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leísmo - loísmo - laísmo - enfoque semántico

© Justo Fernández López

Gramática española - Nivel superior

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Enfoque semántico de Ramón Trujillo

«Los dos códigos y la gramática:

Se ha dicho, sin duda con razón, que mal se podrá hablar una lengua si no se conoce alguna de sus normas de uso, aunque en realidad esto sólo es verdad en relación con el manejo del “segundo código”: lo que sucede es que, de hecho, nadie conoce el primer código “a secas”, si bien no parece que eso sea imposible, al menos en teoría. En todo caso, una persona que sólo conociera el primer código no sería apta más que para la comunicación pura y parecería una extraña máquina de hacer poemas. Pero, bromas aparte, la diferente naturaleza de uno y otro código no es, como parece insinuar la dicotomía sistema / norma, una diferencia de “grado”, sino una diferencia de “cualidad”. Es ésa la causa de que muchas de las reglas gramaticales aceptadas generalmente no sean, en sentido estricto, verdaderas reglas. Parecería, en efecto, un disparate afirmar, como hacen los que confunden las reglas de un código con las del otro, que el verbo dormir, por ejemplo, posee un argumento de tipo ‘activo-animado’, que rechaza cualquier sujeto que no tenga esos mismos rasgos “selectivos”, por lo que, en consecuencia, una expresión como la de aquella “tarde dormida”, del poema de Antonio Machado, sería agramatical “en esa forma”, de manera que sólo podría entenderse gracias a una “reinterpretación”, en relación con otra construcción “verdaderamente gramatical”, del tipo “mujer dormida”, o algo por el estilo. Inconsecuencias como ésta llenan hoy los manuales y los trabajos lingüísticos, atribuyendo a la gramática, es decir, al sistema, lo que sólo pertenece o es válido en el plano de los usos simbólicos, que son los de la norma, la cual, como hemos visto, es ajena, por su esencia, al plano rigurosamente idiomático. Y no quiero decir, con esto, que la norma no deba interesar al gramático, sino, muy por el contrario, que éste ha de aprender a separar un código del otro, para poder, al fin, explicar los hechos de norma, los símbolos, como interpretaciones concretas de un sistema básico, del que se derivan necesariamente y sin cuyo auxilio no podrían explicarse nunca de manera satisfactoria.

Las inconsecuencias, en este terreno, son incontables. Piénsese, por ejemplo, en las presuntas diferencias “gramaticales” entre reflexivas del tipo “alguien se baña” y “algo se vende”, cuando el supuesto contraste gramatical ‘activo’ / ‘pasivo’ no resulta, en realidad, de la forma ni de la estructura idiomática, sino de una visión convencional de los acontecimientos reales, según se relacionen con seres animados o inanimados. Y no digamos nada de la explicación de una cláusula del tipo “Juan se afeita” como la resolución de “Juan afeita a Juan”, sin percatarse de que estas expresiones no son iguales, porque una construcción reflexiva y otra no reflexiva no pueden serlo de ninguna manera. El daño que se está haciendo, por este camino, a la comprensión correcta de los hechos del lenguaje es inconmensurable.

En efecto: uno de los fallos más llamativos de ciertos planteamientos gramaticales al uso, tanto en el seno del estructuralismo o del funcionalismo, como en el de la lingüística generativa, suele hallarse en la identificación abusiva y, por supuesto, injustificada, de los hechos de sistema y de norma, que no son, como acabo de señalar, dos niveles de la lengua, dos niveles de la gramática, sino dos códigos diferentes que no se condicionan mutuamente ni se corresponden entre sí. Así, por ejemplo, sería incorrecto afirmar que le es objeto indirecto, porque el funcionar como tal (que no es el ser tal) depende de convenciones sociales que pueden alterarse a voluntad: el uso normal de mi tierra es el de objeto indirecto, pero nada me impide decir (y no sólo por una cuestión de hábito, sino también porque me brinda la posibilidad de significar otra cosa diferente) “no se preocupe: le ayudará cuando quiera”, individualizando o destacando así la mención del referente mediante el “alejamiento” que significa le, junto a “no se preocupe: lo ayudaré cuando quiera”, dejándolo en la penumbra de la simple mención. No estamos ante dos “subsistemas” diferentes, pertenecientes a lenguas funcionales, igualmente diferentes, sino ante un sistema único, invariable, que se relaciona con distintos códigos secundarios de interpretación. El aparente caos que parece presentar una lengua en la que ese pronombre puede ser a veces una cosa y a veces, otra, no es más que el resultado de una confusión de nivel de análisis: no es que le sea complemento indirecto en unas normas y complemento directo en otras. De hecho, tal diferencia gramatical o semántica es ajena a la estructura de nuestra lengua y pertenece sólo a convenciones diversas acerca de la manera en que significamos la realidad mediante los complementos pronominales átonos del verbo.

Lo que en realidad sucede en este caso es que, en el sistema de la lengua, no hay complementos directos e indirectos (que no son más que nociones tributarias de la estructura de la lengua latina y, en particular, de los tipos de interpretación gramatical que la tradición ha hecho de ella), sino, en esta ocasión, dos clases de pronombres, lo y le (con sus variantes respectivas), opuestos entre sí, no por una diferencia de caso o algo similar, como suele pensarse, sino por un contraste semántico que pertenece a la naturaleza propia de estas partículas complementarias: mientras que el primero afecta al aspecto interno del significado verbal, el segundo se sale de él, individualizándose. En el sistema, es decir, en la gramática, no hay más que eso: ‘complementación interna’ / ‘complementación externa’. En el uso, por el contrario, todo depende de como se vea “culturalmente” (es decir, de como “se acostumbre” a ver), la relación verbo-complemento, de manera que unos dirán “los prefiere”, aproximadamente como si dijeran “prefiere los amigos”, y otros, “les prefiere”, de una manera semejante – no igual – a lo que significaría con “prefiere a los amigos”, expresiones éstas de significado diferente (1) por tal razón, ya que lo, totalmente integrado en el ámbito semántico del verbo, “sugiere” una segunda complementación (como si se hubiese pensado “prefiere los amigos a los colegas), en tanto que le, que significa la complementación externa e individualizada, señala el término más lejano (2), o, si se prefiere, aleja la intuición del referente. Las diferencias de uso (de norma) nada tienen que ver con la gramática, aunque sólo se podrán explicar desde la gramatica, ya que, cualquiera que sea el capricho “sociolingüístico” que prive, los hablantes habrán partido siempre del código básico: no hay, pues, variación en el ámbito de la lengua, sino en las maneras de ser y de sentir de los miembros de una comunidad lingüística dada. Debe, pues, de tenerse en cuenta que si no se parte del sistema, de la gramática en sentido estricto, no se podrá dar jamás una explicación satisfactoria de hechos de esta clase; es decir, una explicación que no confunda nuestros lo y nuestros le con los acusativos y dativos latinos o con los calcos que los representan en nuestros manuales de gramática, bajo nombre diversos y totalmente inútiles, ya que son los nombres de objetos que ni siquiera poseen existencia real.

No debe olvidarse, en fin, que esta doble codificación de la que estamos hablando (3) se corresponde, como he dicho más arriba, con aquella otra diferencia que existe entre las ideas de sistema y norma, que, en realidad, no significan dos niveles distintos de formación de “la misma cosa”, sino dos formalizaciones distintas de dos cosas también distintas. No se trata de dos grados diversos de un mismo proceso de abstracción de los datos concretos de las lenguas, sino, en el caso del sistema, de un complejo semántico no astracto e independiente de la experiencia directa de las cosas (4), y, en el caso de la norma, de la única codificación abstracta que poseemos de los datos concretos de la experiencia: una codificación realizada mediante los recursos del sistema lingüístico, pero que no se confunde con él. Mientras que la lengua es un objeto concreto, formado sólo por palabras y reglas (5), la norma es un código de símbolos que representan conceptos o abstracciones que el hombre ha fabricado para clasificar, interpretar y dominar el mundo en que vive. Naturalmente, esas abstracciones no representan realidades u objetos “absolutos”, que no son en sí mismos cognoscibles, sino interpretaciones sociales de ellos, naturalmente subjetivas y convencionales.

Notas:

(1)   Los sociolingüistas tienen una notable propensión a interpretar hechos de esta clase como casos de “variación”, sin percatarse de que no varía nada en la lengua, en la que le y lo mantienen invariablemente sus significados propios y siempre diferentes. Habría variación si, por ejemplo, le llegara a significar lo mismo que lo, cosa que no sucede ni parece que vaya a suceder jamás. Una cosa es que los hablantes, o determinados hablantes, renuncien, consciente o inconscientemente, a la diferencia y, otra muy distinta, que esa diferencia haya desaparecido, igualándose así los dos pronombres.

(2) Lo y le no se oponen como acusativo / dativo más que, en todo caso, etimológicamente. En español, el contraste se da entre la ‘perspectiva interna’ del primero, que le permite integrarse tanto en el significado de un verbo (“lo ve”), como en el de un elemento nominal (“lo bueno”), y la ‘perspectiva externa’ del segundo, que implica siempre un alejamiento “real” o nocional (así, acaso se diga que, en “le estimo”, le aparece con la “misma función” – aunque, en realidad, se trate tan sólo del “mismo referente” – que el lo de “lo estimo”: lo que importa, sin embargo, es que ambos presentan distinto significado). De ahí que lo se pueda construir como complemento directo (“lo estimo”), con un verbo transitivo; como “predicado nominal”, con un verbo de estado (“lo es”); como complemento indirecto, en usos loístas (“lo dio una zurra”), etc., y siempre sin dejar de ser, como es natural, el mismo signo. La idea de signos diferentes, es decir, de más de un lo o de más de un le, es el resultado de un prejuicio que consiste en confundir la categoría, que es semántica, con sus distintas funciones o distribuciones sintácticas.

(3) Esta “doble codificación” se relaciona con la creencia de que las lenguas son sistemas de abstracción (es decir, de reducción o simplificación de lo real). La concepción más simple y común es la de Saussure, para el que sólo hay un grado de abstracción, la langue, de manera que las lenguas forman sus significados conceptualizando directamente la realidad (“el significado no es una cosa, sino un concepto”). Pero esta concepción tan simple no ha parecido suficiente a la ciencia del lenguaje. Coseriu, siguiendo a Hjelmslev, postula la existencia de dos planos o niveles de abstracción, a partir de los datos “concretos” del hablar: el primer nivel, la norma, lo constituye todo aquello que no es más que realización histórica, repetición de modelos, pero sin valor funcional; el segundo nivel, el sistema va más allá en el proceso de abstracción, deshaciéndose de todo lo que no posea valor funcional: el sistema no incluye más que las oposiciones funcionales de una lengua. Con todo, no parece que pueda hablarse así, sin más  de sistema, norma y habla, como tres grados de la misma cosa, ya que la norma posee una naturaleza distinta de aquella que el sistema, la langue, comparte con el habla, con la parole (langue y parole sí son, evidentemente, las dos caras de una misma moneda). La norma, en cambio, se refiere al conjunto de convenciones sociales que se relacionan con la lengua; es decir, a un código cualitativamente diferente, aunque paralelo.

(4) Las lenguas naturales, no son, a diferencia de los sistemas artificiales de signos, mecanismos abstractos, ni conjuntos formados por unidades igualmente abstractas. Las palabras – o, si se quiere, sus significados – no son abstracciones de las cosas concretas, sino cosas concretas ellas mismas. Recuérdese que el verde y el viento, del “verde viento”, no son ni el color verde ni el movimiento del aire, sino tan sólo dos palabras, es decir, dos significados tan concretos como esas cosas supuestamente representadas por ellos: en esa expresión, como se ha dicho ya, ni viento es el viento, ni verde es el color de las cosas verdes. Si, en fin, los significados fueran abstracciones, el diccionario no plantearía problemas semánticos de ninguna clase, ya que no sería más que un inventario de piezas objetivamente inconfundibles.

(5) Cuando digo que sólo son palabras y reglas, hablo sólo de palabras y de reglas, y no de las palabras y las reglas vistas como el reverso de determinadas clases de cosas o de situaciones.»

[Trujillo, Ramón: Principios de semántica textual. Los fundamentos semánticos del análisis lingüístico. Madrid: Arco Libros 1996, pp. 44-49]

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