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La novela del dictador

(comp.) Justo Fernández López

Historia de la literatura hispanoamericana

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 La novela del dictador

La novela política en Hispanoamérica

Pequeña es la diferencia que separa esta corriente de la social, indigenista o revolucionaria, pero su dirección está bien definida. Da testimonio de la virulenta realidad política de la América hispana, con una decidida voluntad de reforma. La temática, además, ofrece mucho material novelístico: aventuras, conspiraciones, corrupciones, etc.

El dictador

Dictador era el título otorgado en la antigua Roma a un magistrado escogido por el Senado y ratificado por los comicios curiados en situaciones de excepcionalidad o emergencia. Era una magistratura con poder ilimitado. En casos de guerra o de emergencia, el Senado romano nombraba a una persona con poderes ilimitados por un tiempo de seis meses.

El primer nombramiento de este tipo fue hecho en el 501 a.C.; el último dictador fue nombrado durante la II Guerra Púnica en el 216 a. C. En los últimos años de la República, determinados políticos romanos se proclamaron dictadores para asumir potestades que la legalidad colegiada existente no permitía. La dictadura del general Lucio Cornelio Sila duró desde el 82 hasta el 79 a.C.; Julio César ejerció como dictador vitalicio desde el 45 a.C. La figura del dictador fue abolida tras su muerte en el año 44 a.C.

El dictador gobernaba por lo general durante seis meses y ejercía como magistrado superior del Estado. La jurisdicción civil seguía en manos de magistrados ordinarios, subordinados al dictador, cuya jurisdicción militar estaba limitada al territorio itálico. Según Cicerón, el cargo fue creado en un principio para responder a los disturbios civiles entre patricios y plebeyos, así como para que el Estado tuviera una autoridad máxima definida y única en tiempos de guerra.

«La dictadura debía durar poco tiempo, porque el pueblo obra por arrebato y no premeditadamente, y el dictador se nombraba para un solo negocio, no siendo ilimitada su autoridad sino en lo que a él atañía, pues no se creaba aquella magistratura sino para casos imprevistos.» [Montesquieu]

En el pensamiento contemporáneo, la dictadura no tiene el claro sentido que tuvo en Roma. La dictadura se entiende como un sistema político en el que el poder se ejerce de forma absoluta, la mayoría de las veces concentrado en una sola persona, y otras en un pequeño grupo. Dictador es aquel gobernante que ha asumido de una forma absoluta todo el poder del Estado, prescindiendo de los valores generalmente aceptados del sistema democrático de representación.

En Hispanoamérica las dictaduras se caracterizan por el poder absoluto de una persona, por la censura a la prensa, por el exilio o la cárcel para los opositores al régimen y por el control policiaco.

Desde la independencia, los países de Hispanoamérica han estado sujetos a regímenes autoritarios tanto de derecha como de izquierda, fruto de una historia colonial en que un grupo dominaba al otro. Ante esta larga historia, no es sorprendente que se escribieron tantas novelas «sobre dictadores individuales, o sobre los problemas de la dictadura, del caudillismo, caciquismo, militarismo y similares».

El legado del colonialismo es uno de conflictos raciales, que a veces empujan una autoridad absoluta a levantarse para contenerlos y así nace el tirano. Buscando un poder ilimitado, los dictadores a menudo modifican las constituciones y revocan las leyes que impiden su reelección.

Características del dictador

El dictador se rige como único salvador de la patria, imprescindible para la buena marcha de la nación. Se cree que ha sido puesto allí por el destino (“por la gracia de Dios”) para salvar a la patria de los enemigos. “No necesito de ningún lenguaraz que traduzca mi ánima al dialecto divino. Yo almuerzo con Dios en la misma fuente” [Yo el Supremo].

Desmesurada vanidad y egolatría. Dice vivir para el pueblo, pero exige del pueblo que muera “por la patria”, con la que el dictador se identifica. El dictador en general se declara defensor de los intereses de la nación y del pueblo. Otro aspecto político del dictador es su fingido patriotismo. 

Delirio de grandeza y narcisismo desmesurado: se cree omnipotente e invencible.

Impasibilidad ante la muerte ajena. La muerte es un instrumento de poder para “erradicar a los enemigos de la patria”.

Sobrevalora su poder y desprecia las personas de su entorno, sin reconocer que depende de su ayuda para mantenerse en el poder. Su despotismo lo convierte en un ser solitario que no puede compartir poder con nadie.

Se dirige al pueblo con un lenguaje retórico, simplista, apelando siempre a la paranoia: “tenemos que estar vigilantes ante los enemigos de la patria”. La supresión de las libertades individuales y de la libertad de opinión impide cualquier clase de oposición política.

Característica de las dictaduras hispanoamericanas es el apoyo, consejo y orientación que reciben de la fuerza militar y del servicio secreto americano para llevar a cabo sus campañas contra toda clase de rebeliones. Esta colaboración va acompañada de contrapartidas económicas.

El dictador elabora un relato mítico sobre la nación para poder legitimar su mantenimiento en el poder.

Otra característica de las dictaduras que ponen de manifiesto las novelas de dictador en Hispanoamérica es el nepotismo: desmedida preferencia que dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos.

En el terreno de la ficción los dictadores adquieren ciertas características específicas: pueden fundarse sobre un personaje histórico, o, como en El otoño del Patriarca, de la suma de varias identidades que producen una nueva. Por tanto, se gana en cuanto a la penetración psicológica del personaje, entonces el dictador, «no es ya más una sombra impalpable, sino una realidad viva, brutal y sangrante, situada en el mismo centro de gravedad de la obra artística».

Las excentricidades de la vida de los dictadores, así como la brutalidad del abuso de poder que ejercen ha determinado la figura del dictador en la novela. De ahí que García Márquez haya considerado al dictador como el verdadero «animal mitológico» que ha producido América Latina.

Dictadores hispanoamericanos siglos XIX-XX

Dictadores históricos que han inspirado a los autores latinoamericanos a escribir novelas con el tema del dictador hispanoamericano.

Argentina

 

Juan Manuel de Rosas (1793-1877) fue gobernador de Buenos Aires (1829-1832; 1835-1852) y principal dirigente de la que habría de ser considerada, de hecho, Confederación Argentina (1835-1852).

Rosas estableció un régimen dictatorial, con una amplia red de espionaje y una constante presencia de la policía secreta, que propició que en 1840 fueran ya muy pocos los dispuestos a enfrentársele. Tras autoproclamarse “tirano” en 1842, lo que le otorgó pleno dominio sobre todo el territorio de la Confederación, su retrato pasó a estar presente en todos los lugares públicos.

En 1843 intervino en la guerra civil de la vecina Uruguay (la denominada Guerra Grande), suscitando el temor ante un posible expansionismo argentino. Gran Bretaña y Francia tomaron represalias, imponiendo bloqueos a Buenos Aires (1838-1840 y 1845-1850), pero Rosas perseveró en sus intenciones.

En 1851, Justo José de Urquiza, antiguo partidario de Rosas y gobernador de la provincia de Entre Ríos, lideró contra su gobierno una rebelión de carácter centralista (unitaria) que contó con el respaldo de Brasil y Uruguay. Derrotado por las tropas de Urquiza en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852), Rosas hubo de exiliarse. Falleció 25 años más tarde en Swathling (en las proximidades de la ciudad inglesa de Southampton, en el condado de Hampshire, Gran Bretaña).

México

 

Porfirio Díaz (1830-1915) fue presidente de la República (1876; 1877-1880; 1884-1911). Su dilatado ejercicio del poder ha dado nombre a un periodo de la historia de México conocido como porfiriato.

Díaz no alcanzó la presidencia de México frente a Juárez en 1867, ni tampoco en 1871. Después de cada derrota encabezó sendas e infructuosas rebeliones militares, mediante las que pretendía alcanzar el poder. Una amnistía otorgada en 1872, tras la muerte de Juárez, le permitió regresar a la legalidad.

En 1876 protagonizó una prolongada serie de acciones militares que, iniciadas con la proclamación del Plan de Tuxtepec, acabaron con el derrocamiento del presidente Sebastián Lerdo de Tejada. Él mismo asumió la presidencia de la República el 23 de noviembre de ese año. Un mes más tarde abandonó momentáneamente el cargo, nombrando a Juan Méndez de forma interina, para combatir a José María Iglesias, quien, a su vez, se había erigido en presidente de la República en la ciudad de Salamanca. En febrero de 1877 recuperó la jefatura del Estado de manos de Méndez, y poco después fue elegido presidente por vez primera.

Según la Constitución mexicana, Díaz no podía permanecer en la presidencia durante dos mandatos consecutivos, por lo que tuvo que renunciar en 1880 aunque continuó brevemente en el gobierno de su sucesor, Manuel González, como secretario (ministro) de Fomento (diciembre de 1880-mayo de 1881); y entre 1881 y 1883 desempeñó el cargo de gobernador del estado de Oaxaca. Fue reelegido presidente de la República en 1884 y consiguió la aprobación de una enmienda a la Constitución que permitía la sucesión de mandatos presidenciales, permaneciendo en el poder hasta 1911, luego de ser elegido de nuevo en 1888, 1892, 1896, 1900, 1904 y 1910. Su régimen estuvo marcado por logros importantes, pero también por un gobierno severo.

Aunque en 1908 anunció que no volvería a presentarse a la reelección, dos años más tarde consiguió proclamarse ganador de los comicios presidenciales. No obstante, la publicación del Plan de San Luis en octubre de 1910 significó el comienzo de la que habría de dar en llamarse Revolución Mexicana, encabezada inicialmente por el fundador del Partido Antirreleccionista Francisco I. Madero, quien había sido detenido durante la campaña de los comicios presidenciales de 1910, a los que se había presentado como el principal oponente del régimen.

Tras la conquista de Ciudad Juárez por los revolucionarios, Díaz se vio obligado a renunciar al cargo pocos días después, el 25 de mayo de 1911. Fue sucedido de forma interina por su secretario de Relaciones Exteriores, Francisco León de la Barra, y seis días más tarde abandonó el país. Exiliado, falleció el 2 de julio de 1915 en París.

Venezuela

 

Cipriano Castro (1859-1924) fue presidente de la República de Venezuela (1899-1908). Accedió al poder después de invadir Venezuela desde la ciudad fronteriza de San José de Cúcuta (Colombia) como jefe de la llamada “Revolución Liberal Restauradora”. Cruzó el río Táchira el 23 de mayo de 1899 y tras una arrolladora campaña militar llegó el 22 de octubre a Caracas, de donde había huido el presidente Ignacio Andrade. Los éxitos obtenidos a lo largo del trayecto aumentaron su prestigio y ascendiente, ya grande en los medios políticos desde sus fogosas intervenciones como diputado en el Congreso de la República.

A su ejército, que originalmente protagonizó la denominada “invasión de los sesenta”, se sumaron las tropas del general José Manuel Hernández (el Mocho) que habían combatido a Andrade, y otras que se unieron al avance victorioso del caudillo. Castro asumió la presidencia de la República ese mismo año y, una vez en el poder, no contó con sus compañeros de invasión, sino que ratificó en sus cargos a algunos de los ministros de Andrade. También incluyó en su gabinete al ex presidente Andueza Palacio y a destacados “anduecistas”, traicionando el lema principal de su campaña: 'Nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos'.

La Asamblea Nacional Constituyente de 1901 eligió a Castro presidente constitucional, y como segundo vicepresidente a Juan Vicente Gómez, segundo jefe de la campaña de Castro, en cuya financiación había colaborado. El gobierno de Castro se caracterizó por la arbitrariedad. Hubo de hacer frente a diversas sediciones internas como la denominada “Revolución Libertadora”, encabezada por el banquero Manuel Antonio Matos, que supuso una verdadera guerra civil (1901-1903) y al bloqueo de algunas potencias europeas (1902-1903).

Debido a una enfermedad, se dirigió a París (Francia) el 24 de noviembre de 1908. Tras su marcha, el vicepresidente Gómez dio un golpe de Estado, que se consumó el 19 de diciembre de ese año, y prohibió su regreso al país.

Juan Vicente Gómez (1857-1935) fue presidente de la República (1908-1913; 1922-1929; 1931-1935) y máximo dirigente del país desde 1908 hasta 1935.

Nació en la hacienda La Mulera, cerca de San Antonio de Táchira, el 24 de julio de 1857. Siguió estudios muy rudimentarios y por breve tiempo. A la muerte de su padre, Pedro Cornelio Gómez (1883), se dedicó al comercio y a la ganadería. En 1888, conoció a Cipriano Castro, entonces gobernador de Táchira (el estado natal de ambos), quien pronto le hizo su compadre. Cuatro años más tarde, en calidad de comisario de Guerra y con el rango de coronel, actuó con Castro en defensa del gobierno de Raimundo Andueza Palacio, quien finalmente fue derrocado, en 1892, por la denominada revolución legalista. Tras siete años de exilio cerca de San José de Cúcuta, se sumó a la revolución liberal restauradora que llevó a Castro al poder en 1899. Cumplida la misión de pacificar el estado de Táchira, se enfrentó victoriosamente a la conocida como revolución libertadora (1902), hasta acabar con ella, lo que le dio un inmenso prestigio militar.

Desde el 19 de diciembre de 1908 (cuando se consumó el golpe de Estado que le habría de otorgar poderes especiales al margen de los previstos por la Constitución de 1904) y hasta el día de su muerte, Gómez gobernó de forma dictatorial, tanto en sus tres mandatos presidenciales, como en aquellos intervalos en los que la presidencia de la República fue ejercida provisionalmente por políticos afines: tal fue el caso de los periodos que se extendieron desde 1913 hasta 1914, en el que ejerció el cargo presidencial José Gil Fortoul; entre ese último año y 1922, durante el cual tras ser reelegido Gómez presidente no llegó nunca a tomar posesión del cargo, perpetuándose el ‘régimen gomecista’ en la persona de Victorino Márquez Bustillos; y el transcurrido desde 1929 hasta 1931, en el cual Juan Bautista Pérez desempeñó el máximo cargo constitucional del país.

Guatemala

 

Manuel Estrada Cabrera (1857-1924) fue presidente de la República de Guatemala (1898-1920). En 1885 entró a formar parte de la Asamblea Nacional y siete años más tarde se convirtió en ministro de Estado del gobierno del presidente José María Reina Barrios. Cuando éste fue asesinado a principios de 1898, Estrada Cabrera fue nombrado presidente provisional y, a finales de ese mismo año, resultó elegido presidente constitucional de la República. Durante su primer mandato actuó de acuerdo con la Constitución, pero después reformó ésta con el fin de lograr un poder permanente y asegurarse la reelección al final de cada presidencia, lo que logró sucesivamente en 1904, 1910 y 1916.

Estableció un auténtico régimen dictatorial cuyos principales valedores eran el Ejército y la policía secreta. Aunque al principio impulsó el desarrollo económico, la economía guatemalteca se fue deteriorando poco a poco, al mismo tiempo que crecía su fortuna personal. Finalmente, en 1920 su gobierno fue derrocado por un movimiento revolucionario que llevó a la presidencia provisional de la República a Carlos Herrera y Luna. 

Jorge Ubico Castañeda (1878-1946) fue presidente de la República (1931-1944). Tras participar en el derrocamiento del presidente Carlos Herrera y Luna (1920-1921), desempeñó el ministerio de la Guerra. Fue candidato presidencial en las elecciones de 1922 y 1926, pero en ambas ocasiones fue derrotado. Elegido finalmente en las elecciones de 1931, prorrogó su mandato hasta 1944, fecha en la que fue derrocado por un movimiento cívico-militar. Durante sus 13 años de gobierno dictatorial, suprimió las libertades políticas e individuales y dio importantes concesiones a los terratenientes locales y a las compañías extranjeras, en particular a la United Fruit Company estadounidense. Falleció en 1946 en Nueva Orleans.

Cuba

 

Gerardo Machado y Morales (1871-1939) fue presidente de la República (1925-1933). Sirvió como general durante la guerra de Independencia cubana (1895-1898) contra el dominio español y más tarde se convirtió en un destacado hombre de negocios. Miembro del Partido Liberal, en 1912 fundó el Partido Popular; la coalición de ambos grupos en 1924 propició su elección como presidente de Cuba al año siguiente, con un programa que prometía numerosas reformas. Fue reelegido en 1928 y trató de mejorar la economía, sin demasiado éxito, mediante proyectos de obras públicas, financiados con préstamos extranjeros. Su poder, tras una reforma de la Constitución que reforzó el ejecutivo, se hizo cada vez más dictatorial, consolidando su situación mediante la persecución de la oposición. La caída de la Bolsa de Nueva York en 1929 y la consiguiente crisis económica, incrementaron su impopularidad. La revolución que tuvo lugar en 1931 y estuvo encabezada por dirigentes de la oposición, entre los que se encontraba el futuro presidente provisional de la República Carlos Mendieta Montefur, fue brutalmente reprimida, iniciándose así una época de terror. En agosto de 1933, una huelga general promovida por el Partido Comunista, la pérdida del apoyo del Ejército, y la presión ejercida por el gobierno estadounidense del presidente Franklin D. Roosevelt, obligaron a Machado a exiliarse.

Fulgencio Batista (1901-1973) fue presidente de la República (1940-1944; 1952-1959). En 1933 dirigió el golpe de Estado que derrocó al presidente Carlos Manuel de Céspedes y Quesada, que había sucedido al dictador Gerardo Machado y Morales a principios de ese mismo año. Durante el primer régimen del presidente Ramón Grau San Martín, Batista se convirtió en jefe supremo del Ejército y, como tal, se hizo con el control del gobierno cubano; en 1934 obligó a Grau a dimitir. Batista controló el poder efectivo del país a través de varios presidentes, en cuyas elecciones y destituciones influyó decisivamente, hasta su elección como tal en 1940. Durante los cuatro años de su primer mandato llevó a cabo varias reformas sociales, sin embargo, en 1944, el candidato que él había elegido para la presidencia fue derrotado por Grau, y durante los ocho años siguientes Batista permaneció en un segundo plano. En 1952 apartó del poder al presidente Carlos Prío Socarrás mediante un golpe militar, asumió las jefaturas del Estado y del Ejército y suspendió la Constitución; fue ratificado en el cargo mediante unas elecciones fraudulentas celebradas en 1954. Sus excesos dictatoriales, apoyados por Estados Unidos, cuyos intereses económicos en Cuba protegió, provocaron diversos levantamientos, que culminaron con la Revolución dirigida por Fidel Castro, quien finalmente derrocó al gobierno de Batista el 1 de enero de 1959. Batista pasó el resto de su vida en el exilio y murió en España.

Perú

 

Luis Sánchez Cerro (1889-1933) fue presidente de la República (1930-1933). Participó en la revolución militar que depuso al presidente Guillermo Billinghurst (1912-1914). En 1930 encabezó el movimiento de insurrección que depuso a Leguía. Organizó y presidió la Junta de Gobierno, que convocó elecciones en noviembre de 1931. Favorecido por unos resultados polémicos, alcanzó la presidencia, aunque con la resistencia de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que no admitió su victoria electoral. El gobierno reprimió duramente a los disidentes, pero no pudo evitar que Sánchez Cerro fuera asesinado en un atentado en 1933 en Lima.

Óscar Benavides (1876-1945) fue presidente de la República (1914; 1933-1939). Dirigió el golpe militar que derrocó a Guillermo Billinghurst en 1914 y presidió interinamente Perú hasta la elección de José Pardo Barreda. En 1930 intervino en el derrocamiento del presidente Augusto Bernardino Leguía y en la subida al poder de Luis Sánchez Cerro. Marchó a Europa y, vuelto a Perú en 1933, fue elegido presidente. En el interior, aplicó algunas mejoras de protección social, aunque hubo de reprimir con dureza la agitación promovida por la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA). Abandonó el poder en 1939, y fue nombrado embajador en España y Argentina.

Manuel Prado y Ugarteche (1889-1967) fue presidente de la República (1939-1945; 1956-1962). En 1914 colaboró al derrocamiento del presidente Guillermo Billinghurst (1912-1914). Después de ser elegido diputado en 1919, fundó el Partido de la Unión Parlamentaria. Se opuso a la dictadura de Augusto Bernardino Leguía (1919-1930) y estuvo exiliado en Europa desde 1921 hasta 1932. Fue elegido presidente de la República en 1939 y suscribió el Protocolo de Río de Janeiro (1942), poniendo fin a las rivalidades fronterizas con Ecuador. Volvió a la presidencia en 1956, con el apoyo de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) y la oposición del Ejército, que lo derrocó en 1962.

Manuel Arturo Odría (1897-1974) fue presidente de la República (1948-1956). En octubre de 1948, acaudilló el levantamiento militar de Arequipa y organizó una Junta Militar de Gobierno. En junio de 1950 convocó elecciones, que ganó, derrotando al candidato del APRA Víctor Raúl Haya de la Torre, hecho que generó la acusación de fraude. Durante su mandato ‘constitucional’ (1950-1956) ejerció el poder dictatorialmente y desarrolló un activo plan de obras públicas. Tras viajar a Estados Unidos fundó en 1961 su partido, la Unión Nacional Odriísta, que fue disuelto en 1970.

República Dominicana

 

Rafael Leónidas Trujillo (1891-1961) fue presidente de la República (1930-1938; 1942-1952) y verdadero jefe del Estado desde 1930 hasta 1961, aunque a veces la presidencia fuera ocupada por sus colaboradores. En 1930 tomó el poder, tras el golpe militar que depuso al presidente Horacio Vázquez. Al año siguiente, Trujillo organizó el Partido Dominicano, que controló la vida política dominicana durante las tres décadas siguientes. En ese tiempo, Trujillo fue dictador absoluto, con el título de generalísimo del Ejército.

Fue presidente desde 1930 hasta 1938 y desde 1942 hasta 1952, y Ministro de Asuntos Exteriores desde 1953 hasta 1961, y durante otros periodos, el poder fue ocupado por familiares o políticos afines a su persona.

En 1937, temiendo posibles infiltraciones desde Haití, envió tropas dominicanas a la frontera, donde fueron asesinados entre 10.000 y 15.000 haitianos. En 1960, su régimen fue censurado por la Organización de Estados Americanos (OEA), y le fueron impuestas sanciones económicas. Tras perder el apoyo del ejército, Trujillo fue asesinado el 30 de mayo de 1961 por un grupo de militares.

Paraguay

 

Alfredo Stroessner (1912-2006) fue presidente de la República (1954-1989), cuya prolongada dictadura apartó a Paraguay de la democracia durante 35 años. Hijo de un inmigrante alemán y de una campesina paraguayas e distinguió en la terrible guerra del Chaco, que desde 1932 hasta 1935 enfrentó a su país con la vecina Bolivia y causó decenas de miles de muertos y una grave crisis económica e institucional en ambos países. Al finalizar el conflicto, Stroessner recibió dos medallas de honor en premio a su actitud durante la contienda.

Ya con el empleo de general de división, el 5 de mayo de 1954 dirigió el golpe de Estado que derrocó al presidente Federico Chávez Careaga, asimismo dirigente del Partido Colorado y líder del sector democrático, el cual, durante su mandato, había restablecido en Paraguay las garantías individuales. El 14 de junio, la Junta de Gobierno nominó a Stroessner candidato presidencial por el Partido Colorado. Resultó elegido, sin oposición, el 11 de julio, y tomó posesión de la presidencia de la República el 15 de agosto de ese año 1954.

Stroessner sería reelegido jefe del Estado, siempre de forma fraudulenta y como único candidato, en 1958, 1963, 1968, 1973, 1978, 1983 y 1988. Apoyado en el Partido Colorado y en el Ejército, logró hacerse con el control absoluto del país, suprimió por la fuerza a la oposición y abolió la libertad de prensa.

El estricto control del Partido Colorado provocó, finalmente, la caída de Stroessner. El conflicto larvado entre partidarios de Stroessner y reformistas políticos, más tradicionalistas, no cesó. En la madrugada del 3 de febrero de 1989, una facción tradicionalista del Ejército dirigida por el general Andrés Rodríguez (consuegro de Stroessner) le depuso. Tras ese golpe militar, Stroessner huyó al Brasil, donde le fue concedido de inmediato asilo diplomático. 

Desde 1993, distintos tribunales paraguayos dictaron contra Stroessner diversas órdenes de búsqueda y captura internacional, así como de extradición, por presuntos delitos contra los derechos humanos. Falleció el 16 de agosto de 2006, en Brasilia.

Chile

 

Augusto Pinochet Ugarte (1915-2006) jefe del Estado (1973-1990). Hizo la carrera militar. Promocionado a teniente coronel en 1960, en 1963 fue nombrado subdirector de la Academia de Guerra, y en 1966 alcanzó el empleo de coronel. Ascendió a general de brigada, y fue nombrado comandante en jefe de la VI División, en Iquique. El 23 de agosto de 1973, fue nombrado comandante en jefe de las Fuerzas Armadas por el presidente, Salvador Allende, tras renunciar a dicho cargo Carlos Prats.

El 11 de septiembre de 1973 protagonizó el golpe de Estado que culminó con el derrocamiento y la muerte de Salvador Allende. Pinochet se convirtió en presidente de la Junta Militar de Gobierno, para luego, de forma sucesiva, acceder a los cargos de jefe supremo de la nación (27 de junio de 1974) y presidente de la República (17 de diciembre de 1974).

Hasta septiembre de 1974 se multiplicaron las ejecuciones y desapariciones de personas detenidas. El país vivió varios años en estado de sitio, con la supresión de las libertades ciudadanas básicas y un régimen de toque de queda. En abril de 1977, el gobierno decretó la disolución de todos los partidos políticos, y, el 9 de julio, en el célebre mitin del cerro Chacarillas, Pinochet planteó por vez primera un itinerario para la normalización de la vida política, según el cual el gobierno militar seguiría en pie hasta 1991.

En 1980, Pinochet accedió a los requerimientos de quienes, entre sus partidarios, deseaban establecer un marco constitucional claro para regularizar la situación política del país. Pinochet determinó con un estrecho círculo de confianza el texto definitivo de un proyecto constitucional que fue ratificado en un plebiscito el 11 de septiembre de 1980. 

Según la Constitución, en 1988 debía ratificarse el nombre propuesto por la Junta Militar para presidir el país durante ocho años a partir de marzo de 1989. En agosto de 1988, la Junta Militar se reunió y propuso unánimemente el nombre de Pinochet, fijándose para octubre el plebiscito para su elección presidencial. Desarrollado el 5 de octubre de 1988, su resultado le negó el derecho a prolongar su presidencia más allá de marzo de 1990, aunque se mantuvo en su cargo de comandante en jefe del Ejército.

El 16 de octubre de ese año 1998, fue detenido cuando se encontraba en un hospital de Londres (Reino Unido); el juez de la Audiencia Nacional española Baltasar Garzón había dictado un auto que ordenaba su prisión provisional e incondicional, “con fines de extradición.  El ministro británico de Interior, Jack Straw, autorizó el 15 de abril de 1999 la continuación del proceso y el tribunal encargado de decidir al respecto concedió el 8 de octubre de ese año su extradición a España. Pese a ello, el propio Straw decidió el 11 de enero de 2000 que Pinochet no se encontraba en condiciones físicas de someterse a juicio debido a su enfermedad y, por tanto, debía ser liberado. Pinochet regresó en libertad a Chile, tras haber pasado detenido más de 500 días en Londres. Falleció, el 10 de diciembre de 2006, en el Hospital Militar de Santiago.

En el año 2006 mueren dos de los tiranos más repudiados en América Latina: Alfredo Stroessner, el hombre que gobernó Paraguay con mano dura por más de 30 años, que falleció en un hospital de Brasil a los 93 años; y Augusto Pinochet, a los 91 años, sin ser condenado por ninguno de los múltiples crímenes de lesa humanidad y cargos de corrupción acreditados por los tribunales de justicia de su país y otras naciones.

Novela del Dictador como género literario

Tras la independencia del dominio español, los países que conformaban la colonia española quedaron a merced de las luchas frontales entre una oligarquía dominante descendiente de españoles y unas bases populares empobrecidas, compuestas por mestizos e indígenas. A consecuencia de esto se dieron continuos golpes de estado y se siguió imponiendo en los gobiernos la voluntad del rey, en el caso de España, y la influencia del dominio inglés y francés.

Más tarde la injerencia de Estados Unidos en la política interna de estos países impone en el poder figuras que garantizaban la protección de sus intereses. Surgen así las dictaduras en Hispanoamérica, y aparece la novela del dictador para contradecir y poner en evidencia la historia oficial que era contada desde el mismo poder. Este género de novela reescribe la historia real, la menos conocida y menos divulgada.

Existen muchas novelas que directa o indirectamente tratan el tema de la dictadura y en las que la ficción no se aleja mucho de la realidad, pues sus autores suelen reflejar también el ambiente de opresión social. La aparición de los primeros tiranos en la escena política en Hispanoamérica se reflejó en la literatura con las “novelas del dictador”. 

La novela del dictador es un subgénero narrativo característico de la literatura latinoamericana que aborda la constante histórica de las dictaduras militares en los países latinoamericanos. Centradas en el tema del caudillismo, estas novelas examinan la relación entre el poder, la dictadura y la literatura.

Este género de novelas empieza con Amalia (publicada en 1851 en Montevideo), de José Mármol, sobre el régimen del dictador argentino Manuel Rosas, y llega hasta La fiesta del Chivo (2000) de Mario Vargas Llosa.

Importantes antecedentes del género son dos novelas de Argentina: El Matadero, de E. Echeverría (1838) y el Facundo, civilización y barbarie (1845), de Domingo Faustino Sarmiento. Tanto Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, como Amalia de José Mármol fueron precursores de la novela del dictador del siglo XX.

Todas las representaciones ficticias del "hombre fuerte" latinoamericano, tienen un antecedente importante en Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, una obra escrita como un tratado sociológico. Facundo, dirigida contra la figura histórica de Juan Facundo Quiroga, es una crítica indirecta de la dictadura de Juan Manuel de Rosas; también es un estudio más amplio de la historia y cultura argentina. Facundo continuó siendo un punto de referencia fundamental para el subgénero debido a la amplitud de su exploración literaria del ambiente latinoamericano.

En Facundo, Sarmiento critica la figura histórica de Facundo Quiroga, un caudillo provincial, quien se oponía a las ideas ilustradas del progreso. Su análisis del regimen de Facundo Quiroga fue la primera vez que un autor se preguntó cómo figuras como Facundo y Rosas supieron alcanzar un poder tan absoluto, y al responder a esta pregunta, Facundo estableció su lugar como obra de inspiración para autores posteriores. Al escribir Facundo, Sarmiento percibió su propio poder «por lo que, dentro del texto de la novela, es el novelista, a través de la voz de la omnisciencia, quien ha reemplazado a Dios», creando así el puente entre la escritura y el poder que es característico de la novela del dictador.

El núcleo temático de la dictadura sigue evolucionando durante todo el siglo XX e inicia otra etapa con la publicación de Tirano Banderas de Ramón del Valle-Inclán, La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán; y el ciclo se enriquece con obras como El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, El Gran Burundún-Burundá ha muerto (1952) de Jorge Zalamea y La fiesta del Rey Acab (1959) de Enrique Lafourcade.

A partir de 1950 el contenido de la novelística sobre la dictadura se enriquece considerablemente. Aspectos grotescos utilizados en Tirano Banderas y en El Señor Presidente se manifiestan particularmente en obras satíricas como El Gran Burundún-Burundá ha muerto y La fiesta del rey Acab. En estas novelas el tratamiento del tema de la dictadura se distingue con un contenido de ironía y sátira.

Entre 1838 y 1980 se publicaron 94 novelas de este género, aunque más tarde se siguieron publicando también obras importantes sobre los dictadores.

A partir de la década del setenta, con la publicación de la famosa trilogía formada por Yo el Supremo (1974) de Roa Bastos, El recurso del método (1974) de Carpentier y El otoño del Patriarca (1975) de García Márquez, puede hablarse propiamente de la novela del dictador. Estas obras coinciden en incorporar la conciencia del dictador como centro de la narración. En otras palabras, esta vez los dictadores, como personajes literarios, se encuentran justamente en el centro de la trama, reflejando la compleja y fabulosa realidad del continente, y son construidos con una perspectiva humorística, irónica, grotesca o mítica de la realidad histórica forzando así los límites entre historia y ficción.

Para que una obra sea considerada una novela del dictador, ha de poseer temas explícitamente políticos enmarcados en un contexto histórico importante, y examinar críticamente el poder ejercido por una figura autoritaria, e incluir una reflexión general sobre la naturaleza del autoritarismo. Aunque algunas novelas del dictador se centran en una figura histórica (si bien con una apariencia ficticia), no analizan la economía, la política y el gobierno del régimen dictatorial como lo haría una obra histórica.

El subgénero de la novela del dictador ha sido muy influyente en el desarrollo de la tradición literaria latinoamericana. Muchos de sus autores rechazaron las técnicas narrativas lineales tradicionales, y desarrollaron estilos narrativos innovadores que desdibujaron las distinciones entre el lector, el narrador, la trama, los personajes y la narrativa. Al analizar la autoridad del liderazgo, los novelistas también evaluaron sus propios roles sociales como dispensadores de sabiduría, tan paternalistas como el caudillo cuyo régimen refutaron en sus propias novelas.

En la década de 1970, muchas novelas del dictador se centraron en la figura «del dictador anciano, víctima del tedio de un poder absoluto que está a punto fatalmente de perder». Las novelas del dictador de la década de 1970, como El otoño del patriarca o Yo el Supremo, ofrecen al lector una visión más íntima del sujeto principal: el dictador se vuelve protagonista y el mundo se ve a menudo desde su punto de vista.

Los autores del subgénero de la novela del dictador combinaron estrategias narrativas derivadas del modernismo y posmodernismo. Las técnicas posmodernas, desarrolladas en gran parte a finales de los años 1960 y en la década de 1970, incluyeron el uso de monólogos interiores, corriente de conciencia radical, fragmentación, variación del punto de vista narrativo, neologismos, estrategias narrativas innovadoras y la frecuente ausencia de causalidad.

El dictador, el patriarca, el caudillo, el supremo o el generalísimo no son sólo arquetipos latinoamericanos sino intentos por reescribir la historia y seguir las huellas de su propia realidad en el pasado y en el presente.

El matadero (1838)

El matadero de Esteban Echevarría relata la barbarie de un régimen que violenta a su población, tiene un fundamento netamente realista y fue escrita por quien dentro de la historiografía americana es considerado como el introductor del romanticismo en la Argentina.

Amalia (1851)

Amalia, novela romántica considerada la obra pionera del género novela del dictador. Forma junto con El matadero (1838) y el Facundo (1845) una trilogía contra el régimen de Juan Manuel Rosas en Argentina. Mármol enmarca una trágica historia de amor en la situación política de 1840, en los días en que Rosas ejerció el poder a través del terror, la represión y la persecución. Esta novela influyó en la evolución del género y sus características se repiten en otras novelas que tratan sobre la dictadura hasta la década de 1970. La obra está estructurada a base de contrastes como el conflicto entre el bien y el mal, modelo que se repite en novelas posteriores como elemento fundamental.

Desde las primeras páginas el autor lanza una protesta contra el régimen dictatorial. La trama gira en torno de la historia de Amalia y Eduardo, pero sobre todo, de Daniel Bello, el héroe de la historia cuyo propósito es atacar el régimen de Rosas. En esta novela se condena al dictador, que encarna la maldad. Aunque esta novela no alcanza a desarrollar el tema de la dictadura como lo hacen las novales posteriores sobre este tema, se le considera pionera en la tradición de la novela del dictador.

El argumento está construido alrededor de cuatro personajes jóvenes: Daniel Bello, Eduardo Belgrano, Florencia y Amalia, figuras del bien contra la maldad de Rosas. Al final la historia de amor entre Belgrano y Amalia se trunca debido a la muerte del primero causada por el tirano. La pesadilla es el terror. El dictador, a pesar de su poca o nula presencia, es percibido como algo mítico que crea en el lector la sensación de que es omnipresente, inaccesible y enigmático, hasta tal punto que se vuelve inexistente. Recalcan este carácter mítico los rasgos demoníacos y oscuros que se le atribuyen al dictador.

La voz del narrador y las acciones de los protagonistas critican duramente el régimen de Rosas, que ha conducido a los ciudadanos más notables e ilustres de la ciudad, a su juventud, a sus mujeres y hombres, a vivir en el miedo o a resignarse a un anonimato cómplice que no deje traslucir su rechazo a una forma bárbara y salvaje de gobierno.

Amalia también trató de examinar el el fenómeno de las dictaduras como un problema de estructura, y por tanto el problema del Estado «manifestado a través de la voluntad de algún personaje monstruoso que viola la privacidad del individuo común, tanto de su casa como de su conciencia».

La temática de la dictadura sigue evolucionando durante todo el siglo XX e inicia otra etapa con la publicación de Tirano Banderas de Ramón del Valle-Inclán, La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán; y el ciclo se enriquece con obras como El Señor Presidente de Miguel Ángel Asturias, El Gran Burundún-Burundá ha muerto (1952) de Jorge Zalamea y La fiesta del Rey Acab (1959) de Enrique Lafourcade.

La sombra del caudillo (1929)

La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán es la novela política mexicana más coherente, recrea con precisión un acontecimiento histórico, la revolución hecha gobierno, configurando una estética cercana a la tragedia griega para determinar cuáles son los usos y abusos del poder. Esta novela está considerada una de las mejores novelas de tema político escrita en México, aborda el tema del caudillismo. La obra se basa en hechos reales de su tiempo y con facilidad se descubre que el cuadro violento de los acontecimientos históricos corresponde a los periodos presidenciales de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles. Aunque pocas veces aparece en la novela, el caudillo representa perfectamente la figura del poder absoluto y el respeto hacia él se mantiene siempre presente. El personaje del caudillo se presenta como una sombra que maneja, con absoluta autoridad, el destino político del país. Si alguien actúa en su contra, fácilmente ordena desaparecerlo, como sucede con Aguirre y sus compañeros al final de la obra. Guzmán hace énfasis en el tema de la revolución traicionada y el caudillaje como poder absoluto.

El señor Presidente (1946)

El señor Presidente, de Miguel Ángel Asturias, traza el retrato de un dictador de una manera caricaturesca y esperpéntica pero siguiendo una estructura regida por la lucha entre las fuerzas de la luz (el Bien, el pueblo) y las fuerzas de las tinieblas (el Mal, el dictador) según los mitos latinoamericanos. Es también un libro de protesta militante: la descripción de un régimen dictatorial en términos de terror, maldad y muerte. En las cuatro cadenas de episodios que integran la trama predominan el miedo y la crueldad.

El señor Presidente nos pone ante un pueblo sometido al poder destructor, material y moral, de la dictadura. El drama guatemalteco al que la novela se refiere se inspira en la tiranía de Estrada Cabrera (1857-1924) quien fuera presidente entre 1898 y 1920. El dictador es presentado como una especie de brujo, invisible y temido; se retira a las sombras y desde allí domina la vida de la nación, disponiendo a su antojo de la vida y la muerte de cada ciudadano. El señor presidente es un personaje oscuro, misterioso e inhumano que domina desde la sombra, sin que a lo largo de muchas páginas sepamos cómo es; y cuando lo vemos es un ser borroso, cruel, gris, vestido siempre de negro, un cruel dios del mal. El Estado es su propiedad personal, como lo es el pueblo, masa esclavizada, aterrorizada, que vive en una atmósfera de corrupción donde sus verdugos, en nombre del dictador, ponen en peligro sus vidas.

Asturias sigue los pasos de Valle-Inclán. La manera de presentar el reino del tirano con rasgos divinos también se encuentra en esta novela, lo cual se entiende desde el título mismo. La palabra señor, además de un uso de cortesía, se refiere irónicamente a un dios al revés. El todopoderoso que ve y sabe todo resulta ser un dios en un universo construido al revés bajo su reino con toda su maldad. Sin embargo, «la novela del escritor guatemalteco cobra ventaja sobre la del autor español por originalidad de materiales lingüísticos y por ser producto de una pasión directamente sentida, de una experiencia vivida en sus años juveniles, en tiempos de la lucha contra el dictador Estrada Cabrera» (Bellini).

El protagonista verdaderamente importante para el autor, presente en toda la narración, es el ser mitológico que se retira a las sombras y desde allí domina la vida del pueblo causando terror y miedo. En la novela se respira este ambiente del poder destructor de la dictadura en el que el dictador se presenta como un personaje oscuro y misterioso. En otras palabras, en El Señor Presidente el poder y el miedo generan el mito.

Burundún-Burundá ha muerto (1951)

El gran Burundún-Burundá ha muerto de Jorge Zalamea ocupa un punto intermedio importante en la evolución de la novela dictador. Tuvo influencia sobre la narrativa del dictador posterior. Parece contener ya el estilo maduro de García Márquez.

El tema central de la obra es la descripción de la procesión fúnebre del dictador muerto, el Gran Burundún-Burundá, y de los grupos con los que trabajaba. El autor hace la descripción física y la explicación funcional de estos grupos de personas, y todos se presentan como grotescas caricaturas al servicio del dictador.

El libro describe el «ascenso al poder de Burundún, un dictador ficticio, acontecimientos selectos durante su régimen, y una descripción de su funeral. Es en este funeral que se revela que el cuerpo del dictador está ausente, y que de alguna manera ha sido sustituido por o transformado en «un gran loro grande, un loro voluminoso, un enorme loro, hinchado, inflado y envuelto en documentos, boletines, correo desde el extranjero, periódicos, informes, anales, periódicos de gran formato, almanaques, boletines oficiales».

La fiesta del rey Acab (1959)

La fiesta del rey Acab de Enrique Lafourcade retrata el dictador ficticio César Alejandro Carrillo Acab, y comienza con lo que Claude Hulet describe como «una advertencia divertidamente irónica en el prefacio», que declara: «Esta es una obra de mera ficción. Por tanto, el escenario y los personajes, incluido el dictador Carrillo, son imaginarios, y cualquier semejanza con países, situaciones o seres reales es simple coincidencia. En efecto, nadie ignora que ni las Naciones Unidas, ni la Organización de Estados Americanos permiten regímenes como el que sirve de pretexto a esta novela».

La fiesta del rey Acab es una clara alusión a la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo (quien gobernó la República Dominicana desde el año 1931 hasta 1961) a pesar de que en el prólogo el autor advierte que la obra es completamente ficticia y que el lugar y los personajes son imaginarios. La novela relata las últimas veinticuatro horas del dictador Carrillo; ese día es también el de su cumpleaños por lo que los festejos se prolongan de manera excesiva durante la jornada.

Lafourcade nos presenta al dictador Carrillo como un personaje nervioso, vulgar, cruel y extremo en la satisfacción de sus placeres físicos; retrata efectivamente estas características a las que suma la animalidad. La narración logra establecer un ambiente de terror, traición y desconfianza, ambiente que se considera una de las características más importantes de las dictaduras porque llega al extremo de amenazar al dictador mismo.

Conversacion en la catedral (1969)

Conversaciones en la catedral, de Vargas Llosa, transcurre durante los oscuros años de la dictadura de Manuel A. Odría (1948-1956) e intenta hacer un minucioso análisis de los círculos del poder, el mundillo del periodismo amarillo y los cabarés de mala muerte.

Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Perú, durante el “ochenio” dictatorial del general Manuel A. Odría. Unas cuantas cervezas y un río de palabras amordazadas por la dictadura. Los personajes, las historias que éstos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripción minuciosa de un envilecimiento colectivo, el repaso de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustración. Conversación en la Catedral es algo más que un hito en el derrotero literario de Mario Vargas Llosa: es un punto de referencia insoslayable en la historia de la literatura contemporánea en lengua española

Yo el Supremo (1974)

La novela Yo el Supremo de Roa Bastos está inspirada en el dictador perpetuo José Gaspar Rodríguez de Francia, quien gobernó Paraguay desde el año 1811 hasta su fallecimiento en 1840. En la novela nunca se menciona su nombre; el autor simplemente se refiere a él como el Supremo, sobrenombre con que el Doctor Francia era conocido en su tiempo. Es un relato novelado del dictador paraguayo, pero es también un relato histórico que hace uso de documentos reales y de relatos de personas que conocieron a Rodríguez de Francia. El título de la obra se deriva del hecho de que Rodríguez de Francia se refirió a sí mismo como «El Supremo».

La novela hace uso de técnicas literarias no tradicionales y se compone de discursos diferentes cuya demarcación es a menudo borrosa. Constituye una autorreflexión sobre el proceso de la escritura. Plantea varios niveles de interés: la personalidad del dictador, la historia de Paraguay y la exploración de la dinámica de la escritura. Aquí ya no se construye, como en Amalia, una visión maniquea del actuar de los personajes; Augusto Roa Bastos ofrece los hechos para que el lector decida. En este sentido, el dictador no es un ente lejano, mítico, es un personaje de carne y hueso, complejo, y rico, multifacético, visto desde dentro.

La novela se presenta, como se deduce del título mismo, desde la perspectiva del dictador, quien, como voz narrativa va dictando la obra a su secretario Patiño. De esta modalidad resulta una construcción narrativa sumamente original. La novela se presenta como un complejo monólogo de alguien no identificado en el que se advierte algo misterioso, parece que sabe, escucha y ve todo; más tarde el lector se da cuenta que el narrador es el Supremo pero no vivo sino muerto. Entonces la novela aparece como un monólogo en el que el autor del texto es sustituido por un compilador que proporciona materiales y numerosas notas al lector.

El recurso del método (1974)

El recurso del método de Alejo Carpentier es una síntesis de varias figuras históricas de América Latina, con Gerardo Machado, el dictador de Cuba, entre los más prominentes. Este personaje ficticio, en su intento de sofisticarse, pasó la mitad de su vida en Europa, quizás evocador de la dicotomía, típica de Sarmiento, entre la civilización y la barbarie. Esta novela tiene un carácter tragicómico, y es la única novela de Carpentier que combina elementos de la tragedia y comedia.

En esta obra Alejo Carpentier trata un tema que también se encuentra en su obra previa: la coexistencia de dos lugares, culturas, modos de vida, civilizaciones distintas, entre los que fluctúan los personajes. En El recurso, estos lugares están representados por Europa y Latinoamérica. El antecedente de la figura del dictador en la novela puede encontrarse en el personaje de Henri Christophe. Aunque la obra no se ocupa directamente del dictador haitiano, caben breves apuntes sobre éste. Tanto el humor como la ironía constituyen el hilo conductor de la trama que se dirige hacia la autocrítica.

Carpentier se inspira en el tipo de tirano ilustrado que es una mezcla de diversos personajes históricos que dominaron los destinos del continente. La novela se compone entonces de la autobiografía de un dictador arquetípico de América Latina al que Carpentier designa con el título de “Primer Magistrado”.

El título de la novela está inspirado en René Descartes, por eso cada capítulo se inicia con un epígrafe que contiene el pensamiento del filósofo francés. El Discurso del método es la principal obra escrita por el filósofo francés. En ella expone de forma paradigmática algunos de los principios esenciales de su filosofía. Es una de las primeras obras de la filosofía moderna. Defendía el nuevo espíritu científico que comenzaba a reinar en Europa y que supuso el abandono de los principios de la filosofía escolástica medieval. En especial, planteaba la necesidad de fomentar una actitud de investigación libre, alejada de los argumentos de autoridad y de los excesos especulativos propios de la decadente tradición escolástica que se enseñaba todavía en las universidades. De alguna manera, Descartes cumplió en filosofía lo que Galileo hizo en la física.

El otoño del patriarca (1975)

El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez, considerado un extenso poema en prosa, detalla la vida de un dictador eterno, «el macho», un personaje ficticio que alcanza los 200 años de edad. El libro se divide en seis secciones, cada una volviendo a contar la misma historia del poder infinito que tiene el tirano caribeño arquetípico.

García Márquez basó su dictador ficticio en una variedad de autócratas reales, incluyendo Gustavo Rojas Pinilla de Colombia, generalísimo Francisco Franco de España (la novela fue escrita en Barcelona), y Juan Vicente Gómez de Venezuela. Uno de los personajes principales de la novela es el general indígena Saturno Santos, que se dedica al «servicio inescrutable al patriarca».

En esta novela, el autor propone una interesante contradicción: «que los patriarcas de América Latina deben su más íntimo apoyo a sus víctimas de más larga duración; y que la revolución de América es inconcebible sin el indígena». La visión que el lector puede obtener del patriarca es una figura difusa, imprecisa, incluso contradictoria. La creación de esta imagen se debe a la forma en que está escrita la novela, pues no se trata de un solo narrador, sino de muchos. El flujo corriente de pensamientos, opiniones, comentarios y memorias cambia constantemente de una persona de la comunidad en que se desarrolla la historia a otra.

Su particularidad, entonces, es la forma en que se construye la novela y el tratamiento del tema: ahora el dictador es un patriarca extremadamente longevo. En suma, El otoño podría considerarse como una trasposición literaria de los latinoamericanos construyendo su propia relación a partir de los pedazos de sus propias historias.

Encontramos el tema de la soledad del dictador de una manera más profunda y como un aspecto fundamental de la obra. El autor trata de mostrar al protagonista no sólo como una figura esperpéntica, sino como un hombre perdido en la soledad y en el poder. En esta obra se relata la vida de un dictador que muere muy viejo, después de ejercer el poder durante más de cien años; toda su vida pasa con una continua y grande ansiedad para conservar el poder.

Sin duda, la perspectiva de mirar al dictador como “el ser vivo más solitario de la tierra” logra el efecto de humanizarlo y generar un sentimiento de conmiseración hacia él. El tema de la soledad ayuda a reafirmar el carácter mítico del dictador, de manera que la vida y la muerte del Patriarca son también la vida y la muerte del mito.

El otoño del Patriarca se ambienta en un supuesto país situado en alguna costa del mar Caribe y no se proporcionan mayores datos. Igual que la indeterminación espacial, la generalización también se observa en la personalidad del dictador, así el Patriarca de García Márquez tiene muchos de los rasgos que caracterizan a los dictadores latinoamericanos.

Cola de lagartija (1983)

Cola de lagartija de Luisa Valenzuela está situado en el período después del regreso de Juan Perón a la Argentina en 1973, cuando el presidente argentino fue fuertemente influenciado por la siniestra eminencia gris José López Rega. La novela trata específicamente con temas en torno a la naturaleza de las relaciones hombre-mujer durante este régimen de opresión militar. El título de la novela se refiere a un instrumento de tortura que fue inventado en el Cono Sur.

De amor y de sombra (1984)

De Amor y de Sombra de Isabel Allende, en palabras de la propia autora, “es la historia de un una mujer y un hombre que se amaron en plenitud, salvándose así de una historia vulgar. La he llevado en la memoria cuidándola para que el tiempo no la desgaste, y es sólo ahora cuando puedo finalmente contarla. Lo haré por ellos y por otros que me confiaron sus vidas para que no las borre el viento…”. Escrita durante su exilio en Venezuela, el amor entre Irene y Francisco es un alegato apasionado a favor de la fe en la libertad y la dignidad humanas.

La novela de Perón (1985)

La novela de Perón de Tomás Eloy Martínez utiliza una mezcla de hechos históricos, ficción y documentos para volver a narrar la vida de Juan Domingo Perón, «dramatizando las rivalidades dentro de las filas del peronismo». Esto permitió que el autor construye un retrato íntimo de Perón en lugar de uno que sea históricamente exacto. Este método de análizar a Perón, que profundiza su historia temprana y su educación familiar para teorizar sobre la motivación de sus actos posteriores, puede vincularse al análisis similar de Facundo –y de Rosas a través de él– por Sarmiento.

El general en su laberinto (1989)

El general en su laberinto de Gabriel García Márquez es un relato novelado de los últimos días en la vida de Simón Bolívar. Bolívar, también conocido como el Gran Libertador, logró la independencia del territorio que posteriormente se convirtió en los Estados modernos de Venezuela, Bolivia, Colombia, Perú, y Ecuador. Sin embargo, el personaje del general no es retratado como el héroe glorioso que la historia tradicional suele presentar; en cambio, García Márquez construye un protagonista patético, un hombre prematuramente envejecido que está mal físicamente y mentalmente agotado.

La fiesta del chivo (2000)

La fiesta del chivo de Mario Vargas Llosa es una obra en la que la realidad histórica se mezcla con la ficción para hacer un retrato del poder dictatorial de Rafael Leónidas Trujillo, quien dirigió los destinos de la República Dominicana a sangre y corrupción durante treinta y un años. Vargas Llosa sigue las huellas de este periodo para encontrar las consecuencias políticas, culturales y sociales en el presente, y proyectarlas desde los diferentes puntos de vista de dos generaciones. El autor no se mete tanto en el tema de la soledad como en el caso de El otoño del Patriarca.

La novela relata con «intensidad dramática y detalle horripilante» los últimos días del dictador de la República Dominicana, cuando este se enfurece de que –a pesar de haber sido un aliado de los Estados Unidos durante muchos años por su postura anticomunista– dejó de ser favorecido en el gobierno estadounidense, que retiró su respaldo tras el descubrimiento de sus extensas violaciones de los derechos humanos.

Al final de varias líneas narrativas entrelazadas –la de Trujillo, sus asesinos, y la de Urania Cabral, la hija de un hombre que una vez perteneció al círculo íntimo de los asesores de Trujillo– la novela revela el entorno político y social, tanto pasado como presente, de la República Dominicana. La obra comienza y concluye con la historia de Urania, efectivamente enmarcando la narrativa en términos de recordar y comprender el pasado y su legado para el presente.

Vargas Llosa parte de las tragedias individuales para llegar a la tragedia colectiva, o al revés, de la tragedia colectiva desprende tragedias personales con sus efectos psicológicos. La triste historia de Urania, entregada por su padre a Trujillo como un regalo o una muestra de obediencia al régimen, denuncia en su totalidad los efectos psicológicos de la dictadura que destroza y transforma a las personas.

OTRAS NOVELAS DE DICTADURA

Además de las novelas mencionadas, hay otras que tocan el tema de la dictadura como son:

 

El hombre de hierro (1907) de Rufino Blanco Fombona

 

La candidatura de Rojas (1965) de Armando Chirveches

 

Los falsos demonios (1966) de Carlos Solórzano

 

La alfombra roja (1966) de Marta Lynch

 

El tiempo de la ira (1967) de Luis Spota

 

El secuestro del general (1973) de Demetrio Aguilera Malta

 

Fin de fiesta (1958) de Beatriz Guido, y

 

Maten al león (1975) de Jorge Ibargüengoitia

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