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Diego Tadeo González - Textos (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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Diego Tadeo González (1731-1794)
Textos
El murciélago alevoso
Estaba Mirta bella
cierta noche formando en su aposento,
con graciosos talento,
una tierna canción, y porque en ella
satisfacer a Delio meditaba,
que de su fe dudaba,
con vehemente expresión le encarecía
el fuego que en su casto pecho ardía.
Y estando divertida,
un murciélago fiero, ¡suerte insana,
entró por la ventana!
Mirta dejó la pluma, sorprendida,
termió, gimió, dio voces, vino gente;
y al querer diligente
ocultar la canción, los versos bellos
de borrones llenó, por recogellos.
Y Delio, noticioso
del caso que en su daño había pasado,
justamente enojado
con e fiero murciélago alevoso,
que había la canción interrumpido,
y a su Mirta afligido,
en cólera y furor se consumía,
y así a la ave funesta maldecía.
“Oh monstruo de ave y bruto,
que cifras lo peor de bruto y ave,
visión nocturna grave,
nuevo horror de las sombras, nuevo luto,
de la luz enemigo declarado,
nuncio desventurado
de la tiniebla y de la noche fría,
¿Qué tienes tú que hacer en donde está el día?”
“Tus obras y figura
maldigan de común las otras aves,
que cánticos suaves
tributan cada día a la alba pura;
y porque mi ventura interrumpiste,
y a su autor afligiste,
todo el mal y desastre te suceda
que a un murciélago vil suceder pueda”.
“La lluvia repetida,
que viene de lo alto arrebatada,
tan solo reservada
a las noches, se oponga a tu salida;
o el relámpago pronto reluciente
te ciegue y amedrente;
o soplando del Norte recio el viento
no permita un mosquito a tu alimento”.
“La dueña melindrosa,
tras el tapiz do tienes tu manida,
te juzgue inadvertida
por telaraña sucia y asquerosa,
y con la escoba al suelo te derribe;
y al ver que bulle y vive
tan fiera y tan ridícula figura
suelte la escoba y huya con presura”.
“Y luego sobrevenga
el juguetón gatillo bullicioso,
y primero medroso
al verte, se retire y se contenga,
y bufe, y se espeluce horrorizado,
y alce el rabo esponjado,
y el espinazo en arco suba al cielo,
y con los pies apenas toque al suelo”.
“Mas luego recobrado,
y del primer horror convalecido,
el pecho al suelo unido,
traiga el rabo del uno al otro lado,
y cosido en la tierra, observe atento;
y cada movimiento
que en ti llegue a notar su perspicacia
le provoque al asalto y le dé audacia”.
“En fin, sobre ti venga,
te acometa y ultraje sin recelo,
te arrastre por el suelo,
y Acosta de tu daño se entretenga,
y por caso las uñas afiladas
en tus alas clavadas,
por echarte de si con sobresalto,
te arroje muchas veces a lo alto”.
“Y acuda a tus chillidos
el muchacho, y convoque a sus iguales
que con los animales
sueles ser comúnmente desabridos;
que a todos nos dotó naturaleza
de entrañas de fiereza,
hasta que ya la edad o la cultura
nos dan humanidad y más cordura”.
“Entre con algazara
la pueril tropa, al daño prevenida,
y lazada oprimida
te echen al cuello con fiereza rara;
y al oirte chillar alcen grito
y te llamen maldito;
y creyéndote al fin del diablo imagen
te abominen, te escupan y te ultrajen”.
“Luego por las telillas
de tus alas te claven al posti¡go,
y se burlen contigo,
y al hocico te apliquen candelillas,
y se rían con duros corazones
de tus gestos y acciones,
y a tus tristes querellas ponderadas
corrspondan con fiestas y carcajadas”.
“Y todos bien armados
de piedras, de navajas, de agijones,
de clavos, de punzones,
de palos por los cabos afilados
(de diversión y fiestas ya rendidos),
te embistan atrevidos,
y te quieten la vida con presteza,
consumando en el modo su fiereza”.
“Te puncen y te sajen,
te tundan, te golpeen, te martillen,
te piquen, te acribillen,
te dividan, te corten y te rajen,
te desmiembren, te apartan, te degüellen
te hiendan, te desuellen,
te estrujen, te aporreen, te magullen,
te deshagan, confundan y aturullen”.
“Y las supersticiones
de las viejas creyendo realidades,
por ver curiosidades,
en tu sangre humedezcan algodones,
para encenderlos de la noche oscura,
creyendo sin cordura
que verán en el aire culebrinas
y otras tristes visiones peregrinas”.
“Muerto ya, te dispongan
el entierro, te lleven arrastrando,
gori, gori, cantando,
y en dos filas delante se compongan;
y otros, fingiendo voces lastimeras,
sigan de plañideras,
y dirijan entierro tan gracioso
al muladar más sucio y asqueroso;
y en aquella basura
un hoyo hondo y capaz te faciliten,
y en el te depositen,
y allí te den debida sepultura;
y para hacer eterna tu memoria,
compendiada tu historia
pongan en una losa duradera,
cuya letra dirá de esta manera:
(Epitafio)
Aquí yace el murciélago alevoso
que el sol horrorizó y ahuyentó el día,
de pueril saña triunfo lastimosos,
con cruel muerte pagó su alevosia;
no sigas, caminante, presuroso,
hasta decir sobre esta losa fría:
Acontezca tal fin y tal estrella
a aquel que mal hiciere a Mirta bella”.
Los huevos moles
(Parodia de «El murciélago alevoso» de Fray Diego T. González, escrita por el fabulista Félix María de Samaniego )
Compuso Juana un día
de huevos moles razonable fuente,
sin saberlo su tía,
que la hubiera reñido impertinente;
con ella se promete
obsequiar a Perico, un mozalbete
con quien la niña tuvo un cierto acaso.
Mas esto no es del cuento, al cuento paso.
Hecha la fuente, ya guardarla piensa
en lugar reservado;
en efecto, metiola en la despensa
y, dejando cerrado,
a la labor se vuelve muy serena.
Mas el diablo sutil que el mal ordena
desbarató de Juana el fino intento,
escogiendo un ratón por instrumento.
Esta vil criatura
por todo el aposento discurría
con tanta travesura
que agente de negocios parecía,
buscando diligente
manjar en que pudiera hincar el diente;
y, encontrando la fuente cara a cara,
para el feliz asalto se prepara.
Jamás el griego acometió al troyano,
el Campeador a Muza,
a Bayaceto el Tamorlán tirano,
ni en cruda escaramuza
con tanta fuerza el godo poderoso,
testigo de ello el cielo luminoso,
acometió a los vándalos y suevos,
como el ratón arremetió a los huevos.
Allí, sin temer daño,
trabado de palabra con la fuente,
la tripa de mal año
saca, como se dice vulgarmente,
sin que advirtiese que le estaba viendo
un enorme gatazo reverendo,
capón de hocico, si detrás castrado,
y de manchas el lomo remendado.
El animal, que de su huésped mira
el descuido notable,
salta al vasar intrépido y se tira
al ratón miserable,
cual húsar bravo o capitán prusiano
se tiran a un francés republicano,
siendo el final del temerario duelo
fuente, gato y ratón venir al suelo.
Al golpazo medrosa,
acude prestamente la sobrina
y, entrando presurosa,
la causa del estrépito examina;
y, viendo ya perdidos
los huevos de Perico apetecidos,
el llanto empaña sus hermosos soles,
justas exequias de los huevos moles.
Mas volviendo a Perico, que ignorante
del catástrofe estaba,
y de Juanita la expresión amante
solícito esperaba,
cuando fue noticioso del suceso,
estuvo a pique de perder el seso,
en tanto grado que con rabia fiera
reconviene al ratón de esta manera:
«¿Por qué, monstruo malvado,
el infernal hocico allí metiste?,
¿por qué a mi dueño amado
justo motivo de pesar le diste?,
¿ni cómo impunemente
pensabas asaltar la virgen fuente
dejándonos en pena tan tirana
a mí sin plato, sin consuelo a Juana?
El cielo vengador, bestia disforme,
ejecute contigo,
en pena de delito tan enorme,
un horrendo castigo:
persígante muchachos y criadas,
caigas en ratoneras bien armadas
y los vivientes de la tierra todos
te mortifiquen de distintos modos.
Píquente, pues, moscones,
garrapatas, ladillas y saltones
moscas, mosquitos, tábanos, polillas,
alguaciles arañas
con toda la caterva de alimañas,
y el brevísimo cínife ligero
de tu delito incauto trompetero.
Emboscadas de gatos te aprisionen,
te arañen y exterminen,
te persigan, te acosen, te arruinen
y nunca te perdonen;
en lazos corredizos, trampas, redes,
huevecida sacrílego te enredes
y sin poder parar en todo el mundo
ratón, Caín errante y vagabundo.
Te muerdan, te maltraten,
te ahoguen, despedacen, mortifiquen,
te revienten, te maten,
te descoyunten y te sacrifiquen,
te ahorquen, te estropeen,
te despeñen, te arrastren, te aporreen,
te hieran, de desuellen, te mutilen,
chilles, rabies, te mueras, te aniquilen.
Con pena tan debida, tu insolencia
quedará castigada;
yo contento y, en fin, por consecuencia
mi Juanilla vengada.
Mas, porque a todos sirva de escarmiento
el fin de tu goloso atrevimiento,
este epitafio en tu sepulcro escrito
conserve el ejemplar de tu delito:
Epitafio
Aquél cuya voraz hambre rabiosa
no perdonó jalea ni perada
en el vasar más alto reservada,
ni queso ni manteca ni otra cosa;
el que burló mil veces la famosa
vigilancia gatuna y sus celadas,
trampas y ratoneras celebradas,
hoy, ratón caminante, aquí reposa.
Suspende, pues, el paso y considera
cuán cara le costó su golosina
y el hacer que Juanita se afligiera.
Así enmendar tu vida determina,
advirtiendo qué pena tan severa
es el amor el juez quien la fulmina.»
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