|
Balance de la Conquista © Justo Fernández López Hispanoamérica - Historia e instituciones
|
Balance de la conquista americana
Algunas potencias europeas, especialmente las italianas y las ibéricas, buscaban en el siglo XV la ruta hacia la llamada Especiería. Las especias afluían a Europa desde Asia a través de intermediarios, por lo común árabes. Era una de las mercancías más codiciada y rentable. Los venecianos y genoveses controlaban el mercado en el Mediterráneo oriental. Los portugueses intentaron encontrar una ruta hacia la Especiería siguiendo la costa africana, pudiendo en 1488 doblar el cabo de Buena Esperanza.
Castilla también había emprendido la ruta africana. En 14002, Castilla anexionó las islas Canarias, pero cedió a los portugueses el dominio del litoral africano, a cambio del reconocimiento de Canarias como soberanía castellana. En 1492, tras la rendición de Granada, los Reyes Católicos decidieron auspiciar el proyecto del genovés Cristóbal Colón para alcanzar Asia y la Especiería por una ruta diferente a la africana de los portugueses: por el Occidente. Era la forma de competir con los portugueses por la preciada mercancía. Se había construido un nuevo tipo de barco, la carabela, adecuado para la navegación atlántica. Pero los viajes de Colón sólo descubrieron nuevas tierras.
«La conquista fue el epílogo natural a la decepción producida por la pérdida de la ruta hacia la Especiería. Las tierras americanas ofrecían al principio muy pocos alicientes económicos: algo de oro, perlas y algunas maderas tintóreas. Nada, en definitiva, capaz de compensar los cuantiosos gastos del envío de naves, con avituallamientos y tripulaciones. Los Reyes Católicos, especialmente la reina Isabel, hallaron compensación con la evangelización de los indios paganos, pero era una empresa demasiado costosa para soportarla sin un apoyo económico. La tarea exigía todo un dispositivo de gran envergadura, para garantizar la vida y la labor de los misioneros. Se pensó en una colonización, para lo que previamente era necesaria una acción de conquista, con objeto de someter a los naturales. España tenía una gran experiencia militar y colonizadora, adquirida en los ocho siglos de reconquista contra los árabes. La solución fue natural y fruto de la Historia.
Colón comenzó la acción conquistadora, pero la dominación de los naturales de La Española fue realizada por el gobernador Ovando. Luego se repartieron los indios y se acometió a gran escala la puesta en producción de la isla. Paralelamente los religiosos franciscanos y dominicos emprendieron su labor de evangelización. Muy pronto aparecen los grandes beneficios, los hombres adinerados, que todo lo corrompieron. Los religiosos comenzaron a elevar su voz, diciendo que los fines habían justificado los medios, y que esos fines, la evangelización de los naturales, se habían incluso olvidado. La Corona escuchó los reclamos, y se puso en marcha la revisión del sistema de conquista y de sus fundamentos.» [Lucena Salmoral, Manuel: “Hispanoamérica en la época colonial”. En: Luis Iñigo Madrigal (Coordinador): Historia de la literatura hispanoamericana. Madrid: Cátedra, 1998, vol. 1, p. 13]
«Con carácter general y escasas excepciones, la conquista se apoyó esencialmente en la iniciativa privada. Los términos de cada empresa se estipulan en una capitulación, en forma muy análoga al sistema utilizado para las empresas de descubrimiento y rescate. La capitulación de conquista contenía licencia del rey para conquistar el lugar y dentro de un plazo claramente especificados; el jefe de la expedición recibía el título de oficial real, con categoría de gobernador, adelantado o capitán, según la importancia de la empresa; las obligaciones asumidas por el jefe son onerosas y a plazo fijo: costear la expedición e iniciarla en el tiempo convenido. El monarca prometía mercedes, todas futuras y condicionadas al éxito de la conquista: exenciones de impuestos a los conquistadores, concesión de tierras y solares en la ciudad que fundasen si tomaban residencia en ella, libertades y derechos municipales como los existentes en Castilla, etc. No es de extrañar la conocida queja de que el rey sólo ponía en la conquista “papel y buenas palabras”, aunque entre éstas iban siempre algunas que fascinaban a los conquistadores: la promesa de compensar a todos y a cada uno, según sus méritos, después de la conquista, con “mercedes” o premios no especificados.
El papel de la Corona era, no obstante, menos pasivo de lo que parece. La capitulación explicitaba, en primer lugar, que los territorios ganados pertenecían al reino de Castilla, no al particular que los conquistaba. Además, concediendo, denegando o regateando en las capitulaciones, el rey tenía un cierto poder para orientar el conjunto de las conquistas, estimulándolas o frenándolas, según lugares y circunstancias. En el año 1549 fueron suspendidas todas las conquistas no autorizadas directamente por el Consejo de Indias; aunque la medida era temporal, a resultas de lo que decidiese una Junta convocada para 1550, lo cierto es que las capitulaciones de conquista no volvieron a otorgarse, salto en casos excepcionales. Por otra parte, el jefe de cada empresa recibió, desde muy pronto, separadas del texto de la capitulación, unas instrucciones a las que debía ajustarse y que detallaron, cada vez con mayor precisión. Desde 1526 se fueron uniformando de manera gradual, hasta su codificación en las ordenanzas de población de 1573. El veedor o los oficiales reales que acompañaban a cada expedición para recaudar la parte del botín que al rey correspondía, tenían asimismo el encargo de hacer cumplir las instrucciones.
El jefe de la expedición, si sabía imponerse, disponía en la práctica de autoridad casi ilimitada, pues como dijo uno de ellos, “Dios está en el cielo, el rey en España y yo estoy aquí”. [...]
Mientras en Europa se hacían planes para la cristianización pacífica de los indios y el deber de protegerlos era insistentemente proclamado en la Corte, los conquistadores preguntaban desde América, con aplastante lógica: “¿cómo han de querer ir los cristianos a reducillos [a los indios] sin algún interés en su trabajo?”. Evangelizar y pacificar constituían, sin duda, nobles y elevados designios, mas para llevarlos a cabo, sólo el Nuevo Mundo y sus nativos podían pagar el coste de la empresa; y se les forzó a pagarlo.
El único provecho inmediato de la conquista fue el botín. [...] Si bien no cabe duda de que la conquista se financió a sí misma, tampoco puede dudarse de que, en última instancia, produjo escasos beneficios. La verdadera recompensa para los conquistadores llegaría después –en los casos en que llegó– tras su asentamiento en las tierras ya conquistadas y pacificadas.» [Céspedes, Guillermo: “La conquista”. En: Carrasco, Pedro / Céspedes, Guillermo: Historia de América Latina. Madrid: Alianza Editorial, 1985, vol. 1, p. 342-345]
La falta de mujeres españolas, del atractivo de las indígenas y las costumbres más libres del continente en materia sexual, vino el mestizaje. Los españoles tenían prejuicios religiosos, pero no raciales, lo que facilitó la mezcla de razas: la unión con indios creó los mestizos, que fueron adscritos al grupo español; la unión con negros, los mulatos, que formaron parte de la población libre, ya que el padre español concedía la libertad al hijo habido con la esclava. Menos numerosa fue la mezcla racial entre negro e indio, que generó el grupo de los llamados zambos.
«La sociedad hispanoamericana tendió a una estamentalización cada vez más fuerte. Los españoles dominaban la administración, el comercio al por mayor, los grandes centros mineros, y empezaron a traspasar sus bienes económicos a sus hijos, los criollos, nacidos ya en América. Los grupos mestizos se alinearon en las áreas marginales que dominaban los españoles: funcionarios de pequeña categoría, clérigos de pueblos de indios o doctrineros, capataces de minas, pequeños comerciantes, etc. Los grupos indígenas y esclavos mantuvieron sus delineamientos y los mulatos empezaron a controlas los oficios duros de las poblaciones, como herreros, transportistas, etc.» [Lucena Salmoral, o. cit., p. 17]
Hoy en día se calcula que el número de aborígenes en el momento de la conquista de América hispana era de unos 90 a 112 millones (Dobyns). Los 25,3 millones de México central en 1519 quedaron reducidos a 16,8 millones en 1523. «Resulta ingenuo pensar que el medio millar de españoles de Cortés, aun reforzados hasta dos mil o tres mil hombres, pudiera matar a 8,5 millones en cuatro años, cosa que no se consiguió ni con las armas sofisticadas de la Segunda Guerra Mundial. No, el problema no está en los muertos en combate, pese a que serían numerosos. El verdadero problema estriba en la entrada en el Nuevo Mundo de una serie de epidemias euroafricanas, perfectamente desconocidas, y para las que los naturales no tenían anticuerpos.» [Lucena Salmoral, o. cit., p. 15]
«Las expediciones españolas despojaron a los nativos de su riqueza mientras las enfermedades de la vieja Europa desembarcaban en las playas y avanzaban con los conquistadores tierra adentro. Otras maneras de ser, jóvenes, prometedoras, fueron arrancadas de su tallo por el descubrimiento, pero con las carabelas llegaría también la religión cristiana y la lengua castellana, la organización política y administrativa de la monarquía hispana, la imprenta y las primeras universidades. El Viejo Continente envió sus animales domésticos al tiempo que el trigo, el arroz, la cebada, la vid y el olivo tomaban las ricas tierras mexicanas y argentinas. América compensó sobradamente estas exportaciones al salvar la economía del norte de España en el siglo XVII con el maíz y la vida de no pocos pobres con la patata. Para los más pudientes quedaría el cacao y el tabaco, que pronto permitiría lucrativas transacciones de los comerciantes hispanos en Ámsterdam y Londres. Los envíos de oro y plata de las Indias proporcionarían además los medios necesarios para que Carlos V y sus sucesores pudieran cabalgar por Europa, aunque al mismo tiempo ahorcarían la economía española al someterla a constantes alzas de precio.
A medida que las armas se apoderaban del continente americano, un grupo de teólogos, abogados y erasmistas salieron al paso de los atropellos cometidos en América. La lucha por la justicia en el Nuevo Continente recorrió todo el siglo XVI y las denuncias de Bartolomé de Las Casas y otros defensores de los nativos hallaron eco en la corte y las cátedras universitarias. Las Leyes de la Indias, impregnadas de un espíritu de justicia que no se halla en las normas coloniales de otros países, tratarían de poner freno a los abusos, aunque a menudo el ardor de los aventureros convertía en ceniza las buenas intenciones. [...] Los pensadores de la Universidad de Salamanca, plaza mayor del saber de la época, tratarían de explicar los fundamentos morales de la conquista de América y dar respuestas a los graves problemas políticos, económicos y religiosos suscitados por las empresas de la monarquía en Europa o la Reforma luterana. Discusiones que tenían siempre en la teología el único camino para estudiar al hombre y que, con Francisco de Vitoria a la cabeza, enriquecieron el pensamiento universal, derivándolo hacia cuestiones jurídicas, origen del moderno derecho internacional y de gentes.» [García de Cortázar, Fernando: Historia de España. De Atapuerca al euro. Barcelona: Planeta, 2004, p. 106-108]
Impressum | Datenschutzerklärung und Cookies
Copyright © 1999-2018 Hispanoteca - Alle Rechte vorbehalten