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José Ortega y Gasset - Vida y obras (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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José Ortega y Gasset - Vida y obras
BIOGRAFÍA
José Ortega y Gasset (1883-1955) nació en Madrid en el seno de una familia perteneciente a la alta burguesía que había desempeñado un importante papel en la época de la Restauración.
Fue una de las personalidades españolas más brillantes de la primera mitad del siglo XX. Hijo de Ortega y Munilla y nieto de Eduardo Gasset, ambos periodistas y promotores de periódicos. Ortega dirá más tarde: "Nací en una rotativa".
Estudió con los jesuitas de Cádiz y, en 1904, se doctoró en Filosofía y Letras en la Universidad de Madrid a los 18 años con una tesis titulada Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda.
Pensionado por el Gobierno español desde 1904 hasta 1908, completó su formación en las universidades alemanas de Leipzig, Berlín y Marburgo. En Marburgo estudia con los neokantianos Hermann Cohen y Paul Natorp. Con poco más de 20 años gana la cátedra de metafísica de la Universidad Central de Madrid, en la cual impartió su magisterio desde 1910 hasta 1936.
Desde su cátedra, con artículos en la prensa y a través de su revista y editorial Revista de Occidente (1923-1936), Ortega difundió las tendencias filosóficas y culturas del primer cuarto del siglo XX, con traducciones de las obras más representativas de los pensadores alemanes, franceses, etc.
En 1914 publicó Meditaciones del Quijote, donde plasmó los grandes trazos de su primer pensamiento filosófico y su intento de superar el idealismo de sus maestros alemanes.
Hacia finales de la década de 1920 comenzó la llamada “etapa raciovitalista” de su filosofía, en la que abordó una nueva profundización que reflejan, entre otras obras, Kant (1724-1924): Reflexiones de centenario (1929), En torno a Galileo (1933), Ideas y creencias (1940) e Historia como sistema (1941).
Liberal republicano y opuesto a la dictadura del general Miguel Primo de Rivera (1923-1930), contribuyó a la caída del rey Alfonso XIII, de la propia institución monárquica y la proclamación de la II República (1931-1936). Creó un grupo político, Agrupación al Servicio de la República, en el que también militaron Gregorio Marañón y Ramón Pérez de Ayala y por cuyas listas fue elegido diputado a las Cortes Constituyentes en 1931.
En septiembre de 1931, herido por las primeras decepciones como la quema de conventos (OC, XI, 297), afectado por el malestar ante lo que algunos republicanos hacían por "contraer la vida española, angostar el horizonte, dejar que triunfe la inspiración pueblerina", y sabiendo que expresaba el sentir de una cantidad inmensa de españoles que colaboraron en el advenimiento de la República con su acción, con su voto y con su esperanza, Ortega escribió su famoso "¡No es esto, no es esto!", y con enorme visión de futuro añadió: "La República es una cosa. El radicalismo, otra. Si no, al tiempo" (OC, XI, 387). Con Marañón y Pérez de Ayala firmó el manifiesto que comunicaba a los españoles la disolución de la Agrupación al Servicio de la República.
Al estallar la Guerra Civil en 1936, Ortega abandonó España. Residió en Francia, Países Bajos, Argentina y Portugal, y no regresó a su país hasta 1945. No volvió a ocupar su cátedra universitaria. En 1948 fundó el Instituto de Humanidades, junto con su discípulo Julián Marías (1914-2005).
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial es invitado a dar conferencias en Alemania (Centenario de Goethe) y en Norteamérica.
A su muerte en 1955, se desencadenaron en España protestas estudiantiles contra el gobierno de Franco. El caudillo destituye al ministro de Enseñanza Joaquín Ruiz Jiménez y al rector de la Universidad de Madrid Pedro Laín Entralgo. Su muerte produjo en España una gran conmoción nacional y su entierro constituyó un acontecimiento intelectual y político importante para los inicios de la transición española de la dictadura a la democracia, que culminaría con la Constitución de 1978.
Famoso por su crítica humanista de la civilización contemporánea, fue uno de los pensadores más significativos e influyentes del siglo XX. Fue el gran divulgador de la cultura europea en España.
Lector de Nietzsche en su juventud, de él tomó la teoría de la elite y la masa y un cierto vitalismo fue evolucionando hasta elaborar su teoría del raciovitalismo con el que intenta superar el idealismo neokantiano aprendido en Marburgo: La razón es un órgano de la vida. Hasta ahora se ha vivido para la religión, la filosofía, etc., ahora hay que vivir para la vida, este será el Tema de nuestro tiempo.
José Ferrater Mora distinguió tres etapas: objetivismo (1902-1914), perspectivismo (1914-1923) y raciovitalismo (1924-1955). Julián Marías mantuvo una posición contraria a cualquier especificación de etapas o períodos y presupuso una unidad sustancial en la obra orteguiana desde el primer momento.
Puede decirse que tuvo como compañeros permanentes de navegación a Nietzsche, Kant, Leibniz y Max Scheler. Brentano y Husserl fueron decisivos, y la fenomenología tuvo una presencia continuada, aunque sutil, en su obra.
La lectura de Ser y tiempo de Heidegger, en 1927, constituyó un impulso determinante para la profundización de ciertos aspectos de sus planteamientos filosóficos. Aunque en 1932 declara: “Tengo con este autor una deuda muy escasa. Apenas hay uno o dos conceptos importantes de Heidegger que no preexistan, a veces con anterioridad de trece años, en mis libros”. (Ortega y Gasset, José: “Pidiendo un Goethe desde dentro” (1932). En Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, 1962, vol. IV, p. 403 n.).
En los años 1930-31 su historicismo recibió un impulso decisivo de los planteamientos del filósofo de la historia y la cultura alemán Wilhelm Dilthey (1833-1911).
También debe destacarse que Ortega estuvo abierto a las ideas no sólo de filósofos, sino de cualquiera cuyos planteamientos encontrase interesantes, como Joaquín Costa, Oswald Spengler, Renán, Taine, Goethe, J. von Uexküll, H. Driesch, Leo Frobenius, Einstein, Mommsen, etc.
Ortega heredó de la generación del 98 su preocupación por España y por la renovación cultural del país. Preocupación que formuló dramáticamente al escribir: "Dios mío, ¿qué es España? En la anchura del orbe, en medio de las razas innumerables, perdida en el ayer ilimitado y el mañana sin fin, bajo la frialdad inmensa y cósmica del parpadeo astral, ¿qué es esta España, este promontorio espiritual de Europa, esta como proa del alma continental? ¿Dónde está -decidme- una palabra clara, una sola palabra radiante que pueda satisfacer a un corazón honrado y a una mente delicada, una palabra que alumbre el destino de España?" (OC, I, 360).
Pero Ortega, cuya labor literaria se remonta a 1902, no pertenece ideológicamente al 98, como tampoco se le puede considerar “hijo del 98”. Como escribe Torrente Ballester:
«El impulso intelectual que mueve al joven Ortega tiene, por una parte, raíces familiares, y por otra se relaciona con el movimiento llamado krausista, o, por lo menos, con los nombres y las instituciones de él derivadas. Social e intelectualmente, Ortega pertenece a un nuevo tipo de escritor. Su posición desahogada, su inicial seguridad, le eximen de adoptar la típica máscara, la habitual defensa del noventayochista contra el ambiente. Su cultura no es autodidáctica, sino universitaria del mejor cuño, completada en los centros intelectuales de más prestigio en la Europa de entonces. Cuando Ortega y Gasset regresa de Alemania, se ha inaugurado en la vida intelectual española un nuevo tipo, característico de una nueva generación: a él pertenecen, salvadas las diferencias individuales, Pérez de Ayala, D’Ors y Marañón. La sociedad española les recibirá como intelectuales, y todavía en 1949 se esforzará Ortega en hacer comprender las características de esta figura, cuya designación, durante casi cincuenta años, ha tenido un claro matiz peyorativo.» [Torrente Ballester, Gonzalo: Panorama de la literatura española contemporánea. Madrid: Guadarrama, 1961, vol. 1, p. 246-247]
OBRAS DE ORTEGA Y GASSET
La cortesía del filósofo es la claridad. (Ortega)
«Ortega y Gasset es uno de los más grandes escritores españoles, cuyas calidades de estilo dieron especial intensidad y eficacia a sus obras, era además un extraordinario orador universitario y conferenciante. Su influencia en España fue temprana y profunda; después, mediante traducciones a todas las lenguas importantes, se convirtió en la figura más universal y representativa de la cultura española. Al mismo tiempo, su actividad de escritor, y también de inspirador de publicaciones importantes y de traducciones de libros decisivos, contribuyó mucho a superar el aislamiento intelectual de España y a ponerla “a la altura del tiempo”, hasta hacer de ella uno de los países menos provincianos de Europa» (Julián Marías y P. Laín Entralgo: Historia de la filosofía y de la ciencia. Madrid: Guadarrama, 1964, p. 319).
El estilo de Ortega y Gasset es muy literario, contiene metáforas y su ingenio en el lenguaje permite compararlo con el de El Quijote, esto dio lugar a que su obra llegara al público en general.
Se ha discutido mucho si Ortega fue un literato, un periodista o un filósofo. El hecho de que una buena parte de sus primeras publicaciones sean comentarios y críticas literarias, muestra el interés de Ortega por la literatura y la importancia de lo literario en su obra general. Por otro lado, casi toda su obra publicada antes de su muerte había aparecido publicada en los principales periódicos de su época. Por la calidad de su prosa, habría que incluirlo en el club de los literatos. Su expresión es chispeante, con un tono de ironía (juegos de palabras) y de humor. Otro rasgo del estilo de Ortega es su tendencia a la dramatización de las ideas, acorde con su pensamiento: la vida es un drama, un quehacer del hombre con sus circunstancias.
En cuanto al Ortega filósofo, algunos lo consideran más bien como un brillante ensayista y le niegan la categoría de pensador original. Ortega expuso sus ideas en un estilo brillante de gran calidad literaria, y lo hizo desde lo que él llamaba la “plazuela pública”, el periódico. Ortega es un representante genuino de “intelectual moderno”, figura que surgió a finales del XIX en Francia a raíz del caso Dreyfus (capitán de artillería de origen judío, acusado en París de traición en 1893; Émile Zola publicó una exaltada carta en el periódico parisino L'Aurore en enero de 1898, titulada J'accuse, acusando a las autoridades de haber mentido). El intelectual moderno adquiría así el poder espiritual de influir en la opinión pública y en la política haciendo uso de los nuevos medios de comunicación de masas. Y esto es lo que intentó Ortega en España. Ortega nació en el seno de una familia acomodada madrileña, con un importante peso en el mundo de la prensa y de la literatura.
Según Ricardo Senabre (Lengua y estilo en Ortega y Gasset, Universidad de Salamanca, 1964), la prosa de Ortega da la impresión de verso libre, la voluntad rítmica es característica del modernismo (Valle Inclán) y Ortega se muestra desde muy temprano inclinado a este movimiento. Ortega usa mucho la metáfora como medio intelectual para dar claridad ideológica a los temas más abstractos. Se trata, sobre todo, de metáforas que expresan la idea central de Ortega: la vida como dinamismo, aventura, drama, tensión, lucha. Así encontramos imágenes bélicas (flecha, arco, lanza, puñal), imágenes del cazador (hombre alerta), imágenes del toreo (pugna del hombre con los problemas de su contorno), imágenes marítimas (navegación, sumergirse irremisiblemente dentro de la vida), la imagen del naufragio para expresar la patética soledad del hombre frente a las cosas.
«La metáfora es el auténtico nombre de las cosas, y no el término técnico de la terminología. El Término –en este sentido, no de concepto, sino de vocablo que lo designa–, el término técnico es una palabra cadáver, esterilizada, aseptizada, y que por lo mismo se ha convertido en ficha y ha dejado de ser viviente nombrar, esto es, de ejecutar ella por sí esa operación y función que es “decir la cosa” y llamamos nombrar.
En el momento en que un nombre se convierte en término técnico, lejos de decirnos él la cosa, de traérnosla y hacérnosla visible, tenemos inversamente que buscar por otros medios la cosa que el término designa, verla bien y sólo entonces entendemos el término. Una terminología es todo lo contrario de una lengua.
Pensar que durante más de treinta años –se dice pronto– he tenido día por día que soportar en silencio, nunca interrumpido, que muchos pseudointelectuales de mi país descalificaban mi pensamiento, porque “no escribía más que metáforas” –decían ellos. Esto les hacía triunfalmente sentenciar y proclamar que mis escritos no eran filosofía. ¡Y claro que afortunadamente no lo eran! si filosofía es algo que ellos son capaces de segregar. Ciertamente que yo extremaba la ocultación de la musculatura dialéctica definitoria de mi pensamiento, como la naturaleza cuida de cubrir fibra, nervio y tendón con la literatura ectodérmica de la piel donde se esmeró en poner el stratum lucidum. Parece mentira que antes mis escritos –cuya importancia, aparte de esta cuestión, reconozco que es escasa– nadie haya hecho la generosa observación que es, además, irrefutable, de que en ellos no se trata de algo que se da como filosofía y resulta ser literatura, sino por el contrario, de algo que se da como literatura y resulta que es filosofía. Pero esas gentes que de nada entienden, menos que de nada entienden de elegancia, y no conciben que una vida y una obra puedan cuidar esta virtud. Ni de lejos sospechas por qué esenciales y graves razones, es el hombre el animal elegante. Dies irae, dies illa.» [Ortega y Gasset: La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva. En Obras completas, 1962, vol. VIII, p. 292 n.]
Los terrores del año mil. Crítica de una leyenda (tesis doctoral - 1904)
Vieja y nueva política (1914)
Conferencia dada en el Teatro de La Comedia de Madrid el 23 de marzo de 1914.
«La Liga de Educación Política se propone mover un poco de guerra a esas políticas tejidas exclusivamente de alaridos, y por eso, aun cuando cree que sólo hay política donde intervienen las grandes masas sociales, que sólo para ellas, con ellas y por ellas existe toda política, comienza dirigiéndose primero a aquellas minorías que gozan en la actual organización de la sociedad del privilegio de ser más cultas, más reflexivas, más responsables, y a éstas pide su colaboración para inmediatamente transmitir su entusiasmo, sus pensamientos, su solicitud, su coraje, sobre esas pobres grandes muchedumbres dolientes.» (Ortega)
Meditaciones del Quijote (1914)
Esboza a grandes rasgos su primer pensamiento filosófico, en el que fue muy clara la influencia de Immanuel Kant. Sus reflexiones sobre el hecho artístico las amplió en 1925 con la publicación de La deshumanización del arte.
En el prólogo enuncia lo que sería el núcleo de su pensamiento filosófico. Esta obra constituye una metafísica de la vida, así como la visión de una España en potencia.
«Cuanto es hoy reconocido como verdad, como belleza ejemplar, como altamente valioso, nació un día en la entraña espiritual de un individuo, confundido con sus caprichos y humores. [...] Mi salida natural hacia el universo se abre por los puertos del Guadarrama o el campo de Ontígola. Este sector de realidad circunstante forma la otra mitad de mi persona: sólo a través de él puedo integrarme y ser plenamente yo mismo. [...] Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo.» (Ortega: OC, I, p. 321-322)
El Espectador (en 8 volúmenes, 1916-1934)
Recopilación de artículos y comentarios en periódicos y revistas.
España invertebrada (1921)
España está invertebrada, desorganizada y lleva en su esencia una incapacidad de existir como nación. Partiendo del concepto de decadencia, Ortega denuncia la deficiente estructuración de la sociedad española, causada por la inexistencia de unas minorías selectas. Considera que los males de España están ya presentes, al menos su germen, en el débil reino de los visigodos.
Ortega analiza el origen de las causas que históricamente han provocado una debilidad constitutiva de la sociedad española. Para Ortega, en España no ha habido decadencia porque tampoco hubo nunca momento de verdadera grandeza, y esto remite a un defecto constitutivo y a unas insuficiencias originarias provenientes de una germanización muy débil y de un consecuente feudalismo también muy débil, lo que a su vez involucraba una falta de vitalidad en las minorías rectoras del país. Esto originó un pueblo vigoroso (OC, III, 121) al que de siempre ha faltado una minoría rectora egregia y vital.
El tema de nuestro tiempo (1923)
Es la obra fundamental de su metafísica temprana. En ella superaba la dependencia de su educación neokantiana, al anteponer la vida al pensamiento para ofrecer una razón vital que viene a reemplazar a la razón pura de sus predecesores. La vida es un proceso continuo y las circunstancias destruyen y alteran el papel de la razón.
El descubrimiento de la vida como realidad radical exige un método desde el que ésta se haga accesible: es la razón vital, concebida como una misma cosa con el vivir, puesto que "la razón es sólo una forma y función de la vida". Se trata de una nueva concepción de la razón superadora del racionalismo de la "razón pura", como expresión de la modernidad.
Según esta nueva formulación, la razón "es tan sólo una breve isla flotante sobre el mar de la vitalidad primaria; lejos de sustituir a ésta, tiene que apoyarse en ella, nutrirse de ella como cada uno de los miembros vive del organismo entero" (OC, III, 177). Éste es el tema de nuestro tiempo: "la razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital" (OC, III, 178).
La deshumanización del arte (1925)
Reflexiones sobre el hecho artístico. Ortega analizó las tendencias literarias y artísticas de después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y las caracterizó como arte deshumanizada, dando con ello una visión crítica y en cierto modo descriptiva de la estética de la generación literaria del 27. Ortega conceptúa la nueva estética como “arte para minorías”, literatura refinada de evasión que no sabe asimilar el vulgo, diagnostica en estas tendencias estéticas la búsqueda de una estilización deformadora y una huida de las formas vivas de la realidad; un antipopularismo y una tendencia a ser arte de minorías, de aristocracia; una visión del quehacer estético como un juego sin transcendencia.
«Se ha dicho que el nuevo estilo, tomado en su más amplia generalidad, consiste en eliminar los ingredientes 'humanos, demasiado humanos', y retener sólo la materia puramente artística. Esto parece implicar un gran entusiasmo por el arte. Pero al rodear el mismo hecho y contemplarlo desde otra vertiente sorprendemos en él un cariz opuesto de hastío o desdén. La contradicción es patente e importa subrayarla. La metáfora escamotea un objeto enmascarándolo con otro, y no tendría sentido si no viéramos bajo ella un instinto que induce al hombre a evitar realidades.» (José Ortega y Gasset: La deshumanización del arte, 1925)
Espíritu de la letra (1927)
«Nunca he podido leer las páginas de un libro sin que por deliciosa repercusión se levantasen dentro de mí bandadas de pensamientos, cuyo vuelo diverso ha amenizado mi vida. En estos artículos, que ahora reúno balo el título de Espíritu de la letra, he procurado capturar la ruta aérea de alguno de esos pájaros interiores.» (Ortega)
Mirabeau o el político (1927)
«La política de Mirabeau no tiene oscuridad alguna. Como los hechos de todo un siglo se encargaron de comprobar, fue la obra más clara que se intentó en la Revolución Francesa. Si algo en el mundo tiene derecho a causar sorpresa y maravilla, es que este hombre, ajeno a las Chancillerías y a la Administración, ocupado en un tráfago perpetuo de amores turbulentos, de pleitos, de canalladas, que rueda de prisión en prisión, de deuda en deuda, de fuga en fuga, súbitamente, con ocasión de los Estados Generales, se convierta en un hombre público, improvise, cabe decir en pocas horas, toda una política nueva, que va a ser la política del siglo XIX (la Monarquía constitucional); y esto, no vagamente y como germen, sino íntegramente y en su detalle; crea no sólo los principios, sino los gestos, la terminología, el estilo y la emoción del liberalismo democrático según el rito del Continente. En un instante, Mirabeau ve en todo su futuro desarrollo la nueva política, y ve más allá aún: ve sus límites, sus vicios, sus degeneraciones y hasta los medios de desacreditarla, que han sido, en efecto, lo que siglo y medio más tarde la han traído al desprestigio. Quien quiera convencerse de que este hecho portentoso ha acaecido y no es una fantasía ni un inexacto encarecimiento, lea cualquier libro sobre Mirabeau.» (Ortega)
Kant (1724-1924): Reflexiones de centenario (1929)
«Durante diez años he vivido dentro del pensamiento kantiano: lo he respirado como una atmósfera y ha sido a la vez mi casa y mi prisión. Yo dudo mucho que quien no haya hecho cosa parecida pueda ver con claridad el sentido de nuestro tiempo. En la obra de Kant están contenidos los secretos decisivos de la época moderna, sus virtudes y limitaciones. Merced al genio de Kant, se ve en su filosofía funcionar la vasta vida occidental de los cuatro últimos siglos, simplificada en aparato de relojería. Los resortes que con toda evidencia mueven esta máquina ideológica, el mecanismo de su funcionamiento, son los mismos que en vaga forma de tendencias, corrientes, inclinaciones, han actuado sobre la historia europea desde el Renacimiento.
Con gran esfuerzo me he evadido de la prisión kantiana y he escapado a su influjo atmosférico. No han podido hacer lo mismo los que en su hora no siguieron largo tiempo su escuela. El mundo intelectual está lleno de gentiles hombres burgueses que son kantianas sin saberlo, kantianos a destiempo que no lograrán nunca dejar de serlo porque no lo fueron antes a conciencia. Estos kantianos irremediables constituyen hoy la mayor rémora para el progreso de la vida y son los únicos reaccionarios que verdaderamente estorban. A esta fauna pertenecen, por ejemplo, los “políticos idealistas”, curiosa supervivencia de una edad consunta.
De la magnífica prisión kantiana sólo es posible evadirse ingiriéndola. Es preciso ser kantiano hasta el fondo de sí mismo, y luego, por digestión, renacer a un nuevo espíritu.» (Ortega)
La rebelión de las masas (1930)
Una de sus obras más destacadas y, a la vez, la más polémica, la que le hizo internacionalmente famoso. Analiza los comportamientos sociales de las “masas”, que para Ortega conformaban la base de la sociedad característica de la edad contemporánea. Ortega aboga por la creación de los Estados Unidos de Europa para contrarrestar el nacionalismo y el declive europeo.
En este ensayo critica la influencia destructiva del hombre-masa, del individuo mediocre. Las masas sin una elite intelectual y moralmente superior sería víctimas del autoritarismo. “La gran desgracia de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas”. Las masas nunca han creado la cultura. Para mantener los logros de la cultura occidental es necesario reconocer el protagonismo de una minoría intelectual que es la que la ha hecho posible la cultura, que se encuentra amenazada por el ascenso del “hombre masa”.
El primer reconocimiento internacional de Ortega provino del éxito y relevancia de este libro, que muy pronto fue traducido a las más importantes lenguas europeas. En este libro, prefiguró Ortega futuros fenómenos sociales que marcaron el devenir del siglo XX.
«Mi tesis es, pues, esta: la perfección misma con que el siglo xix ha dado una organización a ciertos órdenes de la vida es origen de que las masas beneficiarias no la consideren como organización, sino como naturaleza. Así se explica y define el absurdo estado de ánimo que esas masas revelan: no les preocupa más que su bienestar y al mismo tiempo son insolidarias de las causas de ese bienestar. Como no ven en las ventajas de la civilización un invento y construcción prodigiosos, que sólo con grandes esfuerzos y cautelas se puede sostener, creen que su papel se reduce a exigirlas perentoriamente, cual si fuesen derechos nativos. En los motines que la escasez provoca suelen las masas populares buscar pan, y el medio que emplean suele ser destruir las panaderías. Esto puede servir como símbolo del comportamiento que en más vastas y sutiles proporciones usan las masas actuales frente a la civilización que las nutre.»
Goethe desde dentro (1932)
«Es casi risible la mala inteligencia que ha habido sobre Goethe. Este hombre se ha pasado la vida buscándose a sí mismo o evitándose –que es todo lo contrario que cuidando la exacta realización de sí mismo. Esto último supone que no existen dudas sobre quién se es o que, una vez averiguado, el individuo está decidido a realizarse; entonces la atención puede vacar tranquilamente a los detalles de la ejecución.
Una enorme porción de la obra de Goethe –su Werther, su Fausto, su Meister– nos presenta criaturas que van por el mundo buscando su destino íntimo o... huyendo de él. [...] En este sentido me permito mostrar superlativa extrañeza ante todo el hecho de que se considere lo más natural del mundo que un hombre de desarrollo tan prematuro como Goethe, que antes de los treinta años ha creado ya, aunque no terminado, todas sus grandes obras, se encuentre en el friso de los cuarenta preguntándose todavía por los caminos de Italia si él es poeta, pintor u hombre de ciencia, y que en 14 de marzo de 1788 escriba desde Roma: “Por vez primera me he encontrado a mí mismo y he coincidido felizmente conmigo”. Y lo más grave del caso es que también entonces se trataba, por lo visto, de un error y durante decenios va a seguir peregrinando en busca de ese “sí mismo” con que ilusoriamente creyó tropezar en Roma. [...] Los profesores alemanes han hecho esfuerzos hercúleos para cohonestar lo que esas obras de Goethe son y las ideas de Goethe sobre la vida, sin conseguir, claro está, su convencional propósito. Mucho más fértil fuera lo inverso: partir de la contradicción evidente entre esa concepción optimista de la naturaleza, esa confianza en el cosmos que inspira todas las relaciones de Goethe con el universo, y la constante, afanosa preocupación por su vida propia, por sí mismo, que le hace no abandonarse un momento.» [Ortega y Gasset, J.: “Pidiendo un Goethe desde dentro” (1932). En: En Obras completas. Madrid: Revista de Occidente, 1962, vol. IV, p. 407-408]
En torno a Galileo (1933)
En 1933 Ortega quiso conmemorar el tercer centenario de la condena de Galileo Galilei (1564-1642), dictando un curso sobre aquella primera generación de hombres – René Descartes (1596-1650), filósofo, científico y matemático, considerado el fundador de la filosofía moderna, Francis Bacon (1561-1626), filósofo y estadista, uno de los pioneros del pensamiento científico moderno, y el propio Galileo– que vivieron y pensaron, desde una nueva perspectiva histórica, la Edad Moderna, abandonando las convicciones teológicas que habían sostenido el mundo medieval, por una nueva fe: la "razón pura". Ortega se propuso fijar la situación vital de aquellas generaciones entre 1550 y 1650 que instauraron el pensamiento moderno.
Miseria y esplendor de la traducción (1937)
«Es cosa clara que el público de un país no agradece una traducción hecha en el estilo de su propia lengua. Para esto tiene de sobra con la producción de los autores indígenas. Lo que agradece es lo inverso: que llevando al extremo de lo inteligible las posibilidades de su lengua transparezcan en ella los modos de hablar propios al autor traducido. Las versiones al alemán de mis libros son un buen ejemplo de esto. En pocos años se han hecho más de quince ediciones. El caso sería inconcebible si no se atribuye en sus cuatro quintas partes al acierto de la traducción. Y es que mi traductora ha forzado hasta el límite la tolerancia gramatical del lenguaje alemán para transcribir precisamente lo que no es alemán en mi modo de decir. De esta manera el lector se encuentra sin esfuerzo haciendo gestos mentales que son los españoles. Descansa así un poco de sí mismo y le divierte encontrarse un rato siendo otro.» (Ortega)
Estudios sobre el amor (1939)
Fueron publicados primeramente como folletones en el diario El Sol, de Madrid, en los años 1926 y 1927, y después reunidos en un libro del que apareció en 1933 la traducción alemana, antes de la primera edición española, que no fue puesta a la venta hasta 1941. Este libro se convertiría en uno de los libros más difundidos y estudiados de Ortega y Gasset.
«Hablemos del amor, pero comencemos por no hablar de “amores”. “Los amores” son historias más o menos accidentadas que acontecen entre hombres y mujeres. En ellas intervienen factores innumerables que complican y enmarañan su proceso hasta el punto que, en la mayor parte de los casos, hay en los “amores” de todo menos eso que en rigor merece llamarse amor. Es de gran interés un análisis psicológico de los “amores” con su pintoresca casuística; pero mal podríamos entendernos si antes no averiguamos lo que es propia y puramente el amor.» (Ortega)
Ideas y creencias (1940)
Ortega mantiene que el apoyo del diálogo del hombre con el mundo, en el que consiste la vida, no está en las ideas personalmente asumidas y filosóficamente justificadas, sino en las creencias que le vienen dadas de la época y del contorno ambiental en que vive. Son las creencias las que permiten la explicación causal más radical y determinante de las grandes transformaciones históricas acaecidas en Europa.
Las ideas se tienen; en las creencias se está. “Hay ideas con que nos encontramos –por eso las llamo ocurrencias– e ideas en que nos encontramos, que parecen estar ahí ya antes de que nos ocupemos de pensar. De las ideas-ocurrencias podemos decir que las producimos, las sostenemos y hasta somos capaces de morir por ellas. Lo que no podemos es... vivir de ellas. Con las creencias propiamente no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas. En la creencia se está, y la ocurrencia se tiene y se sostiene. Pero la creencia es quien nos tiene y sostiene a nosotros.” (Ortega)
Historia como sistema (1941)
Ortega insistió en que la vida humana era la realidad radical porque a ella se refieren y en ella adquieren sentido todas las demás realidades (OC, VI, 13). Pero la vida humana no se da hecha, sino por hacer, poniendo en juego un sistema de preferencias que implican unas convicciones básicas en las que estamos y que constituyen un sistema de radicales creencias como estrato más profundo de la arquitectura de nuestra vida (OC, VI, 14).
El hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia: "En suma, que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene... historia. O, lo que es igual: lo que la naturaleza es a las cosas, es la historia -como res gestae- al hombre" (OC, VI, 41).
"El hombre no tiene naturaleza. El hombre no es su cuerpo, que es una cosa; ni es su alma, psique, conciencia o espíritu, que es también una cosa. El hombre no es cosa ninguna, sino un drama -su vida, un puro y universal acontecimiento que acontece a cada cual y en que cada cual no es, a su vez, sino acontecimiento. Todas las cosas, sean las que fueren, son ya meras interpretaciones que se esfuerza en dar a lo que encuentra. El hombre no encuentra cosas, sino que las pone o supone. Lo que encuentra son puras dificultades y puras facilidades para existir. El existir mismo no le es dado 'hecho' y regalado como a la piedra, sino que -rizando el rizo que las primeras palabras de este artículo inician, diremos- al encontrarse con que existe, al acontecerle existir, lo único que encuentra o le acontece es no tener más remedio que hacer algo para no dejar de existir. Esto muestra que el modo de ser de la vida ni siquiera como simple existencia es ser ya, puesto que lo único que nos es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérsela, cada cual la suya" (OC, VI, 32).
Por eso, para Ortega, la historia no es sino "la ciencia de la realidad radical que es mi vida". Es la idea de "razón histórica": la vida como razón se esfuerza por comprenderse a sí misma; la razón, desde su historicidad, comprende la vida humana tanto en sí misma como en sus actuaciones y productos.
Papeles sobre Velázquez y Goya (1950)
Velázquez (1955)
«La pintura hasta Velásquez había querido huir de lo temporal y fingir en el lienzo un mundo ajeno e inmune al tiempo, fauna de eternidad. Nuestro pintor intenta lo contrario: pinta el tiempo mismo que es el instante, que es el ser en cuanto que está condenado a dejar de ser, a transcurrir, a corromperse. Eso es lo que eterniza y esa es, según él, la misión de la pintura: dar eternidad precisamente al instante –¡casi una blasfemia!
He aquí lo que para mí significa hacer del retrato principio de la pintura. Este hombre retrata el hombre y el cántaro, retrata la forma, retrata la actitud, retrata el acontecimiento, esto es, el instante. En fin, ahí tienen ustedes Las Meninas, donde un retratista retrata el retratar.» (Ortega)
El hombre y la gente (1957 – Obra póstuma)
El hombre y la gente responde, en primer lugar, a la vieja inquietud orteguiana en torno a la soledad expuesta en Unas lecciones de Metafísica según la cual metafísica es soledad. Ortega despliega esta tesis dotándola de matices significativos. Ortega profundiza también el estudio del polo correlativo al yo viviente: el mundo (OC, VII, 115-116). El mundo no es primariamente dado como un conjunto de cosas/entes, sino de cosas-asuntos de la vida, es decir, de todo lo que nos importa y concierne (OC, VII, 117). Las cosas-asuntos aparecen siempre en el marco del mundo y este marco las precede y, a la vez, las excede y envuelve en un horizonte. Por eso forman una totalidad abierta; es decir, el mundo no puede ser dado a modo de un objeto o sistema de objetos.
Qué es filosofía (1958 – Obra póstuma)
«En febrero de 1929 comencé un curso en la Universidad de Madrid titulado ¿Qué es filosofía? El cierre de la Universidad por causas políticas y mi dimisión consiguiente me obligaron a continuarlo en la profanidad de un teatro.» (Ortega)
«Este curso fue el primero de filosofía pura explicado en España fuera de una Universidad, ante el público más heterogéneo que cabe imaginar, constituido no sólo por “profesionales”, sino también y en mayor número prohombres ignorados cuya afición a semejantes temas no podría sospecharse. Fue un acontecimiento insólito, inesperado.» [Nota preliminar de los compiladores]
La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva (1958 – Obra póstuma)
«Este libro inédito de Ortega reúne, dentro de la bibliografía orteguiana, características singulares. Es, con mucho, el libro más extenso de Ortega (casi 450 páginas), pese a estar incompleto –le faltan los capítulos II y III, precisamente aquellos destinados a exponer el tema titular de la obra–. Es también un libro «técnico» tanto por su tema como por su ejecución. En él asoman abundantes citas de escolásticos (Escoto, Aquasparta, Suárez, Arriaga...) y de matemáticos (Euclides, Hilbert). Julián Marías ha sentido la tentación de decir que este libro es el más importante de Ortega, de todo cuanto escribió en su vida y, más aún, que es el libro más importante publicado en lo que va de siglo. La segunda tentación es, sin duda, hiperbólica, pero la primera está plenamente justificada.» (Gustavo Bueno)
«Formal o informalmente, el conocimiento es siempre contemplación de algo a través de un principio. En la ciencia esto se formaliza y se convierte en método o procedimiento deliberado: los datos del problema son referidos a un principio que los «explica». En filosofía esto se lleva al extremo, y no solo se procura (explicar) las cosas desde sus principios, sino que se exige de estos principios que sean últimos, esto es, en sentido radical (principios).» (Ortega)
Una interpretación de la Historia Universal (1960 – Obra póstuma)
«El prospecto que divulgaba la creación del “Instituto de Humanidades” prometía la intervención de su fundador mediante un curso de doce lecciones Sobre una nueva interpretación de la Historia Universal. (Exposición y examen de la obra de A. Toynbee, A Study of History). Pero el alcance del curso (1948-49) excedió con mucho a ese anuncio, pues el examen consistió, principalmente, en una crítica de la obra desde las propias doctrinas de Ortega y el despliegue de sus personales ideas acerca de la ciencia histórica y el proceso de los pueblos –en particular el romano–, con frecuentes excursiones de intención sistemática a la crisis del tiempo presente.
El tema central de estas páginas resulta ser, según se afirma en una de allas (p. 225), “el análisis de la vida constituida en ilegitimidad... de que son dos gigantescos ejemplos los tiempos declinantes de la República romana y los tiempos en que estamos nosotros mismos alentando”. A la crisis actual Ortega aporta un radical análisis y, a la vez, la promoción de una reforma de la inteligencia mediante la cual pueda la vida contemporánea emerger del azoramiento que padece.» (Nota preliminar de los compiladores)
Origen y epílogo de la filosofía (1960 – Obra póstuma)
«Todo este volumen ofrece un ejemplo de la razón histórica en marcha frente al tema central de la filosofía: el de su propia raíz y justificación histórica. Uno de entre los múltiples quehaceres que el hombre ha ido realizando ha consistido en hacer filosofía, que no ha sido ocupación permanente de la humanidad, “sino que –afirma Ortega en este libro– surgió un día en Grecia y ha llegado ciertamente hasta nosotros, pero sin garantía ninguna de su futura continuación”. Y agrega, “Sin que yo ahora pretenda expresar opinión formal sobre el asunto, me permito insinuar la posibilidad de que lo que ahora empezamos a hacer bajo el pabellón tradicional de la filosofía no es una nueva filosofía sino algo nuevo y diferente a toda filosofía”.
A pesar de estar inconclusos, estos escritos significan un paso decisivo en el planteamiento del problema de lo que la filosofía es –su mismidad– tal como se descubre a la razón histórica al contemplar en vista panorámica la totalidad de su pasado e intentar reconstruir el dramático suceso de su origen.» [Nota preliminar de los compiladores]
Meditación de Europa (1960 – Obra póstuma)
«En septiembre de 1949, dio Ortega, en Berlín, una conferencia con el título De Europa meditatio quaedam. Posteriormente revisó y amplió su contenido con el propósito de proceder a su edición en un libro que se publicaría en versión alemana. Pero este proyecto no fue realizado y el texto ha aparecido inacabado tal y como hoy lo ofrecemos al lector.» [Nota preliminar de los compiladores]
«Uno de los más graves errores del pensamiento “moderno”, cuyas salpicaduras aún padecemos, ha sido confundir la sociedad con la asociación, que es, aproximadamente, lo contrario de aquélla. Una sociedad no se constituye por acuerdo de las voluntades. Al revés, todo acuerdo de voluntades presupone la existencia de una sociedad, de gentes que conviven, y el acuerdo no puede consistir sino en precisar una u otra forma de esa convivencia, de esa sociedad preexistente. La idea de la sociedad como reunión contractual, por tanto, jurídica es el más insensato ensayo que se ha hecho de poner la carreta delante de los bueyes. Porque el derecho, la realidad “derecho” –no las ideas sobre él del filosofo, jurista o demagogo– es, si se me tolera la expresión barroca, secreción espontánea de la sociedad y no puede ser otra cosa. Querer que el derecho rija las relaciones entre seres que previamente no viven en efectiva sociedad, me parece –y perdóneseme la insolencia– tener una idea bastante confusa y ridícula de lo que el derecho es. [...]
Quería insinuar que los pueblos europeos son desde hace mucho tiempo una sociedad, una colectividad en el mismo sentido que tienen estas palabras aplicadas a cada una de las naciones que integran aquélla. Esa sociedad manifiesta todos los atributos de tal: hay costumbres europeas, usos europeos, opinión pública europea, derecho europeo, poder público europeo. Pero todos estos fenómenos sociales se dan en la forma adecuada al estado de evolución en que se encuentra la sociedad europea, que es, claro está, tan avanzado como el de sus miembros componentes, las naciones.» (Ortega)
Pasado y porvenir para el hombre actual (1962 – Obra póstuma)
«Nuestra civilización sabe que sus principios están en quiebra –volatilizados–, y por eso duda de sí misma. Bien; no parece que ninguna civilización haya muerto, y con una muerte total, por un ataque de duda. Me parece más bien recordar que las civilizaciones han precedido por la razón contraria –por petrificación o arterioesclerosis de sus creencias–. Todo esto significa claramente que las formas cultivada hasta aquí por nuestra civilización –o, con más exactitud, por los occidentales– están agotadas y exhaustas, pero que, por ello mismo, nuestra civilización se siente impulsada y obligada a inventar formas radicalmente nuevas. Hemos llegado a un momento, señoras y señores, en el que no tenemos otra solución que inventar, e inventar en todos los órdenes. No cabe proponer tarea más deliciosa. ¡Pues bien, ustedes los jóvenes –muchachos y muchachas–, a ello!» (Ortega)
Ortega y la literatura
«El propio escritor se ha quejado repetidas veces de la preferente atención concedida a sus metáforas sobre sus pensamientos. Nosotros añadimos que esa mala inteligencia alcanza a la fisonomía total, a la figura de Ortega como escritor, de lo cual dan notable muestra la consideración de periodista y el reproche de no haber elaborado un sistema. Nada más opuesto al periodismo que la obra intelectual de Ortega, cuyo propósito de hallar, por debajo de lo efímero y superficial, lo permanente y profundo, bastaría para situarle en distinto casillero y en superior jerarquía. En cuanto a la elaboración de un sistema, ¿lo han hecho acaso San Agustín, Pascal o Nietzsche? [...]
Ortega ha cultivado con exclusividad el ensayo; la psicología del ensayista no excluye el rigor de pensamiento, ni la profundidad, ni la precisión, menos la consecuencia; pero sí excluye la forma de la obra científica. No es un problema de contenido, ni de aparato, ni de dimensiones, sino de forma, y, hasta el presente, Ortega ha preferido la del ensayo.
Juzguemos, pues, a Ortega como ensayista, ni más ni menos que a Montaigne; juzguémosle, dentro del ámbito español, como diestro manipulador de una forma literaria que introduce entre nosotros, moderadamente, Juan Valera, que cuenta a Ganivet, a Unamuno, a “Azorín” como cultivadores anteriores que, en manos de Ortega, logra desprenderse de residuos de otros géneros, epístola o comentario, para constituirse en entidad independiente, ágil, perfectamente apta para sus fines. [...]
Elemento típico de la manera orteguiana es el uso de la metáfora, no sólo como ornato, sino como instrumento que permite aclarar aspectos o matices intelectuales o sensibles cuya expresión conceptual pura sería deficiente o ineficaz. (Señalemos, de pasada, que a Ortega se deben algunos de los más penetrantes estudios modernos sobre la metáfora.) [...]
Ortega ha pensado sobre bastantes cosas, pero el mayor volumen de su influencia se concreta en lo puramente literario. Sus ideas sobre el estilo, sobre las formas, sobre los géneros, además de suponer una formación estética inusitada, implica una dosis importante de pensamiento personal. [...]
Deliberadamente hemos excluido de la anterior breve antología las ideas de Ortega sobre la novela, no por menos importantes, sino precisamente porque en diversas ocasiones, teóricas y críticas, las ha desarrollado el escritor con amplitud mayor y excepcional empeño. Digamos de antemano que, cualquiera que sea la opinión que se tenga sobre ellas, constituyen la única teoría completa elaborada sobre el género novelesco en lengua española, y una de las pocas de calidad y altura de que disponemos, en cualquier idioma. [...] Por lo que a las Ideas sobre la novela se refiere, bien las contenidas en el ensayo de este título, bien las expuestas en la crítica sobre Baroja, en Meditaciones del Quijote y en otras ocasiones, nuestra conformidad es absoluta. Se trata, creemos, de la mejor anatomía de un cuerpo literario realizada en nuestro tiempo y en nuestra lengua. Quizá nuestra única objeción se refiera a la tesis del agotamiento del género. [...]
Seductor, fascinante: eso es el estilo verbal de Ortega. Supone la renovación acometida por los estilistas del 98, pero en muy breve medida. Quizá no haya sido en ellos, sino en los prosistas franceses más redondos y maduras, Chateaubriand, Renán, Maurice Barrés, acaso también en Max Scheller, donde Ortega ha buscado sus modelos. Lo cual no implica, ni afrancesamiento estilístico, ni imitación. Los ingredientes verbales, las fórmulas gramaticales orteguianas no pueden ser más españolas, si bien el buceador de lo castizo perderá el tiempo si busca en estas páginas ritmos, vocablos, frases o construcciones calcadas o simétricas de la prosa clásica.
Señalemos en un principio –años de aprendizaje– la tendencia al párrafo corto, a la frase breve. En las primeras obras granadas de Ortega, esta tendencia se ha superado, y ya se acusa claramente la preferencia por el párrafo largo, si bien nada oratorio, y por la frase de ritmo ancho. Apunta también la característica elección de vocablos y –lo que nos parece igualmente característico– la elección de sentidos insólitos de vocablos de uso corriente, así como también el uso metafórico de adjetivos. La plenitud de este estilo la encontramos, verbigracia, en El origen deportivo del Estado. Pero no cristaliza en estas fórmulas, sino que, tras alguna vacilación, o, más bien, tras alguna concesión a la moda vanguardista (vid. a este respecto el ensayo sobre la poesía de Góngora), una nueva fórmula de plenitud, cuyo carácter estriba en el uso elegante de modos populares, y aun plebeyos, de expresión, sucede a la anterior: fórmula que creemos culminante en el prólogo a la Vida del capitán Alonso de Contreras; ensayo éste, a nuestro parecer, el más perfecto y equilibrado de cuanto Ortega escribió en su vida, donde la maestría intelectual y literaria se integran en una fórmula insuperable de sencillez y gracia.
Estilo rico, brillante, capaz de la ironía, de la gravedad científica, de la emoción (incluso sentimental), y también de la agudeza, de la indignación y del denuesto. Veamos a Ortega el gran maestro de la prosa española contemporánea, ejercida en uno de los pocos géneros que permiten la lujuria verbal: el ensayo. [...] Pero no podemos menos de consignar con alegría que, en la historia de la literatura en lengua castellana, Ortega y Gasset representa uno de sus más grandes hitos. Con vocablo que le fue grato, una de sus más gallardas y cumplidas peripecias.»
[Torrente Ballester, Gonzalo: Panorama de la literatura española contemporánea. Madrid: Guadarrama, 1961, vol. 1, p. 248-255]
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