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Francisco Sánchez Barbero - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Francisco Sánchez Barbero (1764-1819)

Textos

 

Nostalgia de Belinda
Plegaria a la luna

 

Entre los altos muros

de la breve Melilla aprisionado,

por la mar estrechado,

con pasos mal seguros,

de los traidores mauritanos tiros

huyendo amedrentado,

¿quién a Belinda llevará clemente

los flébiles suspiros

que, en tu porfía ardiente,

¡oh corazón!, exhalas?

 

Amor, amor, que igualas

a todos en tu pira; amor, no huyas,

si fuiste la deidad de mi deseo,

ni de cobarde mi pasión amante,

¡ay!, préstame tus alas,

o las tuyas, Perseo,

o Dédalo, la tuyas.

 

Nadie me escucha; solo

en la extensión del mar y de la tierra;

en despechada guerra

de mi constante amor favorecido,

contra todos peleo,

y contra mí también. El yerto polo,

por mi amor encendido,

amores brotará; tu dulce nombre,

¡oh sin igual Belinda!,

tiempo será que al mundo

de admiración asombre;

será, que con profundo

respeto exclame: «¡Venturoso fuego!

¡Venturoso el mortal a quien se rinda!»

«Yo soy (responderé); mi amor corona;

arde por mí; la cautivé; cautivo

yo de su amante corazón, y ciego,

por ella moriré, por ella vivo,

y, alegre, Citerea,

nuestra pasión abona.

 

Ella la pena mía,

suave, lisonjea,

mi compañera siendo,

mi luz, solaz y guía.

De mi presidió horrendo,

sin que el terror lo vede,

me saca poderosa,

me lleva a su mansión, y, cariñosa,

gozar de sus amores me concede

en plena libertad...» Benigna luna,

que de apacible luz al mundo llenas

las sombras ahuyentando,

y con tu rayo blando

los vientos adormeces,

el suelo animas y la mar serenas;

si no fuere mi súplica importuna;

si mi afán, compasiva, favoreces,

tú, que viéndolo está, mi fe, mis penas,

¡ay!, con un rayo de tu luz dirige

a la querida mía;

y a mí la dura angustia

que su agitado corazón aflige,

sus lágrimas y amor, hermosa Febe,

con otro rayo de tu luz envía.

 

Mira mi faz, descolorida y mustia;

mira mi rostro, de llorar surcado.

Acuérdate, Latonia, cuando amabas,

y en tu carroza leve,

en Latmos encumbrado,

fogosa descendías;

al tesalo pastor adormecías

y en tiernos besos de su amor gozabas.

Endimión, apiadado

contigo, Cintia, tu favor implora.

¿Y negarte podrás?... Tu numen siento,

¡deidad consoladora!,

que, en éxtasis glorioso,

mi fatigado espíritu recrea.

¡Oh salve! Y, al momento,

el rayo más lustroso,

el rayo más veloz, de mi embajada

el fiel ministro sea,

el fiel ministro que mi amor envía.

¡Ah, si lo fuera yo, Belinda mía!

Serénela agitada

y su dolor consuele...

¿Qué tardas, oh deidad? Tu rayo envía,

y a mi prisión con la respuesta vuele.

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