Baltasar del Alcázar (1530–1606)
Textos
 
A UNA MUJER ESCUÁLIDA
 
Yace en esta losa dura
una mujer tan delgada
que en la vaina de una espada
se trajo a la sepultura.
Aquí el huésped notifique
dura punta o polvo leve,
que al pasar no se la lleve,
o al pisarla, no se pique.
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Amor, no es para mí ya tu ejercicio,
porque cosa que importa no la hago;
antes, lo que tu intentas yo lo estrago,
porque no valgo un cuarto en el oficio.
Hazme, pues, por tu fe, este beneficio:
que me sueltes y des carta de pago.
Infamia es que tus tiros den en vago:
procura sangre nueva en tu servicio.
Ya yo con solas cuentas y buen vino
holgaré de pasar hasta el extremo;
y si me libras de prisión tan fiera,
de aquí te ofrezco un viejo, mi vecino,
que te sirva por mí en el propio remo,
como quien se rescata de galera.
 
EL BAILE
 
Entraron en una danza
doña Constanza y don Juan:
cayó, danzando, el galán,
pero no doña Constanza.
De la gente cortesana
que lo vio, quedó juzgado
que don Juan era pesado;
doña Constanza, liviana
 
LOS OJOS DE ANA
 
Bellos ojos tienes, Ana,
mas, ¿por qué a mi parecer
se inclina el mundo a tener
por más bellos los de Juana?
Haz que te preste los tuyos,
y álzate después con ellos,
que no es bien que ojos tan bellos
se diga que no son tuyos.
 
SALIR POR PIES
 
Mostróme Inés, por retrato
de su belleza los pies;
yo la dije: --Eso es, Inés,
buscar cinco pies al gato.
Rióse, y como eran bellos,
y ella por extremo bella,
arremetí por cogella,
y escapóseme por ellos.
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No siento yo, dulcísima María,
con no veros dolor, porque deseo
y amor os representan, y así os veo
y está en vos gozando el alma mía.
En mí juego con vos con osadía
y gozo por verdad lo que no creo,
y en este libre estado que poseo
no hallo quien me turbe el alegría.
Pero buscan mis ojos su derecho
y aléganme con lágrimas y fieros
que no veros con ellos es mal hecho.
Que, pues fueron autores de quereros,
no he de usurparme yo todo el provecho,
y así, por darles parte, acuerdo veros.
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Si a vuestra voluntad yo soy de cera,
¿cómo se compadece que a la mía
vengáis a ser de piedra dura y fría?
De tal desigualdad, ¿qué bien se espera?
Ley es de amor querer a quien os quiera,
y aborrecerle, ley de tiranía:
mísera fue, señora, la osadía
que os hizo establecer ley tan severa.
Vuestros tengo riquísimos despojos,
a fuerza de mis brazos granjeados:
que vos, nunca rendírmelos quisistis;
y pues Amor y esos divinos ojos
han sido en el delito los culpados,
romped la injusta ley que establecistis.
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Cercada está mi alma de 
contrarios;
la fuerza, flaca; el castellano, loco; 
el presidio, infïel, bisoño y poco, 
ningunos los pertrechos necesarios.
Los socorros que espero, voluntarios, 
porque ni los merezco ni provoco; 
tan desvalido, que aun a Dios no invoco 
porque mis consejeros andan varios.
Los combates, continuos, y la ofensa; 
los enemigos, de ánimo indomable; 
rota por todas partes la muralla.
Nadie quiere acudir a la defensa... 
¿qué hará el castellano miserable 
que en tanto estrecho y confusión se halla?
 
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Cansado estoy de haber sin Ti vivido,
que todo cansa en tan dañosa ausencia;
mas, ¿qué derecho tengo a tu clemencia,
si me falta el dolor de arrepentido?
Pero, Señor, en pecho tan rendido 
algo descubrirás de suficiencia 
que te obligue a curar como dolencia 
mi obstinación y yerro cometido.
Mi conversión es tuya y Tú la quieres;
tuya es, Señor, la traza, tuyo el medio 
de conocerme yo y de conocerte.
Aplícale a mi mal, por quien Tú eres, 
aquel eficacísimo remedio 
compuesto de tu sangre, vida y muerte.
 
  
    
    LA MUJER CELOSA
     
    Ningún hombre se llame desdichado
    aunque le siga el hado ejecutivo,
    supuesto que en Argel viva cautivo,
    o al remo en las galeras condenado.
 
    Ni el propio loco por furioso atado,
    ni el que perdido llora estado altivo,
    ni el que a deshonra trujo el tiempo esquivo,
    o la necesidad a humilde estado.
 
    Sufrir cualquiera pena es fácil cosa,
    que ninguna atormenta tan de veras
    que no la venza el sufrimiento un tanto.
 
    Mas el que tiene la mujer celosa,
    ese tiene desdicha, Argel, galeras,
    locura, perdición, deshonra y llanto.
 
 
 
AL 
AMOR
 
Di, rapaz mentiroso, ¿es esto cuanto
me prometiste presto y a pie quedo?
¿Andar mirlado entre esperanza y miedo,
cercado de respetos, hecho un tanto? 
¡Sus!, tus varios favores, risa y llanto,
dalos, Amor, a quien se lame el dedo;
los que me diste a mí te vuelvo y cedo:
no quiero soñar más cosa de espanto. 
Bien siento las heridas y que salgo  
de tu poder para ponerme en cura,  
porque tengo aún abiertas las primeras. 
Y juro por la fe de hijodalgo  
de si mi buen propósito me dura,
dé en no partir contigo, de hoy más, peras.
 
TRES COSAS 
 
Tres cosas me tienen preso
de amores el corazón,
la bella Inés, el jamón,
y berenjenas con queso. 
Esta Inés, amantes, es
quien tuvo en mí tal poder,
que me hizo aborrecer
todo lo que no era Inés.
Trájome un año sin seso,
hasta que en una ocasión
me dio a merendar jamón
y berenjenas con queso. 
Fue de Inés la primer palma;
pero ya juzgarse ha mal
entre todos ellos cuál 
tiene más parte en mi alma.
En gusto, medida y peso
no le hallo distinción:
ya quiero Inés, ya jamón,
ya berenjenas con queso. 
Alega Inés su bondad,
el jamón que es de Aracena,
el queso y la berenjena
la española antigüidad.
Y está tan en fiel el peso
que, juzgado sin pasión,
todo es uno, Inés, jamón,
y berenjenas con queso. 
A lo menos este trato
destos mis nuevos amores
hará que Inés sus favores
nos los venda más barato.
Pues tendrá por contrapeso
si no hiciere razón,
una lonja de jamón
y berenjenas con queso.
 
  
  Una cena
 
  En Jaén, donde resido,
  Vive don Lope de Sosa,
  Y diréte, Inés, la cosa
  Más brava de él que has oído.
  Tenía este caballero
  Un criado portugués...
  Pero cenemos, Inés,
  Si te parece, primero.
  La mesa tenemos puesta,
  Lo que se ha de cenar junto,
  Las tazas del vino a punto,
  Falta comenzar la fiesta.
  Comience el vinillo nuevo,
  Y échole la bendición;
  Yo tengo por devoción
  De santiguar lo que bebo.
  Franco fue, Inés, este toque;
  Pero arrójame la bota,
  Vale un florín cada gota
  De aqueste vinillo aloque.
  ¿De qué taberna se trajo?
  Mas ya... de la del Castillo;
  Diez y seis vale el cuartillo:
  No tiene vino más bajo.
  Por nuestro Señor, que es mina
  La taberna de Alcocer;
  Grande consuelo es tener
  La taberna por vecina.
  Si es o no invención moderna,
  Vive Dios que no lo sé,
  Pero delicada fue
  La invención de la taberna.
  Porque allí llego sediento,
  Pido vino de lo nuevo,
  Mídenlo, dánmelo, bebo,
  Págolo y voyme contento.
  Esto, Inés, ello se alaba,
  No es menester alaballo;
  Sólo una falta le hallo,
  Que con la priesa se acaba.
  La ensalada y salpicón
  Hizo fin: ¿qué viene ahora?
  La morcilla, ¡oh gran señora,
  Digna de veneración!
  ¡Qué oronda viene y qué bella!
  ¡Qué través y enjundia tiene!
  Paréceme, Inés, que viene
  Para que demos en ella.
  Pues sús, encójase y entre,
  Que es algo estrecho el camino.
  No eches agua, Inés, al vino;
  No se escandalice el vientre.
  Echa de lo tras añejo,
  Porque con más gusto comas;
  Dios te guarde, que así tomas,
  Como sabia, mi consejo.
  Mas di, ¿no adoras y precias
  La morcilla ilustre y rica?
  ¡Cómo la traidora pica!
  Tal debe tener especias.
  ¡Que llena está de piñones!
  Morcilla de cortesanos,
  Y asada por esas manos,
  Hechas a cebar lechones.
  El corazón me revienta
  De placer; no sé de ti.
  ¿Cómo te va? Yo por mí
  Sospecho que estás contenta.
  Alegre estoy, vive Dios;
  Mas oye un punto sutil:
  ¿No pusiste allí un candil?
  ¿Cómo me parecen dos?
  Pero son preguntas viles;
  Ya sé lo que puede ser:
  Con este negro beber
  Se acrecientan los candiles.
  Probemos lo del pichel,
  Alto licor celestial;
  No es el aloquillo tal,
  Ni tiene que ver con él.
  ¡Qué suavidad! ¡qué clareza!
  ¡Qué rancio gusto y olor!
  ¡Qué paladar! ¡qué color!
  ¡Todo con tanta fineza!
  Mas el queso sale a plaza,
  La moradilla va entrando,
  Y ambos vienen preguntando
  Por el pichel y la taza.
  Prueba el queso, que es extremo,
  El de Pinto no le iguala;
  Pues la aceituna no es mala,
  Bien puede bogar su remo.
  Haz pues, Inés, lo que sueles,
  Daca de la bota llena
  Seis tragos; hecha es la cena,
  Levántense los manteles.
  Ya que, Inés, hemos cenado
  Tan bien y con tanto gusto,
  Parece que será justo
  Volver al cuento pasado.
  Pues sabrás, Inés hermana,
  Que el portugués cayó enfermo...
  Las once dan, yo me duermo;
  Quédese para mañana.
   
  
    
      
      DIÁLOGO ENTRE UN 
      GALÁN Y EL ECO
		
		GALÁN: En este lugar me vide
      cuando de mi amor partí;
      quisiera saber de mí,
      si mi suerte no lo impide.
      ECO: Pide.
      GALÁN: Temo novedad o trueco,
      que es fruto de una partida;
      mas ¿quién me dice que pida
      con un término tan seco?
      ECO: Eco.
      GALÁN: ¿La que siguió con tal priesa
      las pisadas de Narciso?
      La que por Júpiter quiso
      ser contra Juno traviesa?
      ECO: Esa.
      GALÁN: ¿Qué andas por aquí buscando,
      bella ninfa? ¿Es a tu amor,
      o vencida del dolor,
      andas tus males llorando?
      ECO: Ando.
      GALÁN: Así Narciso te vea
      con más piedad que solía,
      que informes al alma mía
      de las cosas que desea.
      ECO: Sea.
      GALÁN: Respóndeme pues del cerro
      cavernoso; ¿haberme ido
      fue yerro, no habiendo sido
      necesario mi destierro?
      ECO: Yerro.
      GALÁN: Hora debió ser menguada,
      donde reinó el interés;
      la lealtad y fe de Inés
      ¿qué han medrado en mi jornada?
      ECO: Nada.
      GALÁN: El caso va descubierto,
      algún desconcierto ha hecho;
      ¿es cierto lo que sospecho
      de haber hecho desconcierto?
      ECO: Cierto.
      GALÁN: ¿Vístele romper el hilo
      que anudó nuestra amistad?
      No quieras con liviandad
      hacerme cera y pavilo.
      ECO: Vilo.
      GALÁN: A vilo no hay que dudarse,
      yo te doy entera fe;
      mas lo que viste ¿qué fue?
      ¿fue olvidarme o fue mudarse?
      ECO: Darse.
      GALÁN: ¡Qué, en tales trances y puntos
      Inés con otro se halla!
      Di cómo los viste, y calla
      las circunstancias y adjuntos.
      ECO: Juntos.
      GALÁN: Ella fue nave sin lastre,
      que dio conmigo al través;
      y ¿de qué calidad es
      el autor de mi desastre?
      ECO: Sastre.
      GALÁN: Mira no se lo levantes;
      antes que la conociese
      pudo ser que sastre fuese,
      mas no en tiempos semejantes.
      ECO: Antes.
      GALÁN: Pues ya no usando el oficio,
      que mucho es que se engañase,
      ¿quién la obligó a que olvidase
      mi tierno amor y servicio?
      ECO: Vicio.
      GALÁN: Acaba de resumirte;
      de este vicio y perdición,
      ¿cuál fue la cierta ocasión?
      que tenga yo que servirte.
      ECO: Irte.
      GALÁN: Pues presto vine, mas tarde
      para corazón tan vario;
      ¿quiere bien a mi contrario?
      Dímelo, así Dios te guarde.
      ECO: Arde.
      GALÁN: Arda, pues tan poco valgo,
      que dejo arder esos fuegos;
      ¿resistió mucho a los ruegos
      de ese venturoso hidalgo?
      ECO: Algo.
      GALÁN: ¿Las amorosas porfías
      y recaudos importunos
      duraron meses algunos?
      Dilo, pues que lo entendías.
      ECO: Días.
      GALÁN: La paga parece breve;
      y pues que lo redujeron
      a días, di cuántos fueron,
      aunque mi mal se renueve.
      ECO: Nueve.
      GALÁN: Corta en palabras anduvo,
      propiedad de vizcaínos;
      y ¿hubo acaso en los vecinos
      quien tanta ventura tuvo?
      ECO: Hubo.
      GALÁN: Pues a propósito llega,
      dime el nombre sin tardanza
      de aquel que el mar en bonanza
      y el viento a popa navega.
      ECO: Vega.
      GALÁN: Primero que me partiese
      tuve yo del mal espina;
      no es Vega, unto a la esquina,
      con quien tuve el interese.
      ECO: Ese.
      GALÁN: Que cometió aquel delito
      que todos saben del trigo,
      por quien le vino el castigo
      que en flor lo dejó marchito.
      ECO: Chito.
      GALÁN: ¿Que calle? Donosa estás.
      ¿No fue público el engaño,
      y él no me ha hecho más daño
      que yo le haré jamás?
      ECO: Más.
      GALÁN: Al fin su amor fue al desgaire;
      debió ser, porque en efecto
      cuanto le di fue un soneto
      y otros versos de donaire.
      ECO: Aire.
      GALÁN: Yo se los di por dinero
      de más valor y provecho;
      mas, ¿qué son versos en pecho
      sin amor, hecho de acero?
      ECO: Cero.
      GALÁN: Por experiencia lo vi,
      que realmente en mis amores
      codició fruto, y no flores;
      ¿tú no lo entendiste así?
      ECO: Sí.
      GALÁN: ¡Cómo la ingrata olvidó
      lo que mostraba estimar!
      Y él ¿de qué ardid supo usar,
      que tan presto la rindió?
      ECO: Dio.
      GALÁN: Acertó, y es el decoro
      que ha de guardar el que ama;
      pero ¿qué le dio a la dama
      que tan sin término adoro?
      ECO: Oro.
      GALÁN: Artillería es que expugna
      la mayor fuerza de amor;
      y ¿hubo acaso en su favor
      del galán tercera alguna?
      ECO: Una.
      GALÁN: Dígolo porque ésta allana
      cualquier duda y la atropella;
      bien sé que fue hermana de ella,
      pero no sé cual hermana.
      ECO: Ana.
      GALÁN: Si alguna tercera hubiere,
      esa ha de ser, y otra no;
      la madre, ¿cómo calló,
      visto el deshonor que adquiere?
      ECO: Quiere.
      GALÁN: Mis versos quisiera solos
      cobrar, pero no me atrevo;
      ¿dioles al amante nuevo,
      o por ventura escondiólos?
      ECO: Diolos.
      GALÁN: ¡Que a tal cosa se dispuso
      la desenvuelta muchacha!
      ¿Y él puso en los versos tacha,
      sabiendo quién los compuso?
      ECO: Puso.
      GALÁN: Hallaríalos oscuros,
      versos inútiles, cojos,
      duros, bajos, y tan flojos,
      que se caen de maduros.
      ECO: Duros.
      GALÁN: Bien sabe de cortesano;
      ¿No está llano que en blandura
      son sin igual, y en lisura,
      y en estilo castellano?
      ECO: Llano.
      GALÁN: Pero el sujeto fue indigno,
      no me espanto; y la infiel
      ¿vino a murmurar con él
      también del verso divino?
      ECO: Vino.
      GALÁN: ¿Quién tan gran maldad hiciera
      por un amante segundo?
      ¿Cómo ha de llamalla el mundo
      cuando el caso se refiera?
      ECO: Fiera.
      GALÁN: Poco es fiera, yo le hallo
      mejor nombre que le den;
      mas calla, que yo también
      me corro de publicallo.
      ECO: Callo.
      GALÁN: Que sufra yo una querella
      tan justa no quiera Dios,
      muera el uno de los dos;
      ¿cuál será, di, ninfa bella?
      ECO: Ella.
      GALÁN: ¿La palomita sin hiel
      ha de morir? ¡ay dolor!
      ¿Cuál hallas tú que fue autor
      de este delito cruel?
      ECO: Él.
      GALÁN: Pues muera, que yo no soy
      de quien es bien que se alabe.
      ¿Cuándo quieres que le acabe?
      Porque resoluto estoy.
      ECO: Hoy.
      GALÁN: Mucha priesa es para mí;
      pero hoy no me determino;
      oye otro nuevo camino
      mejor del que yo entendí.
      ECO: Di.
      GALÁN: Rematar este debate
      con muerte, hay Dios que lo vede,
      pues mátele Dios, que puede,
      y asegúrese el remate.
      ECO: Mate.
      GALÁN: Si yo lo mato me pierdo,
      porque no hay caso escondido;
      ¿qué te parece que ha sido
      todo este mi nuevo acuerdo?
      ECO: Cuerdo.
      GALÁN: Viva lo que Dios mandare;
      solo me di lo que haga
      del sexo que así me estraga,
      para que mi mal repare.
      ECO: Pare.
      GALÁN: ¿Cómo ha de parar un potro
      cerrero y desenfrenado?
      y ¿cuál amor hay criado
      que me haga olvidar este otro?
      ECO: Otro.
      GALÁN: Ya te entiendo, y es exceso;
      ¿quieres decir que procure
      nuevo amor, que el viejo cure
      por haber salido avieso?
      ECO: Eso.
      GALÁN: No osaré intentar tal cosa,
      porque quizá es escapar
      de una desventura, y dar
      en otra más peligrosa.
      ECO: Osa.
      GALÁN: Y cuando me aventurara,
      ¿qué dama fuera mejor
      para servir sin temor
      que con otro se mezclara?
      ECO: Clara.
      GALÁN: De su madrastra he sabido
      que es bellísima y honrada,
      blanda, humilde y avisada;
      pero tiene un mal marido.
      ECO: Ido.
      GALÁN: Ya sé que se fue a la guerra;
      mas hay quien le profetice,
      si no yerra el que lo dice,
      que será presto en la tierra.
      ECO: Yerra.
      GALÁN: Quieres decir que mintió.
      ¿Al fin no ha de volver
      a su casa y su mujer,
      como al partir lo ordenó?
      ECO: No.
      GALÁN: Pues el mayor sobresalto
      me allanas, yo he de probar
      por tu consejo asaltar
      ese peligrosos salto.
      ECO: Alto.
      GALÁN: Que ya entiendo que lo manda
      quien la rueda mueve y guía;
      y siendo así, ninfa mía,
      yo me parto en la demanda.
      ECO: Anda.