idioma, cuando me sé gozque de libre deambuleo, pero esta vez acepto el ladrido incitado. En efecto, el señor Ramagosa no tiene razón. Porque lo que verdaderamente es justo, aunque no necesario, lo que deberíamos decir y escribir todos si algunas perturbaciones no hubieran actuado, es el lo que estampa en sus artículos don Antonio Burgos: “Al presidente lo saca de quicio...”, “Al presidente lo pone nervioso ...”. Es esto lo fielmente etimológico: el lo heredado del illum latino. El loísmo es otra cosa; se produce cuando lo desaloja al le dativo: “Lo dio una bofetada”; su paralelo es el laísmo de “La dio un beso”. Esto sí que es un vulgarismo, de preferente localización madrileña.

Pero no el otro lo, el del señor Burgos, que empleamos con perfecto derecho muchos millones de hispanos. Ocurre, sin embargo, que, desde antiguo, y con mucha fuerza ya en el siglo XVI, el pronombre le está invadiendo el empleo de lo en los territorios centrales de la Península (“Al presidente le pone nervioso...”); es el fenómeno llamado leísmo, de tanta pujanza, que al señor Romagosa le parece el evangelio gramatical. Y no, no lo es. Simplemente ocurre que lo oye más porque vive en Madrid; y le atronaría en los oídos si, cosa siempre recomendable, se diera un paseo por Valladolid. Ese le que a él le gusta es, evidentemente, tan correcto como lo, cuando se emplea para aludir a varones; el uso culto lo proscribe si ha de referirse a cosas (“El bolso no le he encontrado”) o animales (“Al elefante no le vi”). Por supuesto, no puede sustituir a la (“A tu hermana le encuentro muy delgada”). Y tampoco resulta muy ortodoxo, aunque se refiera a personas, en plural: “A todos los asistentes les registraban”. A otro español-catalán, el poeta Juan Boscán, le sudecía lo mismo que a su paisano, el señor Romagosa: que viendo el empleo de le que hacía su admirado amigo el toledano Garcilaso de la Vega, plagó sus propios versos de le. Y siempre han procedido igual muchísimos escritores nacidos en territorios no leístas: se han convertido al le por mimetismo cortesano. Pero lo dista de ser pecado, y lo practicamos en general, aunque no siempre en particular, los periféricos de Castilla, que somos muchos más. Absuelva, pues, el señor Ramagosa al señor Burgos y cálmense todos los etimologistas que han puesto el grito en el correo tan justamente.»

[Lázaro Carreter, F. (de la RAE): El dardo en la palabra. Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2001, pp. 361-362]

Leísmo, laísmo y loísmo: Las formas átonas o inacentuadas de la 3.a pers. no siempre tienen un uso etimológico; cuando esto ocurre se producen los fenónemos de leísmo, laísmo y loísmo.

Leísmo

illi (-s) > le (les)

funcionando como acusativo.

Laísmo

illam (-as) > la (las)

funcionando como dativo.

Loísmo

illum (-os) > lo (los)

funcionando como dativo.

El uso no etimológico de estas formas aparece ya en los primeros textos de la Edad Media; esto representa una tendencia de la lengua a introducir en el pronombre de 3.a pers. una diferenciación genérica: «le» para el acus. masculino; «la» para el fem. y «lo» para el neutro, a costa de la diferenciación casual.“ 

[Urrutia Cárdenas, H. / Álvarez Álvarez, M.: Esquema de morfosintaxis histórica del español. Bilbao: Publicaciones de la Universidad de Deusto, ²1988, S. 141]

Leísmo y laísmo

Fernández Ramírez ya indicaba: «La serie femenina le la se opone distintamente al neutro lo, pero no la serie masculina: le lo. Es curioso observar que el deslizamiento de le no se realiza nunca hacia el territorio del lo neutro, lo que prueba una voluntad bien decidida del instinto lingüístico encaminada a conservar una forma diferenciada en esta función. Por otra parte la intrusión de le en la función de acusativo se realiza preferentemente cuando la mención del pronombre es de persona, no de cosa, favorecida precisamente por el hecho de que los dativos pronominales consisten predominantemente en menciones personales».

Luego Rafael Lapesa explicará con detalle y concluirá: «El auténtico origen del leísmo fue la perduración del dativo con un grupo considerable de los verbos que en latín lo regían, y el contagio de tal construcción a otros verbos, hasta invadir toda el área del objeto directo personal ... El leísmo colidió desde un principio con la conveniencia de que el pronombre afijo, necesariamente anafórico o catafórico, llevara señal de género para indicar con más precisión cuál fuese la palabra a que se refería ... La oposición entre persona y cosa se vio interferida desde muy pronto por la oposición genérica, que la favoreció en el singular masculino y la obstaculizó en el femenino. Además esa interferencia originó una desviación del proceso, orientándolo hacia miras diferentes de las que habían provocado su nacimiento: el leísmo adquiere ya durante el siglo XIII alguna frecuencia en la mención de cosas, lo que desvirtúa su prístino sentido personal, y tiende a convertirse en meno recurso para fortalecer el contraste entre masculino y neutro. El refuerzo de la oposición de géneros a costa de la de los casos se acentúa en el siglo XIV con la aparición del laísmo».

[Abad, Francisco: Diccionario de lingüística de la escuela española. Madrid: Gredos, 1986, S. 156]

«El 'leísmo' del español está definido como el uso de 'le' en lugar de 'lo' y está supuestamente restringido a un referente masculino singular (Lapesa 1983). También se piensa que es un fenómeno dialectal del norte y centro de España, que se originó por una confusión fonológica durante la Edad Media (Marcos Marín 1978). En este artículo se presenta evidencia que muestra que el uso de un clítico dativo (le/les) para pronominalizar un complemento acusativo humano (lo/la/los/las) no se restringe al masculino singular y tampoco se restringe al uso peninsular. En lugar de ser un fenómeno dialectal, el llamado leísmo español es parte de la alternancia general en español (y en otras lenguas) de dativo y acusativo para marcar un complemento directo (González, 1998). Esta alternancia tiene una explicación sistemática si se ve como una interacción de la animacidad relativa del sujeto y de un complemento directo: Este último tiende a marcarse con dativo en lugar de acusativo cuando es tan alto en la jerarquía de animacidad como el sujeto y especialmente cuando es más alto.»

[González, Luis. "El leísmo hispano. Un análisis basado en roles temáticos". Linguística y Literatura 32, 97-114. Universidad de Antioquia, Medellín (Colombia). Diciembre de 1997. En: El leísmo hispano.]

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