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Fray Luis de León - Textos

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura española

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Fray Luis de León (1527-1591)

Textos

Dichoso el que jamás ni ley, ni fuero,

ni el alto tribunal, ni las ciudades

ni conoció del mundo el trato fiero.

 

Décima

Aquí la envidia y mentira

me tuvieron encerrado.

Dichoso el humilde estado

del sabio que se retira

de aqueste mundo malvado,

y con pobre mesa y casa

en el campo deleitoso,

con solo Dios se compasa,

y a solas su vida pasa,

ni envidiado ni envidioso.

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Bien como la ñudosa

carrasca, en alto risco desmochada

con hacha poderosa,

del ser despedazada

del hierro torna rica y esforzada,

querrás hundirle, y crece

mayor que de primero; y, si porfía

la lucha, más florece;

y firme al suelo envía

al que por vencedor ya se tenía.
 

Vida Retirada

 

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!

Que no le enturbia el pecho
de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio moro, en jaspes sustentado.

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca de este viento
ando desalentado
con ansias vivas y mortal cuidado?

¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡oh secreto seguro deleitoso!
roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestüoso.

Un no rompido sueño,
Un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves
con su cantar suave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
quien al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas sin testigo
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
de ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego sosegada
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de 'verdura vistiendo,
y con diversas flores va esparciendo.

El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido,
los árboles menea
con un manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro
los que de un flaco leño se confían:
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.

La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente meneado.

 

NOCHE SERENA

 

Cuando contemplo el cielo
de innumerables luces adornado,
y miro hacia el suelo
de noche rodeado,
en sueño y en olvido sepultado,

El amor y la pena
despiertan en mi pecho un ansia ardiente;
despiden larga vena
los ojos hechos fuente;
la lengua dice al fin con voz doliente:

Morada de grandeza,
templo de claridad y hermosura,
mi alma que a tu alteza
nació, ¿qué desventura
la tiene en esta cárcel baja, oscura?

¿Qué mortal desatino
de la verdad aleja así el sentido,
que de tu bien divino
olvidado, perdido
sigue la vana sombra, el bien fingido?

El hombre está entregado
al sueño, de su suerte no cuidando,
y con paso callado
el cielo vueltas dando
las horas del vivir le va hurtando.

¡Ay! despertad, mortales;
mirad con atención en vuestro daño;
¿las almas inmortales
hechas a bien tamaño
podrán vivir de sombra, y sólo engaño?

¡Ay! levantad los ojos
a aquesta celestial eterna esfera,
burlaréis los antojos
de aquesa lisonjera
vida, con cuanto terne y cuanto espera.

¿Es más que un breve punto
el bajo y torpe suelo, comparado
a aqueste gran trasunto,
do vive mejorado
lo que es, lo que será, lo que ha pasado?

Quien mira el gran concierto
de aquestos resplandores eternales,
su movimiento cierto,
sus pasos desiguales,
y en proporción concorde tan iguales;

La luna cómo mueve
la plateada rueda, y va en pos de ella
la luz do el saber llueve,
y la graciosa estrella
de amor la sigue reluciente y bella;

Y cómo otro camino
prosigue el sanguinoso Marte airado,
y el Júpiter benino
de bienes mil cercado
serena el cielo con su rayo amado;

Rodéase en la cumbre
Saturno, padre de los siglos de oro,
tras él la muchedumbre
del reluciente coro
su luz va repartiendo y su tesoro.

¿Quién es el que esto mira,
y precia la bajeza de la tierra,
y no gime y suspira
por romper lo que encierra
el alma, y de estos bienes la destierra?

Aquí vive el contento,
aquí reina la paz: aquí asentado
en rico y alto asiento
está el amor sagrado
de honra y de deleites rodeado.

Inmensa hermosura
aquí se muestra toda; y resplandece
clarísima luz pura,
que jamás anochece;
eterna primavera aquí florece.

¡Oh campos verdaderos!
¡oh prados con verdad frescos y amenos!
¡riquísimos mineros!
¡Oh deleitosos senos!
¡repuestos valles de mil bienes llenos!

 

SONETO

 

Ahora con la aurora se levanta
mi luz, ahora coge en rico nudo
el hermoso cabello, ahora el crudo
pecho ciñe con oro, y la garganta.

Ahora vuelta al cielo pura y santa
las manos y ojos bellos alza,
y pudo dolerse ahora de mi mal agudo;
ahora incomparable tañe y canta.

Así digo, y del dulce error llevado,
presente ante mis ojos la imagino,
y lleno de humildad y amor la adoro.

Mas luego vuelve en sí el engañado ánimo,
y conociendo el desatino,
la rienda suelta largamente al lloro.

 

A DON FRANCISCO DE SALINAS

El aire se serena
y viste de hermosura y luz no usada,
Salinas, cuando suena
la música extremada
por vuestra sabia mano gobernada.

A cuyo son divino
mi alma que en olvido está sumida,
torna a cobrar el tino,
y memoria perdida
de su origen primera esclarecida.

Y como se conoce,
en suerte y pensamientos se mejora;
el oro desconoce
que el vulgo vil adora,
la belleza caduca engañadora.

Traspasa el aire todo
hasta llegar a la más alta esfera,
y oye allí otro modo
de no perecedera
música, que es de todas la primera.

Ve cómo el gran Maestro
a aquesta inmensa cítara aplicado,
con movimiento diestro
produce el son sagrado
con que este eterno templo es sustentado.

Y como está compuesta
de números concordes,
luego envía consonante respuesta,
y entrambas a porfía
mezclan una dulcísima armonía.

Aquí la alma navega
por un mar de dulzura,
y finalmente en él así se anega,
que ningún accidente
extraño o peregrino oye y siente.

¡Oh desmayo dichoso!
¡oh muerte que das vida! ¡oh dulce olvido!
¡durase en tu reposo
sin ser restituido
jamás a aqueste bajo y vil sentido!

A este bien os llamo,
gloria del Apolíneo sacro coro,
amigo, a quien amo
sobre todo tesoro;
que todo lo demás es triste lloro.

¡Oh! suene de contino,
Salinas, vuestro son en mis oídos,
por quien al bien divino
despiertan los sentidos,
quedando a lo demás amortecidos.

 

Profecía del Tajo

 

Folgaba el Rey Rodrigo
con la hermosa Caba en la ribera
del Tajo sin testigo;
el pecho sacó fuera el río,
y les habló de esta manera:

En mal punto te goces,
injusto forzador; que ya el sonido,
y las amargas voces,
y ya siento el bramido
de Marte, de furor y ardor ceñido.

¡Ay, esa tu alegría
qué llantos acarrea! Y esa hermosa,
que vio el sol en mal día,
¡a España, ay, cuán llorosa,
y al cetro de los godos cuán costosa!

Llamas, dolores, guerras,
muertes, asolamientos, fieros males
entre tus brazos cierras,
trabajos inmortales
a ti y a tus vasallos naturales,

A los que en Constantina
rompen el fértil suelo, a los que baña
el Ebro, a la vecina
Sansueña, a Lusitaña,
a toda la espaciosa y triste España

Ya dende Cádiz llama
el injuriado Conde. a la venganza
atento, y no a la fama,
la bárbara pujanza
en quien para tu daño no hay tardanza.

Oye que el cielo toca
con temeroso son la trompa fiera
que en África convoca
el moro a la bandera
que al aire desplegada va ligera.

La lanza ya blandea
el árabe cruel, y hiere el viento,
llamando a la pelea;
innumerable cuento
de escuadras juntas veo en un momento.

Cubre la gente el suelo;
debajo de las velas desaparece
la mar; la voz al cielo
confusa y varia crece;
el polvo roba el día y le oscurece.

¡Ay, que ya presurosos
suben las largas navesl ¡Ay, que tienden
los brazos vigorosos
a los remos, y encienden
las mares espumosas por do hienden!

El Eolo derecho
hinche la vela en popa, y larga entrada
por el hercúleo estrecho
con la punta acerada
el gran padre Neptuno da la armada.

¡Ay triste!, ¿y aún te tiene
el mal dulce regazo?, ¿ni llamado
al mal que sobreviene
no acorres?, ¿ocupado
no ves ya el puerto a Hércules sagrado?

Acude, corre, vuela,
traspasa la alta sierra, ocupa el llano,
no perdones la espuela,
no des paz a la mano,
menea fulminando el hierro insano.

¡Ay, cuánto de fatiga,
ay, cuánto de sudor está presente
al que viste loriga,
al infante valiente,
a hombres y a caballos juntamente!

¡Y tú Betis divino,
de sangre ajena y tuya amancillado,
darás al mar vecino
cuánto yelmo quebrado,
cuánto cuerpo de nobles destrozado!

El furibundo Marte
cinco luces las haces desordena,
igual a cada parte,
la sexta ¡ay!, te condena,
¡oh cara patria!, a bárbara cadena.
 

LA PERFECTA CASADA

CAPÍTULO XV

Aunque esta buena casada ha de ser para mucho, que es lo que aquí Salomón llama fortaleza, no por eso tiene licencia para ser desabrida en la condición y en su manera y trato desgraciada; sino, como el vestido ciñe y rodea el cuerpo, así ella toda y por todas partes ha de andar cercada y como vestida de un valor agraciado y de una gracia valerosa. Quiero decir, que ni la diligencia, ni la vela, ni la asistencia a las cosas de su casa, la ha de hacer áspera y terrible, bien ni menos la buena gracia y la apacible habla y semblante, ha de ser muelle ni desatado, sino que, templando con lo uno lo otro, conserve el medio en ambas dos cosas, y haga de entrambos una agradable y excelente mezcla.

Y no ha de conservar por un día o por un breve espacio aqueste tenor, sino por toda la vida, hasta el día postrero della. Lo cual es propio de todas las cosas que, o son virtud, o tienen raíces en la virtud, ser perseverantes y casi perpetuas, y en esto se diferencian de las no tales; que éstas, como nacen de antojo, duran por antojo; pero aquéllas, como se fundan en firme razón, permanecen por luengos tiempos.

Y los que han visto alguna mujer de las que se allegan a esta que aquí se dice, podrán haber experimentado lo uno y lo otro. Lo uno, que a todo tiempo y a toda razón se halla en ella dulce y agradable acogida; lo otro, que esta gracia y dulzura suya no es gracia que desata el corazón del que la vee ni le enmollece, antes le pone concierto y le es como una ley de virtud, y así le deleita y aficiona, que juntamente le limpia y purifica; y borrando él las tristezas, lava las torpezas también; y es gracia que aun la engendra en los miradores. Y la fuerza della, y aquello en que propiamente consiste, lo declara más enteramente lo que sigue: (...) (Pasa Fray Luis a otro capítulo).

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