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La
disgregación del mundo medieval (comp.) Justo Fernández López Historia de la literatura española
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El siglo XV y la formación del Imperio
El siglo XV es una centuria básica para la ulterior evolución de la historia de España. Las contradicciones del feudalismo medieval aumentan considerablemente, el feudalismo está en descomposición notable. La nueva clase burguesa introduce las nuevas ideas del humanismo, ideas que trabajan disgregadoramente en la vieja coherencia religiosa medieval. Las predicaciones populares franciscanas provocan un mesianismo profético, rebelde y colectivista. Los progromos antisemitas del 1391 hacen aumentar el número de “conversos“, que se hace minoría tan poderosa como odiada.
Los judíos disminuyen hasta su expulsión en el 1492. Continúa la lucha por el poder entre la oligarquía nobiliaria y la Corona. La dinastía Trastamara se defiende impotente contra las ambiciones y excesos de los aristócratas. Los conversos y mercaderes forman una clase media frente al latifundismo oligárquico. El reinado de Juan II (1406-1454) está caracterizado por la figura del condestable Álvaro de Luna, defensor de los intereses de comerciantes y conversos y enemigo de la Nobleza. Al ser degollado públicamente en Valladolid, sufre la nueva clase una derrota.
Con el reinado de Enrique IV (1454-1474) alcanza el poder de los nobles su punto máximo; la monarquía continúa degradándose. La oligarquía nobiliaria y eclesiástica, dueña de los latifundios, rentas y cargos, controla la vida económica del país a través de sus agentes judíos.
En 1474 sube al trono de Castilla Isabel de Castilla, hermana de Enrique IV, y casada desde 1469 con Fernando de Aragón. Con los Reyes Católicos comienzan a sentarse las bases para un estado moderno y centralista. Las Cortes de 1476 señalan la tendencia autoritaria de Isabel. El Concilio de 1478, establece la supremacía del Estado sobre la Iglesia. En las Cortes de 1480, la Corona desposee a la oligarquía de la mitad de sus rentas a favor de los campesinos vasallos, buscando así el apoyo popular contra la aristocracia. Entre 1480-1481 se estable la Inquisición, recibida hostilmente por la nobleza, convirtiéndose pronto en eficaz instrumento de represión de toda clase de disidencias.
En el 1492 tiene lugar el fin de la Reconquista, con la toma de Granada por los Reyes Católicos. Luego vendrá el descubrimiento de América; la expulsión de los judíos no convertidos; la aparición de la primera gramática de la lengua castellana redactada por Antonio de Nebrija con el fin de consolidar el imperio unificándolo lingüísticamente.
Este imperio centralista, absolutista y con tendencia a la intolerancia, lleva en sí ya el germen de su destrucción y está lleno de contradicciones, que aparecerán reflejadas de forma brutal en La Celestina (1499) y de forma más clara cincuenta años más tarde en la primera obra de la picaresca, en el Lazarillo de Tormes (1549).
En cuanto a las contradicciones hay que destacar la existencia en el seno de la sociedad española de una minoría de ciudadanos de origen judío: los conversos, que constituyen la crema de la nueva clase burguesa, aunque en la lucha entre la Corona y la Nobleza sirvan a una y a otra indistintamente. La expulsión de los judíos y la discriminación de los conversos, sometidos a vigilancia y persecución por la Inquisición, supone una crisis económica para el país en el momento en que parecía estar ante las puertas de un esplendor económico. El sultán Bayaceto, al recibir a los judíos expulsados de España, exclamó: “¿Este me llamáis rey político, que empobrece su tierra y enriquece la nuestra?”.
Así tenemos en el siglo XV el conflicto entre la Corona y la Nobleza, por un lado, y el auge de la burguesía por otro, con una nueva mentalidad de economía monetaria. El grupo converso-burgués y el gran sentimiento popular antisemita forma una ideología mítica de casticismo hispano con una creencia irracional en el destino y misión divina de su Historia y cultura. Consecuencia de este casticismo es la limpieza de sangre, el honor, el antiintelectualismo, el horror al comercio y a las profesiones “mecánicas”, actividades todas ellas propias de las castas, religiones y pueblos expulsados (“los invasores” contra los que luchó la Reconquista).
Esta ideología cuasi mesiánica provocará la formación de un gigantesco imperio moderno, pero la insistente acción corrosiva de unos agentes autodestructores llevará a este Imperio a sucumbir bajo sus propias contradicciones internas, que muy bien veremos reflejadas en su producción literaria más tarde.
Del amor cortés a la tragicomedia amorosa de
Calisto y Melibea – La Celestina
Bajo el auge de la economía mercantil y monetaria de una clase burguesa, entra ya en el siglo XIV el feudalismo en crisis aguda. Con ello desaparece la épica. Tras la descomposición de la épica, surge el romance, un verso octosilábico representativo de la poesía española de todos los tiempos. EL gran auge del romancero ocurre en la segunda mitad del siglo XV. La aparición de la imprenta aseguró su pervivencia a nivel culto.
Características comunes a los romances son:
narrador objetivo e impersonal
emocionalismo implícito no desarrollado
ausencia de moralizaciones religiosas
finales trágicos
forma dialogada de intenso dramatismo
El romancero es la manifestación artística del feudalismo en descomposición. El hombre ya no está seguro ni integrado en un orden social coherente. A la unidad orgánica sucede la fragmentación múltiple de la realidad. El héroe del romancero está solo, en un mundo conflictivo y problemático en el que tiene que luchar por sobrevivir, en un mundo que le es ajeno, incomprensible y hostil por haber perdido su unicidad.
El héro del romancero yerra; el amor, única vía de escapar a la soledad enajenante, resulta inalcanzable. Es un género laico, arreligioso, donde las relaciones con Dios han sido sustituidas por las relaciones con la Naturaleza. El hombre necesita ayuda, explicaciones, signos (sueños, agüeros, símbolos). Símbolos que ahora suelen funcionar de manera engañosa, no dando explicación clara de la realidad.
El uso de símbolos en el romancero es complejo y polivalente: colores, números, mar, agua, flores, prados, jardines, montañas y animales. El pasado es algo irrecuperable, el futuro una esperanza fallida; lo importante es lo que se hace en el tiempo, en el presente: hay que vivir en el presente (como ocurre en La Celestina), hay que actuar y actuar rápidamente. La incomunicación es a veces total, incluso dentro del marco amoroso.
El amor como relación es el medio de recuperar la unidad perdida (cósmica y personal). El amor es capaz de prodigios asombrosos. Los héroes del romancero, sin embargo, no saben amar a tiempo y se quedan al final solos, frustrados e impotentes; siguiendo a la búsqueda de ese amor libertador, pero en el fondo aún a la búsqueda de sí mismos, de la armonía universal. Amor deseado y no hallado; amor encontrado y no reconocido como tal hasta demasiado tarde; amor obstaculizado y trágico; intentos de comunicación fallidos por culpa propia o por equivocaciones.
El romancero es la historia de una frustración y de un extrañamiento, la del ser humano en un momento de crisis religiosa y política. Es la historia de hombres y mujeres modernos. Del hombre total y héroe colectivo de la canción de gesta se pasa al hombre fragmentado e individualizado de la novela sentimental y del Romancero, literatura que culminará a finales del siglo XV en La Celestina.
El amor cortés es producto de la sociedad provenzal de los siglos XI-XIII, de la clase feudal. Las rígidas teoretizaciones del amor cortés corresponden a las teoretizaciones unificadoras de la escolástica. Es un amor formalizado en reglas de honor, valentía, fidelidad, servicio feudal, etc. El amor se identifica con el servicio; el amante, con el vasallo, y la dama, con el señor. Es un amor formalizado, equivalente al formalismo de todos los órdenes de la vida medieval, impuesto por la aristocracia.
En Castilla no llega a tener este amor desarrollo hasta el siglo XV, después de haber penetrado en la lírica galaico-portuguesa y catalana.
Características de este amor cortés:
§ la dama es perfecta
§ no se trata generalmente de un matrimonio
§ la consecución sexual es el fin del amante
§ el logro sexual es imposible; como resultado, tragedia y frustración
§ se utilizan temas y léxico religiosos con fines eróticos
La dama es una transposición de la Virgen María. La sociedad feudal es una sociedad monógama, como lo será la burguesa. El matrimonio es un contrato, un acto político-económico en el que el interés del clan familiar es el factor decisivo y en el que el “amor” no tiene papel alguno. La Iglesia ataca al amor incluso dentro del matrimonio: la pasión amorosa contamina el sacramento. El amor cortés no es un amor conyugal, sino adúltero, tanto sea purus como mixtus. Es una vía de escape – formalizada, convencionalizada y neurotizada – de la rigidez social y de la falta de auténticas relaciones amorosas en el matrimonio feudal.
Pues bien, en la Castilla del siglo XV, aparece una corriente literaria antifeminista y misógina, en la que el rebajamiento de la mujer alcanza límites insospechados. En este siglo tenemos tres posturas frente al amor:
§ la de los feministas tradicionales como Álvaro Luna con su Libro de las virtuosas y claras mujeres;
§ la de los antifeministas como el arcipreste de Talavera con sus Coplas de maldecir de mujeres;
§ un tercer grupo ecléctico que critican a unas mujeres y alaban a otras, como Fray Íñigo de Mendoza con sus Coplas en vituperio de las malas hembras e en loor de las buenas.
La Celestina presenta la cuestión de forma dialéctica: Calixto se muestra decidido feminista y su criado Sempronio feroz enemigo de las mujeres.
La Celestina
Comedia de Calisto y Melibea
(1499, Burgos)
Nota fundamental de los nuevos héroes es el intimismo, la subjetividad y el individualismo, enfrentados con una realidad exterior incomprensible para ellos, ajena y hostil, en cuyo horizonte vital ha desaparecido la religión medieval. El amor es una forma de salir de la alienación y aislamiento personal. Pero el héroe estará atrapado entre los convencionalismos caducos del amor cortés, una realidad vital y erótica que busca la comunicación y unas nuevas leyes y costumbres sociales rígidas, producto del nuevo orden social centralizador.
Resultado de este conflicto es la fragmentación y destrucción trágica de los héroes. En esto es el tema de La Celestina semejante al del Romancero.
En 1499 aparece en Burgos una obrita anónima destinada a ser uno de los clásicos de la literatura universal, la Comedia de Calisto y Melibea, más bien tragicomedia, más conocida por La Celestina. En 1501 aparece una edición en Sevilla con el nombre del autor: Fernando de Rojas, que confiesa que el I acto fue escrito por mano ajena. En 1502 aparece otra edición ahora con el título de Tragicomedia de Calisto y Melibea con novedades en el texto, este texto es el que definitivamente pasa a la historia con el también definitivo de La Celestina.
Todos los posibles coautores eran conversos. Fernando de Rojas era también converso. Estaba casado con mujer conversa. Estudió leyes en Salamanca y fue condiscípulo de Hernán Cortés. El espíritu humanista de Rojas se manifiesta en los fondos de su biblioteca: Ovidio, Séneca, Apuleyo, Petrarca, Boccaccio, Castiglione, Erasmo. Las fuentes de La Celestina corresponden a esta biblioteca: Petrarca, la novela sentimental y la comedia humanística. Otros dos elementos son la problemática del converso y la sociedad castellana del siglo XV.
El argumento es sencillo:
El joven y rico Calisto se enamora de Melibea, una joven hija de poderosos burgueses de la ciudad. Consigue los favores de la dama por la intermediación de la vieja Celestina – cuyo nombre ha pasado a ser indicativo de la profesión. Cierta noche, tras la visita clandestina y gozosa al jardín de Melibea, Calisto muere al caer de las tapias del huerto. Melibea se suicida, incapaz de vivir sin su amante.
Calisto y Melibea son jóvenes y ricos, sin embargo, no piensan en el matrimonio, solución “normal” para sus afanes. Rojas parece que ha querido presentar las dificultades que existían entonces para casarse conversos con “cristianos viejos”. Todos los personajes de La Celestina están conscientes de su valor personal, excepto Calisto (el converso). “Las obras tienen linaje, que al fin, todos somos hijos de Adán y Eva. Procure ser cada uno bueno por sé e no vaya a buscar la nobleza de sus pasados”. Pero una cosa es lo que los personajes piensan y sienten, y otra muy distinta lo que pueden hacer con sus vidas: el querer ser de un modo y tener que ser de otro, es conflicto claro en el siglo XV.
El contacto con este mundo social que pone dificultades a la realización del deseo lleva a los personajes a la alienación. A pesar de ello, los personajes de La Celestina viven empujados por la voluntad de vivir, lo que les lleva a actuar con intensidad. Los personajes viven de prisa – Calisto muere por su salida arrebatada del jardín de Melibea. Al lado de este impulso por vivir, está como correlato la angustia por el tiempo perdido.
La temática de la tragicomedia es la amorosa; el amor es la única vía de salvación, como en el Romancero. Pero en La Celestina se presenta esta temática de forma crítica y corrosiva: Melibea se entrega conscientemente a Calisto, pero éste no está a su altura humana. Celestina: “¿Para qué me tocas en la camisa? Holguemos e burlemos de otros mil modos que yo te mostraré; no me destroces ni maltrates como sueles”. A lo que Calisto responde brutalmente: “Señora, el que quiere comer el ave, quita primero las plumas”.
Rojas destruye en La Celestina todas las exquisiteces aristocráticas e hipócritas del amor cortés; por otro lado, critica la cosificación del amor y el sexo. Todos los personajes de La Celestina cosifican y utilizan a los demás, excepción hecha de Melibea.
La obra es producto del choque entre el mundo medieval en descomposición y el renacentista: entre el amor cortés y el amor erótico sensual. Destruye todo valor tradicional establecido, en decadencia, al mismo tiempo que niega el nuevo sistema de “valores” (dinero: el padre de Melibea ante su muerte dice “¿para qué he adquirido la riqueza que poseo ... a quién podré legarla?”).
En La Celestina no hay futuro, el pesimismo es nihilista: el padre de Melibea cierra la obra con las palabras: “¿Por qué me dejaste triste e solo in hac lacrymarum valle?”
Inhumana, fría e impasible queda al final de la obra en pie solamente la simbólica ciudad castellana en que Fernando de Rojas ha hecho vivir y morir a sus héroes.
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